Yo no pedí ser oro. Patricia Adrianzén de Vergara
Читать онлайн книгу.a reemplazarme, era muy tarde, habíamos acordado que él pasaría la noche al lado de Roger para que yo regrese a casa a dar de lactar a mi pequeña Nataly, que estaba tan débil, tan pequeñita aún. Le conté el incidente con el medicamento y me dijo que gracias a Dios había sucedido cuando yo estaba, pues seguramente él no le hubiera dado importancia, hubiera reaccionado como la enfermera. Miré una vez más a mi hijo dormido, sentía tanto tener que dejarlo así, comprobé en secreto nuevamente su respiración, quería decirle tantas cosas. El pastor amigo me esperaba, mi esposo le había pedido que me acompañe a casa pues la hora era avanzada. Caminé seguramente con una sonrisa de gratitud y salí de la sala de emergencias dejando un pedazo de mí en una camilla.
11
BUSCANDO UNA SALIDA
“Gozosos en la esperanza, sufridos en la tribulación, constantes en la oración”.
(Romanos 12:12)
Queríamos ir a Lima. Había un Congreso misionero en la iglesia que nos había enviado y nuestro deseo era participar en él. Además, era mi intención llevar a Nataly a otros médicos y que ellos me confirmaran su diagnóstico. Nataly ya caminaba, pero estaba tan débil que tropezaba y caía. Fue en estas circunstancias que Roger también enfermó. El médico nos dijo que, aunque los análisis arrojaban negativo, él estaba seguro que se trataba de una hepatitis severa y que el niño se encontraba en la fase más crítica y que no podía viajar. No, ni siquiera en avión, no era recomendable, mejor esperar a que mejore, al menos a que salga del estado tan crítico que se encontraba. A pesar del suero los vómitos no cedían, las inyecciones no ayudaban mucho, Roger se seguía consumiendo y deshidratando, ya estaba en casa, pero seguramente tendría que volver al hospital. Observé nuevamente la frecuencia de los vómitos y tomé una decisión. Nos iríamos a Lima. Allí lo haría ver en la clínica donde mi papá y mi hermana, ambos médicos, trabajaban. Estaba allí también su pediatra de antes tan acertada y deseaba que evaluara también a Nataly. No, no me quedaría aquí ni un día más, resistiría el avión, tenía que resistirlo. Contagié a mi esposo con mi actitud convincente y comenzamos a hacer las maletas, empaqué con nerviosismo y rapidez mientras él preguntaba por teléfono si había vuelo de noche. No, no había. El último acababa de salir, pero al día siguiente temprano, a las seis de la mañana. Seguí empacando. Era como luchar con una esperanza. Lima en ese momento llegó a significar la salida, el escape, la puerta hacia la sanidad que aquí no tenía cuando llegar. La Enfermerita estaba en casa. Le pedí por favor que se fuera lo más tarde posible para inyectar nuevamente a Rogercito. Así lo hizo. A las 9:30 p.m. le puso la última inyección, cuyo efecto dura aproximadamente seis horas, pero yo oré para que durara hasta que lleguemos a nuestro destino. Roger siguió vomitando esa noche. La expectativa de la salida me dio aun más fuerzas.
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