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suelo de un bosque por un hombre, al verlo este y definir que es una cosa que puede serle útil, niega su condición silvestre, decide asirlo y acomodarlo en algún lugar de su espacio. Este objeto (objeto natural o cosa) ha ingresado (por caer en las manos del hombre) al mundo social (mundo del valor) donde satisface dos condiciones de este, que dice: 1) “va a serme útil”, con lo cual lo transforma en valor de uso (habitante del mundo del consumo, ya que si al verlo no piensa que ese trozo de madera vaya a serle útil, no lo levantará del suelo, y seguirá su camino dejándolo en su condición de objeto natural); 2) “es mío”: al tomarlo y llevarlo consigo, lo liga al dominio de sí mismo biunívocamente. Esto es: el trozo de madera dirá: el señor es mi dueño, y solo con él me relacionaré y solo a él he de servirle, y este hombre al decir que “esta madera es mía, también estará diciendo: es mi propiedad, y solo conmigo se relacionará y prestará servicio, mas la gente del pueblo donde él vive dirá: “Damos consentimiento a esa relación y la respetaremos”. Esto de relacionarse biunívocamente entre la cosa y el hombre, que en el mundo social constituye un derecho de dominio al que le damos el nombre de “propiedad” o “propiedad privada”, viene por una necesidad de resolver el problema que se le presenta al leopardo, al que “le costó un perú” cazar un ciervo, y luego que apenas comienza a comérselo, aparece un león y se lo quita sin más, y lo lleva a su guarida. Al leopardo le gustaría que el león respetara su presa, ya que le ha costado tanto esfuerzo conseguirla, entonces esto lo toma él como criterio válido de apropiación sobre ella, y le parece una injusticia inicua que venga ese matón y se la quite. De aquí es que el hombre instituye ese derecho para evitar de andar haciéndose mala sangre cada vez que se relaciona con algo que le es útil (y que me disculpen los comunistas, que son de negar el derecho de propiedad privada, pero entiendo que las cosas son así, mal que nos pese). Ahora el hombre, que con su trabajo ha negado “la cosa” y la ha transformado en “valor de propiedad” o “bien”, en donde se haya incorporado no solo la cosa que antes fue, sino también el trabajo que se invirtió en transformarla, ha preñado a la materia externa a él de sí mismo (su fuerza de trabajo) que ahora se halla contenida en el bien que ha devenido “valor de propiedad”, y esto lo ha convertido en parte integrada al dominio de la voluntad del hombre, al igual que sus miembros anatómicos, y él reclama para su dominio sobre sus valores de propiedad la misma exclusividad que para su dominio sobre su propio cuerpo, es así como de este modo el hombre y su patrimonio constituyen una unidad, instituida socialmente bajo el nombre de “propietario”. Entonces, este hombre, que existió socialmente en su forma más embrionaria como criatura puesta en la naturaleza, con su sola materialidad anatómica, su virtud espiritual, y su fuerza de trabajo potencial, y que es concebido socialmente bajo la forma “desposeído” (cuyos exponentes a lo largo de la historia fueron el esclavo, el siervo, y el proletario), fue negada por el “valor de propiedad” y su proceso, para dar lugar a la forma “propietario”, que como síntesis que es de dicha negación las incorpora a ambas y las contiene.

      Al llegar a su casa lo pondrá junto a sus demás pertenencias (cosas que también están ligadas a su dominio, y cuyo conjunto constituye su riqueza o patrimonio), con lo cual se plasmará su integración al patrimonio de su dueño. Por su parte la forma “desposeído” (en cuanto fuerza de trabajo potencial), aplicada como antítesis a la vida social, constituye un poder transformador, al igual de lo que ocurre con un patrimonio, ambos pueden ser expresados como “poder laboral”, y “poder patrimonial”, respectivamente (al poder patrimonial se lo conoce en la actualidad como “capital”). Ya ubicado este ex palo del bosque, en el mundo del valor, llegará el momento en que su dueño lo tomará para hacer con él, mediante la actividad de sus manos y su inteligencia, es decir, mediante esa virtud de él que llamamos “fuerza de trabajo”, y en el marco de un espacio productivo (su taller de carpintero), un mate (recipiente de madera para preparar una infusión con “yerba mate”). Este trozo de madera, al entrar al taller, accede al mundo productivo, ya transformado en “materia prima”, y al final de su jornada en él, luego de una metamorfosis, quedará convertido en “producto”, el mate, y simultáneamente, en una nueva y diferente condición de “valor de uso”: el “valor agregado”. Esto nos muestra que el hombre social, en cuanto su forma “propietario”, ha sufrido una nueva transformación, pues con su trabajo ha desarrollado un poder de transformar la materia, expresado en la variedad, la cantidad, y la calidad del producto de su trabajo partiendo de los medios materiales aportados por su patrimonio que lo enriquece y acrecienta; de este modo, la forma “propietario” se ve enriquecida bajo la forma “productor”. En esta instancia, puede que el dueño tire a la basura su viejo y ya roto mate atado con alambre, que a duras penas prestaba su servicio, ingresando por ello a la condición de valor de uso obsoleto, o si se había roto de modo tal que ya no podía prestar servicio alguno, ingresando a la condición de basura o residuo del consumo, y concomitantemente, perdiendo por ello su condición de valor de uso, y lo reemplace por este otro recién construido, sufriendo con esto una nueva transformación, ya que con el uso personal que él hace de los bienes de su patrimonio (actividad consumidora) ha desarrollado un poder consumidor, enriqueciendo de esta manera la forma “propietario” de su ser social bajo la forma “consumidor”; pero puede también que su dueño se sirva de su antiguo mate todavía en perfectas condiciones, y decida volcar el nuevo a la sociedad para que le sea útil a otro, entonces lo llevará a su quiosco que atiende su mujer en el living de la casa, que da a la calle, y lo pone en el estante en un lugar estratégico. Al momento de ingresar al quiosco, nuestro mate ha abandonado el mundo productivo-consumidor para ingresar al mundo del mercado, donde allí vive en la condición de “mercancía” o “valor de cambio”. Aquí vemos cómo el “productor” y “propietario” ha sufrido una nueva transformación, ya que merced al trabajo del quiosco ha desarrollado un poder para hacer circular dentro de la sociedad en que se mueve los valores materiales contenidos en su patrimonio, viéndose enriquecida la forma “propietario” y optativamente la forma “productor”, con la forma “comerciante”. Pero ocurre que en el mundo del mercado coexiste con todos los tipos de mercancías que en él viven, una muy especial, cuya característica material no interesa: puede ser un trozo moldeado y codificado de piedra, metal, papel, etc. Se llama “dinero” o “moneda”, y lo que sí interesa es la imagen que tenga estampada en su cuerpo y la identificación de la usina que le dio existencia, que lo identifique como tal dinero, bastará con que un billete tenga una ligera diferencia en su imagen con su billete prototipo, para que se diga de él que es falso, lo cual lo inhabilita para que alguien se sirva de él como tal dinero, su dueño no podrá intercambiarlo con nadie y por nada, y pierde su condición de dinero. Y esto porque está estipulado socialmente que quien genera ese dinero (el socialmente considerado dinero auténtico) es el Estado, el único autorizado socialmente para generar dinero. El billete de dinero generado por cualquier otra procedencia particular, por más parecido que sea al dinero auténtico, es considerado dinero falso, y a su generador: un delincuente falsificador de dinero y le corresponde un castigo, estipulado en el derecho penal. Bueno, en el mundo del mercado, su propiedad útil consiste en intercambiarse proporcionalmente por todas y cada una de las mercancías existentes en él, en función de su magnitud, e incluso por sí mismo, cuando uno pide “cambio”, y cuya condición consiste en ser objeto de propiedad de quien lo tenga, y también otra característica de su condición es que solo habita en el mundo del mercado. Por lo tanto una economía (nacional o mundial) contiene dos mundos: el mundo productivo-consumidor (que es uno solo y el mismo), y el mundo del mercado, o también, mundo del comercio. Los bienes o valores de uso son ciudadanos del primero, y las mercancías y el dinero son ciudadanas del segundo.

      De este modo, si negamos en general todas las potencias del hombre embrionario o desposeído, obtendremos que aquel factor negador es siempre el trabajo (del hombre, la máquina y algunos animales), y que la síntesis total de ese proceso es: el hombre corporal o poder laboral + el poder patrimonial + el poder consumidor + el poder productor + el poder cambiario, y que las sucesivas formas del ser social del hombre, según el orden expuesto es: → el “desposeído” → el “propietario” → el “consumidor” → el “productor” y → el “Comerciante”, y como una forma especial del comerciante para quien comercia con el dinero, el “financista”, y ahora también otra forma actualmente muy en boga: el “inversor”. Del mismo modo, si negamos en general todas las potencias


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