Francisco, pastor y teólogo. Varios autores
Читать онлайн книгу.en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor 45.
Francisco dedica la encíclica Laudato si’ al cuidado de la casa común, nueva obra de misericordia.
e) Misericordia y discernimiento
La espiritualidad ignaciana lleva a Francisco a discernir de manera particular los signos de los tiempos para conocer los modos y acentos de la misericordia vivida en y desde el corazón de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, especialmente la Constitución Gaudium et spes, va tomando forma y se va abriendo paso a través del discernimiento propuesto por el papa. Uno de los profesores más influyentes de Bergoglio, el jesuita argentino y teólogo Juan Carlos Scannone, indica:
Lo que le caracteriza es la práctica del discernimiento del espíritu, en particular de la presencia y la acción del Espíritu Santo, que nos hace reconocer en Cristo la voluntad del Padre. Estoy convencido de que este discernimiento ayudará a Francisco a guiar y gobernar la Iglesia del siglo XXI 46.
El hilo de oro de la misericordia hilvana la ética social del papa Francisco, su poner a los pobres en el centro del camino tanto de la Iglesia como de la humanidad global, y su modo de proceder para discernir la acción salvadora de Cristo y del Espíritu –las dos manos del Padre– en la historia y la acción histórica 47.
Francisco pide la práctica del discernimiento a toda la Iglesia. En la Exhortación apostólica Amoris laetitia dedica el capítulo VIII a «acompañar, discernir e integrar la fragilidad», donde trata el tema del discernimiento de las situaciones llamadas «irregulares» (AL 296-300), las circunstancias atenuantes en el discernimiento pastoral (AL 300-303) y normas para el discernimiento (AL 304-306).
El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites 48.
Es verdad, por ejemplo, que la misericordia no excluye la justicia y la verdad, pero ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios. Por ello, siempre conviene considerar «inadecuada cualquier concepción teológica que en último término ponga en duda la omnipotencia de Dios y, en especial, su misericordia» 49.
Esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar y, sobre todo, a integrar. Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia, para «realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales» 50.
f) La alegría de la misericordia
La alegría acompaña la vida, el pensamiento, la pastoral y muchas expresiones de Francisco: «La alegría del Evangelio», «Alegraos y regocijaos», «La alegría del amor», etc. Y es que «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. [...] La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida» 51.
La misericordia es fuente de alegría y, al mismo tiempo, nace de un corazón alegre. «Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9,7). La alegría es lo que podríamos llamar la «prueba de verificación» de un corazón misericordioso. Es un fruto del Espíritu.
Jesús mismo dice en el evangelio de Juan: «Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 5,11-13).
Francisco se hace eco de la maestría de Jesús indicando el camino que lleva a la felicidad y a la alegría, que tanto anhela la humanidad, y que no es otro que el camino de la misericordia, del amor, de la entrega de la vida. «Sed misericordiosos como el Padre vuestro es misericordioso» (Lc 6,36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y de paz 52.
UNA IGLESIA POBRE PARA LOS POBRES.
LOS POBRES COMO DATO TEOLÓGICO
ARMAND PUIG I TÀRRECH
Barcelona
1. Una Iglesia pobre y de los pobres
El papa Francisco, con su pontificado, ha culminado un itinerario que arranca con el Concilio Vaticano II. El 11 de septiembre de 1962, el papa Roncalli pronunció un radiomensaje que venía a ser el prólogo del Concilio, que empezaría un mes después. San Juan XXIII decía: «La Iglesia se presenta como es y quiere ser, como la Iglesia de todos, y especialmente la Iglesia de los pobres» 1. Apenas empezó el Concilio, el 20 de octubre, los padres conciliares asumían el tema de la Iglesia y los pobres. Aquellos, en un mensaje ad universos homines, expresaban su preocupación «por los más humildes, los más pobres, los más débiles» 2. Paulatinamente, los pobres pasaban a ocupar un lugar central en la vida de la Iglesia. El 6 de diciembre de aquel mismo año, el cardenal Lercaro subrayaba ante los padres conciliares la perspectiva cristológica con una frase que complementa la del papa Juan citada anteriormente: «El misterio de Cristo en la Iglesia siempre ha sido y es, pero hoy en especial, el misterio de Cristo en los pobres» 3. Quedaban asentados los fundamentos eclesiológico y cristológico de la relación privilegiada entre la comunidad cristiana y los pobres, sus amigos.
Estos fundamentos se retomaron en el n. 8 de la Constitución Lumen gentium, del Vaticano II. El comportamiento de Cristo constituye el referente fundamental para una Iglesia que quiere ser pobre y madre de los pobres y desamparados. Jesús quiso despojarse de sí mismo y vivió en la humildad de un siervo, entre «la pobreza y la persecución». Igualmente, la Iglesia debe predicar con «la humildad y la abnegación», sin confiar en ninguna gloria humana, es decir, renunciando a buscar la afirmación de sí misma mediante la connivencia con los poderes de este mundo, y viviendo de manera pobre y austera. Más aún, sabiéndose pecadora, la Iglesia debe mantener un espíritu de «penitencia y renovación», es decir, debe convertirse constantemente al Evangelio, planteándose una y otra vez en qué se debe reformar. En palabras del papa Francisco, solo una Iglesia en estado de conversión pastoral y de salida misionera (cf. EG 25-27) estará a punto para ser sierva de los pobres y «servir en ellos a Cristo». Una Iglesia que se despoje podrá ocuparse de los despojados y necesitados. Una Iglesia que no sea mundana acogerá a los pobres con alegría. Una Iglesia que reconozca a Jesús en los pobres amará a «todos los que sufren» 4.
El punto de llegada del itinerario que empezó Juan XXIII será la Exhortación Evangelii gaudium, del papa Francisco (EG 186-216). El papa realiza una afirmación de tono intenso y muy personal, que ya había manifestado al empezar su pontificado: «Quiero una Iglesia pobre para los pobres» (EG 198). Este deseo, que brota del corazón de un pastor del pueblo de Dios, pone de manifiesto uno de los puntos de fuerza del discurso teológico-pastoral de Francisco: la proximidad y la amistad con los pobres. La Iglesia y los pobres son dos realidades íntimamente emparentadas por la figura de Jesús, que nace, vive y muere pobre, y que se convierte en el Salvador del mundo enviado a llevar a los pobres la buena noticia del Evangelio (Lc 4,18; EG 186). Por eso, como dice el papa Bergoglio, «todo el camino de nuestra redención», todo el camino que Jesús hizo para que lo reconociéramos y nos reconociéramos en los más pequeños, «está signado por los pobres» (EG 197) 5.
2. La escucha del clamor de los pobres
Los pobres son, en muchos casos, anónimos e invisibles. No tienen nombre y quedan como diluidos en la multitud de paisajes urbanos que forman nuestras ciudades. No tienen ni voz ni medios para que les escuchen en una sociedad que alardea de ser la sociedad de la comunicación. No son conocidos, sino más bien juzgados en un mundo donde el que más tiene menos debe justificar sus decisiones. No son valorados, sino más bien