De compañero a contrarrevolucionario. Joan del Alcàzar Garrido
Читать онлайн книгу.de la imagen como fuente y recurso básico en el trabajo del historiador y en sus aplicaciones investigadoras y docentes en la Historia contemporánea. En este sentido, Bernardo Riego critica que la utilización en las imágenes en la Historia académica se ha llevado a cabo concibiéndolas como meras ilustraciones a los textos, sin hacer apenas esfuerzos conducentes a la integración de las mismas como fuentes de conocimiento histórico. Es por ello que postula la evidente necesidad de «avanzar sobre la integración de la Fotografía como un problema más de la Historia Contemporánea... construyendo adecuados instrumentos de análisis. Un trabajo que deben hacer los propios historiadores». En la misma línea se expresa Mario Díaz Barrado, quien, en referencia a la imagen, señala que «para los historiadores ésta ha sido siempre, y como mucho, un auxiliar a su trabajo», admirándose de que los historiadores de la época contemporánea apenas la tengan en cuenta, pese a que este periodo ha contemplado el innegable triunfo de la imagen, a través del surgimiento y asentamiento, primero, de la fotografía, el cine, la TV y, finalmente, los nuevos soportes surgidos con el desarrollo de la informática. Ver Bernardo Riego: «La historiografía española y los debates sobre la fotografía como fuente histórica», en Ayer, n.º 24, 1996 y Mario P. Díaz Barrado: «Introducción: La imagen en Historia», en Ayer, n.º 24, 1996.
[11] Marc Ferro: Historia contemporánea y cine, Barcelona, Ariel, 1995, p. 38.
[12] Ver David Vásquez: «El cine como registro de una sociedad que cambia», en A. Riquelme (ed.): Chile: historia y presente. Una visión interdisciplinaria, Santiago, Instituto de Historia de la puc, 1995.
[13] Una tesis que explica el origen de la dictadura militar argentina de 1976-1982 en la violencia ejercida por dos «demonios» situados en polos antagónicos: de un lado, grupos izquierdistas y, de otro, ultraderechistas secundados por la sangrienta represión militar que llevo a cabo el régimen. Esta explicación del proceso político posee la ventaja, correlativamente, de exculpar al grueso de la sociedad de los crímenes cometidos durante la última etapa del gobierno peronista (1974-1976) y durante la dictadura (1976-1983). Ver Mario Ranalletti: «La construcción del relato de la historia argentina en el cine, 1983- 1989», Film-historia, volumen IX, n.º 1, Barcelona, 1999.
[14] Mario Ranalletti: «La construcción del relato...», op. cit., p. 7. Entre los dsv citados por Ranalletti, podemos citar No habrá más penas ni olvidos (1983), La historia oficial (1985), La República perdida II (1986) y La noche de los lápices (1986).
[15] Dos de los grandes teóricos a los que todo el mundo cita, y a los que nosotros también reconocemos su magisterio, aunque discrepemos parcialmente de algunas de sus tesis centrales, tal y como se puede comprobar en estas páginas, son R. Rosenstone y M. Ferro. El primero establece tres formas de plasmar la historia en el cine: el film histórico como drama, una especie de ventana abierta al pasado; el film histórico como documento, en el que las imágenes sirven para ilustrar el discurso; el film histórico como experimentación, en la medida que cuestiona nuestras propias ideas sobre la historia. Ferro, por su parte, habla de: películas de reconstrucción histórica, que pueden convertirse en documentos para la historia; películas de ficción histórica, que utilizan el pasado exclusivamente como marco en el que se desarrolla la acción; películas de reconstitución histórica, que se centran en un hecho o un proceso histórico con voluntad reinterpretadora.
[16] R.A. Rosenstone: El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la Historia, Madrid, Ariel, 1997, p. 43.
[17] Con el concepto de «Historia oficial», u otras expresiones similares que en todo caso contienen la adjetivación de «oficial», se hace referencia a un tipo de historia, si no orquestada desde el poder, sí en estrecha sintonía con el discurso de aquel, a cuyos intereses parece servir, en una clara función legitimadora de su hegemonía.
[18] Joan Alcàzar: «Las nuevas fuentes documentales en el estudio de la historia presente de América Latina», en M.P. Díaz Barrado (coord.): Historia del tiempo presente. Teoría y metodología, Cáceres, ICE/Universidad de Extremadura, 1998, pp. 183-188.
[19] R.A. Rosenstone: El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la Historia, Madrid, Ariel, 1997, p. 122.
[20] Recientemente se insiste de forma continua en la necesidad de acrecentar la interdisciplinariedad de la historiografía, pero de una manera equilibrada, y ello tanto hacia adentro —reforzando la unidad disciplinar y científica de la Historia— como hacia fuera, intercambiando métodos, técnicas y enfoques ya con las humanidades —Literatura y Filosofía— como con las ciencias de la naturaleza, sin olvidar las disciplinar emergentes. Esta idea aparece reflejada, entre otros textos, en el ya aludido «Manifiesto de Historia a debate», op. cit., p. 37.
[21] Jorge Nóvoa: <http://www.oolhodahistoria/apologiacine-historia.htm>.
[22] Isabel Burdiel y Justo Serna: Literatura e historia cultural o Por qué los historiadores deberíamos leer novelas, Valencia, Ediciones Episteme, vol. 130, 1996.
[23] Hayden White: El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992.
[24] Con esta idea entronca, a su modo, el deseo expresado por numerosos profesionales de la Historia en el «Manifiesto de Historia a debate», al que ya nos hemos referido, en el que señalan que: «Ha llegado la hora de que la Historia ponga al día su concepto de ciencia, abandonando el objetivismo ingenuo heredado del positivismo del siglo XIX, sin caer en el radical subjetivismo resucitado por la corriente posmoderna a finales del siglo XX». Ver «Manifiesto de Historia a debate», op. cit., p. 36.
[25] Pilar Amador: «El cine como documento social: una propuesta de análisis», en Ayer, n.º 24, 1996, p.115.
[26] Lucien Febvre: Combats per la Història, Barcelona, Planeta, 1976, p. 29.
[27] Pilar Amador: «El cine como documento social: una propuesta de análisis», en Ayer, n.º 24, 1996, p. 115.
[28] Russel B. Nye: «History and Literature: Branches of the same tree», op. cit., p. 139.
[29] Isabel Burdiel y M.ª Cruz Romeo: «Historia y lenguaje: la vuelta al relato dos décadas después», Hispania, LVI/I, n.º 192, 1996, p. 334.
[30] La Universitat de Barcelona ha sido pionera en la utilización docente del cine, en buena medida gracias al empeño y buen hacer de un conjunto de profesores dirigidos por J.M. Caparrós. En la asignatura Historia contemporánea y cine, los estudiantes deben realizar un análisis contextual sobre una película de ficción