Antonio Gramsci y el Trabajo Social. JuanManuel Latorre

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Antonio Gramsci y el Trabajo Social - JuanManuel Latorre


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modelo de producción capitalista. Lo que fue en Europa la «cuestión social», se vive igualmente en Chile y América Latina, debido precisamente a los procesos de industrialización y urbanización de la época. La nueva clase trabajadora, principalmente migrantes del campo a la ciudad, declina ante condiciones de pobreza y miseria inhumana. Así relata Martinelli (1997) la crisis enfrentada por el capitalismo en su expansión y las consecuencias reflejadas en la vida de la clase trabajadora; condiciones que son análogas para el caso de América Latina:

      El crecimiento de la clase trabajadora excedía la demanda de mano de obra, hipertrofiando el ejército industrial de reserva y produciendo el inquietante fenómeno de la generalización de la pobreza, por los riesgos sociales implícitos. En los distritos industriales donde se concentraba la población obrera, la escuálida cara de la miseria, más que una metáfora, era la dura realidad; era la cara de un amplio segmento de la población relegado a una vida subhumana. La ausencia de inversiones en infraestructura urbana, el marcante desprecio por las condiciones de vida del trabajador, en especial lo que se refiere a salud y de habitación, producían un apreciable deterioro de la calidad de vida obrera, que era acompañada de un significativo aumento de los niveles de morbilidad y de mortalidad de la población adulta e infantil. Viviendo una vida minada por enfermedades, por el hambre, por adversidades de las condiciones de trabajo, y habitando locales insalubres e impropios para la vida humana, la familia obrera tenía su expectativa de vida reducida, siendo frecuentes los óbitos de adultos, jóvenes y niños. (p. 78)

      Esta vida precaria, insalubre y marginal constituía la principal característica de la clase trabajadora; era la expresión de las desigualdades de clase, porque había una porción de la población que deambulaba intentando vender su mano de obra a cambio de un pago que le permitiera sobrevivir, y había otra que se enriquecía desmedidamente por los frutos del trabajo de esa mano de obra. La pobreza era generalizada.

      La «cuestión social» no era exclusivamente el problema de la precarización, sino que a ello se sumaba el embate político, es decir, la posición que asumía la clase trabajadora para intentar subvertir el orden burgués. Había un descontento en la población, y la clase trabajadora organizada era una amenaza para el orden social. Esta clase trabajadora puso en escena pública la «cuestión social», como señala Martinelli (1997), y generó así también una inestabilidad política, una turbulencia social, porque había una fuerza que venía a hacer contrapeso al orden social establecido. Precisamente por esto, Manrique Castro (1982) reconoce en Chile un momento de inestabilidad política y de turbulencias sociales con realce en el papel del movimiento obrero y del movimiento popular.

      El interés del Estado, sumado a las demandas de la clase trabajadora, permite configurar la estructura en la cual surge el profesional de trabajo social. La respuesta del Estado a las demandas de legislación laboral se explica entonces por esa confluencia de intereses de clase, donde se mantenía el orden social a la vez que se respondía a las demandas de la clase trabajadora. Se tiene, entonces, una situación de pauperización de la clase trabajadora, dada por las relaciones sociales capitalistas y por un embate político de esta misma clase. Estas dos circunstancias constituyen la llamada «cuestión social», están relacionadas y son expresiones de las desigualdades de clase. El embate político y la posición de fuerza política que ocupa la clase trabajadora explican la preocupación y movilización del Estado para convocar formas de enfrentar lo que comúnmente se denominaría pobreza.

      En este contexto, el Estado se establece como mediador institucional para mantener el orden social en las condiciones de desarrollo capitalista, por medio de la legislación laboral y social. La formación del Estado social o Estado de bienestar tiene como asiento estas condiciones, y la intervención del Estado intenta atender esas necesidades de la clase trabajadora. Era necesario el impulso de profesionales como el asistente social, que hacían parte de la estructura que ponía en escena esta legislación. Netto (2002) interpreta la intervención sistemática del Estado burgués en la «cuestión social» como un proceso que supera las medidas represivas, y lo considera «integrador» al asumir la forma de políticas sociales en el marco de lo cual se institucionaliza la profesión (p. 21).

      Vale resaltar que para algunos autores lo que promueve esta acción del Estado es un reformismo social que en nada cambia las condiciones estructurales en la distribución de ingresos o desigualdades de clase. De ese modo, según Mandel (1985), el Estado social es funcional a la coexistencia de estas desigualdades y a la permanencia de los intereses de la clase dominante. Lo que se promueve con el Estado social no es una redistribución de la renta, como podría pensarse, sino un reformismo social que no cambia las estructuras de poder, sino que estabiliza la economía capitalista:

      Todas las ilusiones subsecuentes relativas a un «Estado social» se basan en una extrapolación arbitraria de la tendencia en la falsa creencia en que una redistribución creciente de la renta nacional quitaría al capital para dar al trabajo [...] Las ilusiones en cuanto a la posibilidad de la socialización a través de la redistribución no pasan de etapas preliminares de desarrollo de un reformismo cuyo fin lógico es un programa completo para la estabilización efectiva de la economía capitalista y de sus niveles de lucro. (Mandel, 1985, p. 339)

      La influencia de la Iglesia católica

      Este es el doble interés presente en la constitución del Estado social y las estructuras necesarias para su puesta en marcha. A lo que se debe agregar el importante papel que cumple la Iglesia católica en la profesionalización del trabajo social. Como ya se vio, la primera escuela de servicio social tiene un origen estrecho en la acción del Estado, quien, a su vez, respondía a las presiones de la clase trabajadora. A esto se suma la Iglesia católica, que empieza a jugar un papel importante en la formación impartida en estas primeras escuelas. La relación Iglesia-profesión trabajo social se origina en Europa y Norteamérica, y no es la excepción para el caso de América Latina. El hecho de ser la principal gestora de obras asistenciales y de caridad hace que la Iglesia católica sea también un actor influyente en el origen de la profesión.

      Así, en 1929, también en Chile surge la segunda escuela de trabajo social y la primera con influencia de la Iglesia católica. A diferencia de la escuela fundada en 1925 por el médico chileno Alejandro del Río, la escuela católica Elvira Matte de Cruchaga, fundada en 1929, no tenía su papel limitado a la ocupación del médico, y su carácter era confesional. Otra gran diferencia entre estas escuelas es que la Matte de Cruchaga se establece como el modelo de escuela que se propaga para América Latina, atribuido este proceso a la fuerte influencia ideológica de la Iglesia (Manrique Castro, 1982). Independiente de las diferencias entre estas dos escuelas, Manrique Castro señala que «lo fundamental era la coincidencia de ambas al ser herramientas funcionales a la defensa, resguardo y reforma del régimen de clases imperante» (p. 72).

      Manrique Castro se pregunta sobre la conveniencia de la creación de dos escuelas de servicio social, que en apariencia podría no ser importante, y llega a la conclusión de la necesidad que tenía la Iglesia católica de renovar sus intelectuales orgánicos, donde el trabajo social es propicio para este proceso:

      ¿Por qué fue necesaria la creación de la escuela EMC si pocos años antes se había fundado aquella gestada por el Dr. Alejandro del Río? ¿No era posible reforzar aquel primer esfuerzo? ¿Cuáles eran las motivaciones que determinaban su creación? La formación de la escuela EMC está situada en el contexto de los intereses globales de la Iglesia católica, que procura colocarse a la cabeza del conjunto del movimiento intelectual para recuperar su sitial de conductora moral de la sociedad […] la Iglesia debía redoblar su acción en los terrenos más diversos, renovando sus intelectuales orgánicos y dotándolos de los instrumentos de acción que el momento requería. (p. 68)

      La intervención del trabajo social en la «cuestión social» es ahora la preocupación de la Iglesia. Los alcances de la Iglesia católica en su intervención corresponden a un proceso generalizado en América Latina, una respuesta global basada en un discurso oficial —menciona Manrique Castro (p. 72)—, por supuesto, ajustado a las consecuencias de los procesos de desarrollo capitalista. La Iglesia experimentó la pérdida de poder y privilegios propios del feudalismo, y su estrategia ideológica debía surcar otros rumbos que le permitieran mantener la influencia social que ha mantenido en toda su historia:

      Asentada


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