Reflexiones interdisciplinarias en torno a la educación para la paz. Beatriz Eugenia Vallejo Franco
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la determinación de la categoría de víctima. Llama la atención sobre “la importancia que adquiere la incorporación del género, como una dimensión de estudio de los conflictos armados” para hacer visibles las relaciones de poder que aparecen o se perpetúan con la guerra, y que son reflejo de otros tipos de violencia política, económica y cultural que subyacen en las estructuras sociales. Propone entonces, que uno de los ejes de la educación en general, y específicamente de la educación para la paz, sea el enfoque de género, que permita a los sujetos, desde la performatividad y la desobediencia crítica, cambiar las estructuras de género-poder injustas por soluciones alternativas que apunten hacia la equidad, el reconocimiento y la justicia.
María Lucía Rivera en su texto “Educación y agencia: consideraciones sobre el desarrollo de la praxis” advierte que uno de los objetivos de la educación para la paz debe estar dirigido a la promoción de habilidades agenciales para formar ciudadanos. Rivera divide su texto en cinco partes. En la primera, establece las relaciones entre educación, el ejercicio de la ciudadanía y las implicaciones que ello tiene para la cultura de paz, la construcción de paz y la educación para la paz en Colombia. La segunda parte aborda los conceptos de paz y conflicto e identifica actores –agentes involucrados en las diversas interpretaciones que se tienen de estos conceptos–. En la tercera, plantea las habilidades agenciales básicas que deberían promoverse desde el sistema educativo, entendiendo que su fin es propender por la educación para la paz. La cuarta parte se encarga de definir los términos “agencia” y “agentes”, e identifica las seis habilidades agenciales que permitan “alcanzar una praxis agencial adecuada para la paz”. Para finalizar, concluye que el desarrollo de la Cátedra de la Paz debe apostar por crear estratégicas pedagógicas, didácticas y metodológicas para la promoción de las habilidades agenciales desde la práctica, más que desde la teoría.
En el capítulo cuatro, “Habilidades lógicas: un aporte a la reflexión sobre la educación para la paz”, la autora Ángela Bejarano propone el fomento de las habilidades lógicas desde la educación formal, en el marco de la Cátedra de la Paz, para promover el desarrollo de la razonabilidad y la democracia y en consecuencia, una sociedad más pacífica. Parte sustentando la afirmación de que es posible formar para la paz, que la paz es enseñable, pero que ello solo es posible en relación con otros conceptos, entre los que se encuentran, en primera línea, el de razonabilidad y democracia. Entendiendo que estos términos son polisémicos, se acerca a ellos aproximando el concepto de democracia a la posibilidad de reconocer la diferencia, debatir, cuestionar y participar; y la razonabilidad a la capacidad de emitir juicios, atendiendo a criterios particulares, al contexto, a causas, consecuencias, habilitaciones y compromisos. Afirma además que la razonabilidad involucra no solo aspectos cognitivos, sino aspectos emocionales, estéticos y morales. Dado que la puesta en práctica de estos conceptos puede llevar a la paz, también es necesario enseñarlos, y ello podría ser posible a través de las habilidades lógicas, que en conjunto con otra serie de habilidades, “propone estrategias, métodos, criterios y reglas que aportan a la formación de personas razonables y democráticas.”
El sexto y último capítulo, “Escritura filosófica en el marco de la educación para la paz”, escrito a dúo por Diana María Acevedo-Zapata y Maximiliano Prada Dussán, nos presenta el lugar de la filosofía al hablar de paz en Colombia, enfatizando con Kierkegaard el carácter existencial de esta disciplina: “De allí que filosofar implique no solo el acercamiento y actuación en el mundo objetivo, sino una conversión personal.” Se deduce entonces la filosofía como forma de vida, que consistiría “en adoptar una actitud constante de interrogación y búsqueda de nuevas preguntas y ocasiones para el pensamiento conducente a una vida examinada.” Acevedo y Prada sugieren que el examen filosófico, como actitud de vida, se lleva a cabo mediante la escritura, que con este sentido, tiene un carácter transformador sobre quien escribe y reflexiona.
Presentan, a modo de ejemplo, el proyecto de investigación “Escritura, filosofía y vida”, que han desarrollado desde 2014 en la Licenciatura de Filosofía de la Universidad Pedagógica Nacional, cuyo principal resultado fue demostrar que “la escritura es uno de los lugares en los que, en concreto, la filosofía se realiza como praxis vital.” Concluyen afirmando que el momento coyuntural por el que atraviesa Colombia necesita de propuestas pedagógicas que ayuden a la transformación de los sujetos, y la escritura filosófica aporta enormes recursos para este objetivo, especialmente en espacios de la educación superior.
Una de las apuestas metodológicas más importantes de este libro, y que es concordante con los debates previos que surgieron desde el grupo de estudio, es el carácter de diálogo que se establece entre los diversos textos, que se interpelan unos a otros, y que se aparta de otras publicaciones, que se limitan a exposiciones individuales de ideas o conceptos. Sin duda, el libro hace unos avances muy importantes en identificar el marco normativo desde los estándares internacionales y sugerir elementos a tener en cuenta para la definición de política pública sobre educación para la paz en Colombia; además, precisa cinco importantes líneas curriculares y de desarrollo de la Cátedra de la Paz: la comprensión de la justicia transicional y la pedagogización de las conclusiones de las comisiones de la verdad; el análisis de las relaciones de género y poder, especialmente en su relación con los efectos del conflicto armado; la construcción de estrategias pedagógicas, didácticas y metodológicas para la promoción de habilidades agenciales; el desarrollo de las habilidades lógicas para fomentar la razonabilidad y la democracia, y la práctica de la escritura filosófica como un ejercicio de transformación de sujetos políticos. Siendo este un importante aporte, el grupo de estudio debe seguir avanzando en debatir sobre las propuestas pedagógicas y didácticas para desarrollar estas líneas, siendo el texto de Acevedo y Prada un buen ejemplo de práctica pedagógica aplicada y validada.
Como lo enfatiza la profesora Betty Reardon “para alcanzar la paz necesitamos enseñar paz”. Si bien en los siglos XIX y XX el principal desafío de las universidades y la ciencia era la dominación del mundo físico y los ecosistemas a través de la tecnología y la ciencia, lo que por poco nos lleva a la destrucción del planeta y de nuestra especie, hoy las necesidades de la educación cambiaron. “Una de las mayores características de una universidad del siglo XXI es el contenido y método del sistema de aprendizaje. Este debe proveer instrucciones, tanto para los estudiantes como para el público en general, en aras de un aprendizaje de vida” (Özdemir, 2016). La universidad debe promover las capacidades, habilidades, aptitudes y actitudes para la construcción de paz entre todas las personas que conforman la comunidad: estudiantes, docentes, directivos, e influir desde sus tres ámbitos de desarrollo: investigación, formación y proyección social, a que esto sea posible también en los entornos y contextos sobre los cuales tiene influencia.
Uno de los principales retos está en cómo hacerlo. Sin duda hay importantes lecciones desde las pedagogías crítica, experiencial, emocional y sensitiva; el desarrollo de las inteligencias múltiples; atender a la existencia de sistemas complejos basados en las teorías del caos; la ética del cuidado; la investigación-acción-participación; la educación popular; y el teatro, la danza y la música, entre otros. También entran en juego las disposiciones curriculares, los presupuestos para ejecutarlas y la voluntad política para que se lleve a cabo. Con este libro, la Universidad El Bosque, las autoras y autores dan un paso significativo en este sentido.
Juan Navarrete Monasterio
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Abogado venezolano, candidato a la Especialización en Derechos Humanos de la Universidad Central de Venezuela. Coordinador del área jurídica de la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz (1990). Director ejecutivo de la sección venezolana de Amnistía Internacional (1997). Consultor especializado en acceso a la justicia, seguridad ciudadana y Derechos Humanos. Director general de la Defensoría del Pueblo de Venezuela (1999). Director del Departamento de Instituciones Públicas. Director regional para Centroamérica del Instituto Interamericano de Derechos Humanos (IIDH). Actualmente es el representante del Instituto Interamericano de Derechos Humanos en Colombia.