El desarrollo y la integración de América Latina. Armando Di Filippo

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El desarrollo y la integración de América Latina - Armando Di Filippo


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periféricas que fueron privilegiados en los exámenes de la Cepal ya incluidos en el Estudio fueron fundamentalmente dos. El primero se vincula con la estructuración económica periférica y sus desequilibrios inherentes. El segundo se vincula con los problemas sociales de la distribución del ingreso y con las relaciones de poder entre las clases que concurren a la apropiación del producto.

      El primer desequilibrio estructural, de mayor interés para los economistas, tenía lugar en el plano del comercio y las finanzas internacionales y derivaba de la inserción periférica de las economías latinoamericanas en el comercio mundial. Aquí se plantean dos versiones de esa posición periférica: la decimonónica y la de la primera mitad del siglo XX.

      El punto medular radica en que la especialización productiva mundial dictada por dichos centros es de naturaleza tal que los frutos del progreso técnico (ganancias de productividad) son controlados por ellos, y afectan la dinámica de desarrollo de las regiones periféricas, que asimilan pasivamente las oleadas de progreso técnico provenientes de los primeros. En las versiones: decimonónica y de la primera mitad del siglo XX, la especialización productiva mundial asignó a las periferias la misión de producir alimentos y materias primas exportados a los centros a cambio de las manufacturas provenientes de estos, requeridas para satisfacer las demandas de consumo y de inversión de las regiones periféricas.

      Dos de las consecuencias principales de esta dinámica sistémica a escala mundial fueron, primero, la tendencia de las periferias a sufrir posiciones deficitarias en el balance de comercio mundial, y, segundo, la tendencia al deterioro de los términos de intercambio de productos primarios periféricos frente a las manufacturas céntricas.

      Por el lado de la demanda internacional de productos primarios latinoamericanos, para explicar estas asimetrías, se tomaban dos puntos básicos de partida. De un lado las, así denominadas “leyes de Engel” (en referencia al economista y estadístico alemán Ernst Engel [1821-1896]), registraban una estructuración del gasto familiar y personal en canastas de consumo que crecía asimétricamente a medida que aumentaba el ingreso por persona. Efectivamente, se verificaba una reducción, en términos relativos al gasto total, en el consumo de alimentos y de otros productos escasamente elaborados, en favor del aumento del componente manufacturero y de servicios. De otro lado se partía de las proposiciones que el propio Prebisch había formulado sobre los procesos técnicos industriales y sus estructuras de costos, respecto de la decreciente participación de los productos primarios en el valor final de las manufacturas elaboradas por las economías centrales a medida que, en ellas, crecía la productividad laboral por introducción del progreso técnico.

      Como consecuencia de este doble orden de factores la demanda mundial por manufacturas era, tanto en el plano nacional como en el internacional, mucho más dinámica que la de productos primarios. Así, los países periféricos que importaban las primeras y exportaban los segundos generarían balanzas comerciales crónicamente deficitarias. De aquí derivaría, en la interpretación de Cepal, una tendencia igualmente crónica a convertirse en economías deudoras.

      Por el lado de la oferta internacional de productos primarios latinoamericanos, el segundo desequilibrio estructural, que abriría espacios a los análisis sociopolíticos, se verificaba en el plano del empleo e influía sobre la capacidad de los trabajadores para captar una justa o equitativa fracción de los incrementos de la productividad laboral. A nivel mundial las principales actividades absorbentes de empleo eran la industria y los servicios asociados a la presencia industrial. Pero las economías periféricas, bajo condiciones de comercio libre y no protegido como las que imperaron en la segunda mitad del siglo XIX, se especializaban solo en la producción primaria y en actividades artesanales de baja productividad, orientadas a los mercados locales y, más bien, ligadas a las economías de subsistencia y autoconsumo. En consecuencia, existía un sobrante estructural de fuerza de trabajo, que se expresaba, no tanto en desempleo abierto, como en diferentes formas de subempleo.

      El planteamiento explícito de esta segunda tendencia desequilibrante de carácter estructural fue, a la larga, la manera principal como se conectaron los diagnósticos de la Cepal con los esfuerzos de otros científicos afines por interpretar el desarrollo social de América Latina. Estos aspectos sociales aludían al tema de la capacidad de las economías periféricas para generar suficientes empleos en vista de su particular inserción en la economía mundial, y se referían, además, al poder negociador de los trabajadores ocupados en estas economías para lograr incrementos de salarios acordes con los incrementos de la productividad vinculados a la introducción exógena de progreso técnico. Por lo tanto, cuando el progreso técnico en las actividades primarias de exportación aumentaba las ganancias de productividad, estas no se traducían en aumentos paralelos de salarios sino en aumentos de las ganancias empresariales y/o en reducciones de los precios de exportación.

      Estos dos desequilibrios (comercio internacional y empleo) se habían ido poniendo de manifiesto a medida que se profundizaba el, así denominado, “modelo de crecimiento hacia afuera” (basado en la mono producción y mono exportación de productos primarios) y eran derivados del carácter asimétrico del desarrollo periférico. Ese fue el primer paso de la propuesta industrialista de Cepal: poner de relieve la inviabilidad estructural de largo plazo inherente al proceso (o “modelo”) de crecimiento hacia afuera. Nótese bien, sin embargo, que las ideas de Cepal, escritas a fines de los años cuarenta del siglo XX, eran una ratificación (o “racionalización”) a posteriori de las estrategias industrialistas que ya estaban siendo aplicadas en varios de los países de tamaño económico mediano y grande dentro de la región.

      Ambos desequilibrios estructurales podían verificarse empíricamente, y quitaban viabilidad a un crecimiento económico fundado solamente (o de manera principal) en la exportación de productos primarios. Esta mono exportación era la recomendación de política inherente a la teoría de las ventajas comparativas en la versión convencional de la microeconomía neoclásica. En vez de tender hacia el ahistórico equilibrio general de “competencia perfecta”, propio de los libros de texto neoclásicos, la dinámica centro-periferia, históricamente fundada, auguraba que la aplicación de la teoría de las ventajas comparativas estáticas, conduciría hacia un desequilibrio estructural inexorable. Esto significaba negar o refutar la pretendida tendencia a la igualación de los niveles salariales en el mundo, pronosticada a partir de los supuestos incluidos en los modelos neoclásicos en boga, referidos a la teoría de las ventajas comparativas en el comercio internacional.

      De aquí entonces la necesidad de promover la industrialización, postulada firmemente por los economistas de Cepal en los años cincuenta como única vía para superar ambos tipos de desequilibrios. La propuesta industrialista estuvo en el meollo de la estrategia formulada y perseguida por la ELD.

      Otra derivación diagnóstica de estas mismas ideas, de enorme importancia para los planteamientos sociales posteriores de la Cepal, pero ya presente desde los años cincuenta, fue la tesis del deterioro en los términos del intercambio (DTI) de los productos primarios respecto de las manufacturas. Esta tesis constituyó un desafío tanto para la teoría de los precios walrasiana derivada del estudio de un modelo ideal de competencia perfecta, como para la teoría de las ventajas comparativa fundada sobre dicho modelo que predominaba en el mundo académico occidental.

      Es interesante observar que, en tesis del DTI, convergen los efectos simultáneos de los dos desequilibrios estructurales mencionados (comercio exterior y empleo) como consecuencia de la lenta demanda mundial de productos primarios y del escaso poder negociador de los trabajadores periféricos en el marco de las instituciones laborales vigentes en las actividades de exportación. Así, los precios reales de los productos primarios tendían a caer por razones susceptibles de ser empíricamente verificadas.

      Por oposición, en las actividades manufactureras de las regiones centrales (y aquí la interpretación del enfoque centro periferia alcanzaba una perspectiva planetaria) los incrementos en la productividad del trabajo se traducían en aumentos proporcionales de los salarios y sueldos, así como de los ingresos a la propiedad, dejando inmodificados los precios internacionales de las manufacturas


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