Tomar el control. Javier Urra

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Tomar el control - Javier Urra


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33. Invitación a dar respuesta a algunas preguntas

       34. Lo que nos enseña la pandemia

       Anexo I

       10 obras literarias fundamentales sobre epidemias

       Anexo II

       10 libros sobre la historia de las antiguas y nuevas epidemias

       Anexo III

       10 libros escritos en un confinamiento que hicieron historia

       Anexo IV

       Sentimientos, percepciones y reflexiones sobre los miedos

       Epílogo

       Índice temático

       Índice de autores

       Personajes citados

       Bibliografía

       Otros libros de Javier Urra en Editorial Sentir

       El valor no es la ausencia de miedo, sino más bien la evaluación de que algo es más importante que el miedo.

      Franklin D. Roosevelt

      INTRODUCCIÓN

      Psicológicamente, la pandemia genera tristeza y depresión. Conlleva incertidumbre, impotencia, vulnerabilidad, alerta. Con el tiempo, despierta reacciones de adaptación a una circunstancia que es nueva y estresante. Además, hay casos que agravan una psicopatología previa.

      No hay duda de que no estábamos preparados para gestionar una crisis pandémica, y esta no es la más letal. Pero sí la peor.

      Hemos comprobado que, ante gravísimos desastres, la mayoría de la población alcanza a manejar sus emociones. Y es que, hasta que no se enfrentan circunstancias extraordinarias, no se sabe de la resistencia de la que cada cual es capaz. Es más, la angustia psicológica tarda algún tiempo en convertirse en un trastorno persistente que obligue a buscar tratamiento.

      La pandemia y el confinamiento nos obligan a pensar, a valorar lo esencial, a diferenciarlo de lo superfluo, a revisar nuestra vida personal, social, política.

      Nos obligan, desde la responsabilidad colectiva, a sentar las bases de un futuro diferente. Nuestra capacidad de decidir está en juego.

      El mundo se ha convertido en un laboratorio social y psicológico donde el prójimo es alguien a quien se desea abrazar y también un potencial portador de la enfermedad.

      El virus nos ha confirmado que estamos en una aldea global; se trata de un virus comunicacional que también se ha expandido por las redes.

      La psicología se enfrenta al reto de interpretar lo pasado, diagnosticar lo presente y pronosticar lo futuro.

      Quizá sea pertinente citar a Pascal: «Toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa: no saber permanecer en reposo en una habitación».

      Permitámonos unas gotas de ironía; pura vida. De haber podido tomar una única decisión, ¿lo mejor hubiera sido no nacer? O por contra, si muriéramos ahora, quizá solo deberíamos dar las gracias por lo vivido.

      En todo caso, ¿cómo pensamos aprovechar la vida que nos reste?

      Nos toca imaginar el futuro y, aun sabiendo que puede no acontecer, comprometernos con él.

      Debemos cuidar nuestras opiniones y aspiraciones, analizar la realidad, contextualizar; conocer las propias limitaciones depende de nosotros mismos. ¿Cómo esforzarse para adaptarse a la necesaria metamorfosis que el cambio en la forma de vida conllevará?

      Partimos de que «crisis» significa situación grave y decisiva; y partimos también de una moderada confianza en la humanidad, incluso en los roles/en el papel/en las funciones/en el buen hacer de los ciudadanos. Y es que en los seres humanos hay muchos más aspectos que admirar que cosas que despreciar. Somos, sí, unos primates colaborativos desde los primeros meses de vida, y poseemos generosidad, solidaridad, compasión, hasta el punto de poner en riesgo nuestra vida por los otros (incluso cuando no son conocidos).

      Tenemos necesidad del otro, y mantenerse en contacto es ahora más importante que nunca, como lo es contagiar esperanza, enviar mensajes empáticos y sensibles.

      En este repensar el futuro cabe investigar sobre las vacunas y prepararnos para la próxima pandemia.

      Las páginas que tiene ante usted buscan aunar el rigor del razonamiento científico y la lucidez y sencillez de la buena divulgación.

      Fue el psicólogo suizo Jung quien acuñó el concepto de «epidemia psíquica», un peligro mayor que las catástrofes naturales. «Las multitudes siempre se alimentan de epidemias psíquicas», dijo.

      Hablamos del inconsciente colectivo de la humanidad, pues caer colectivamente en el miedo nos permite ser fácilmente manipulados y controlados.

      Como afirmó el citado C. G. Jung, «el mundo de hoy pende de un delgado hilo, y ese hilo es la psique del hombre».

      No reneguemos de nuestras percepciones individuales, no nos disociemos de nuestra estimulante capacidad para discernir entre nuestro espejismo de la imagen interna de lo que creemos que es la verdad y lo que realmente está sucediendo.

      Hemos de estudiar las distintas reacciones de las diferentes culturas y también a quienes buscan socializarse en contraposición con quienes huyen de reunirse, pues se posicionan de forma autoprotectora. Los psicólogos/psiquiatras han descrito el denominado «síndrome de la cabaña», que se da cuando se puede salir a la calle; pero hay quien tiene miedo y se muestra reacio a hacerlo.

      También, y ante la falta de previsión ante las pandemias, deberíamos reconsiderar el crecimiento de las ciudades, primordialmente el de las megalópolis.

      Es un buen momento para preguntarnos cuál es la razón de que se responda pronto a la pandemia y no al cambio climático. Quizá la respuesta se encuentre en que la inmediatez de la primera afecta a los adultos, que solicitan responsabilidad a los jóvenes posibles transmisores; mientras que el cambio climático es señalado por los jóvenes, pero parece preocupar menos a los mayores (las razones son obviamente egoístas y cortoplacistas).

      Haríamos bien, pero no lo haremos, en disociar placer de consumo, valorar la frugalidad y abandonar el paradigma de crecimiento.

      La necesaria ciencia psicológica debe seguir aprendiendo de la naturaleza común a todos y de lo peculiar de cada uno, y es que nuestras mentes no son puramente racionales; además, hay quien no sabe argumentar, que es la base del razonamiento.

      Menos mal que algunas cabezas no renuncian a seguir pensando, a informarse y a formarse para saber, a practicar el análisis de los discursos


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