El pasado cambiante. José María Gómez Herráez
Читать онлайн книгу.de la trayectoria profesional de Bloch en París, C. Fink (2004: 183) también advierte de los límites que en sus aspiraciones pudieron suponer tanto las actitudes antijudías como su inconformismo intelectual. En toco caso, esta autora manifiesta la gran dificultad que suponía entrar en el codiciado Colegio: se necesitaba, en sus palabras, «una combinación de prestigio intelectual, contactos profesionales y buena suerte».
16. Por ejemplo, Linares (1966), Cámara (1984), Gómez Herráez (1993) y Capitán (2000).
17. Aunque parece atribuir al sistema educativo un poder coercitivo independiente del sistema social, Feyerabend (1982: 207) todavía llega más lejos en esta crítica: «Lo que descubren al cursar sus estudios es que el “pensamiento responsable” es en realidad falta de perspectiva, que la “competencia profesional” es en realidad ignorancia y que la “erudición” no es más que estreñimiento mental. De este modo, la enseñanza primaria se une a la enseñanza superior para producir individuos sumamente limitados y esclavizados en sus perspectivas, aunque no por ello menos resueltos a imponer límites a los demás en nombre del conocimiento».
18. En realidad, F. di Trocchio consideraba consustanciales al desarrollo científico el recurso a la mentira y la adulteración personal de los datos, pero no simplemente por ese interés privado, por la búsqueda de prestigio o por el afán de desacreditar al adversario, que abocarían a lo que él designa como «estafas vulgares» de fácil desenmascaramiento. A partir de la idea popperiana de que nunca resulta posible demostrar de forma concluyente la veracidad de una teoría, este autor estima también característico el recurso a la falsificación por parte de «genios desinteresados» que sólo así pueden lograr la aceptación de sus ideas en interés de la ciencia. Se trataría, en estos otros casos, de sublimes argucias, de recursos retóricos para convencer en aras del progreso científico, por lo que merecen el mejor juicio por parte de este ensayista.
19. Horkheimer, en Lenk (comp.) (1982: 247), Berger y Luckmann (1998: 23) y Mulkay (1995: 19).
20. Entre los textos que observan esta aportación desde distintos prismas, figuran Bernal y otros (1968), Medina (1995: 73), Mulkay (1995: 19), Bunge (2000: 230-231, 247) y Pardo (2001: 180-182).
21. Este libro apareció por primera vez en plena Guerra Fría, en 1954. Bastante antes, en 1939, Bernal ya había publicado otra obra, La función social de la ciencia, donde defendía la necesidad de planificación en este ámbito. Sostendría sus reflexiones en publicaciones, conferencias y encuentros diversos. En la introducción del libro de homenaje que se le dedicó en 1964 (Bernal y otros, 1968), Goldsmith y Mackay presentaban su departamento en Londres como centro de celebración de «consejos de paz y de guerra, académicos, políticos y científicos».
22. Con este criterio, a propósito de la experiencia del valle del Tennessee, coincidían Baran y Sweezy (1973: 134) al considerar que había sido su éxito, precisamente, el que condujo al desarrollo por parte de los grupos oligárquicos de una política de crítica, obstrucción e impedimento de iniciativas similares. Al hablar de experimentación en ciencias sociales, Bernal piensa, como se ve, en el ensayo de fórmulas alternativas al capitalismo liberal.
23. Latour aplica esta situación tanto a las ciencias naturales como a las sociales. De este modo, a propósito de la economía, concreta lo siguiente (Latour, 1992: 242): «El estado de la economía, por ejemplo, no puede emplearse de forma no problemática para explicar la ciencia porque él mismo es el resultado tremendamente controvertido de otro tipo de ciencia: la económica» (obtenida a partir de cientos de centros de estadística, de cuestionarios, de encuestas e investigaciones y de un procesamiento de los datos en centros de cálculo). Del mismo modo, la definición de sociedad se gesta en los departamentos de sociología, en los periódicos y en los centros de estadística: cuestionarios, archivos, investigaciones, artículos, congresos... y es el acuerdo emergido de esos espacios el que cierra las controversias. «Esos resultados –nos dice– también perecerán si salen al exterior de las finas redes tan necesarias para su subsistencia». Un símil final resulta aclarador (Latour, 1992: 243): «La situación es exactamente la misma para las ciencias que para el gas, la electricidad, la televisión por cable, el suministro de agua o el teléfono. En todos los casos tienes que estar conectado a costosas redes que a su vez deben mantenerse y extenderse».
24. Bunge (1985a: 42) observa una especie de farsa en el comportamiento de los relativistas (antirrealismo en el mensaje de su cátedra, cordura y realismo en su vida cotidiana). Bajo su perspectiva altamente dicotómica en torno al dilema realismo-antirrealismo, tampoco entiende la aceptación recibida por este grupo: «Permítaseme insistir en esta curiosa dualidad o esquizofrenia intelectual. Mientras en la vida diaria desconfiamos de los fantasistas y proyectistas, en el terreno filosófico tratamos respetuosamente a quienes no creen en la realidad del mundo exterior o en la posibilidad de conocerlo. En particular, tratamos con deferencia a los colegas que niegan que la ciencia y la técnica modernas sean superiores a la superchería. Para peor, hay quienes interpretan el antirrealismo filosófico como signo de ingenio y profundidad, no de desequilibrio mental, de ignorancia, o de deseo de llamar la atención».
25. Pese a que no valora la existencia de tradiciones rivales, E. Primo (1994: capítulo 4) examina la variedad de circunstancias y problemas que conllevan tanto la presión para publicar (el «publica o perece») como los filtros ideados para su logro (el sistema de referees, especialmente gravoso para investigadores noveles y desconocidos). Más adelante, este autor (Primo, 1994: 246), que entiende que dicho sistema inhibe de abordar trabajos con resultados a largo plazo o con riesgos altos de fracaso, propone una alternativa no basada sólo en estos criterios, aunque no desprovista de problemas: «Así, la evaluación del mérito de una labor no puede basarse exclusivamente, ni aun principalmente, en criterios bibliométricos; nada puede sustituir a la visita, la entrevista, la conversación y la estimación directa del trabajo que se realiza. Un investigador experimentado aprecia rápidamente si un grupo trabaja bien o mal, poco o mucho, si lo hace con entusiasmo, si sus objetivos son elevados o mezquinos y si los medios que tiene se aprovechan con alto o bajo rendimiento; y esto es lo que hay que juzgar principalmente, independientemente de que publique poco o mucho».
26. Por ejemplo, algunas colaboraciones en Nombela (ed.) (2004). En la introducción, el propio editor se refiere, entre los posibles efectos adversos de la ciencia, a su capacidad destructiva, su contribución a la acumulación de poder o su acentuación de las diferencias sociales.
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