Francisco, pastor y teólogo. Varios autores

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Francisco, pastor y teólogo - Varios autores


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forman parte inalienable de la historia y solo son excluidos de esta cuando se niega que son sus protagonistas. Los pobres forman parte integrante y primera de la realidad histórica, tal como se deduce del anuncio profético de Jesús: «Pobres tendréis siempre con vosotros» (Mc 14,7 y par.). Además, los pobres forman parte de la confesión de fe en Jesús, Hijo de Dios y pobre entre los pobres. Por consiguiente, en este momento eclesial que podríamos calificar de segundo posconcilio, no se puede hacer teología al margen de los pobres como destinatarios preferentes del Evangelio y sujetos activos de la realidad histórica. Ellos, los pobres, tienen «nombres y apellidos, espíritus y rostros» 27.

      Podríamos apuntar algunas consecuencias teológicas y pastorales de lo que se ha dicho hasta aquí a la luz de las propuestas del papa Francisco. En primer lugar, el carácter universal y, por tanto, inclusivo de la salvación de Dios se aplica de manera preferente a los excluidos y a los descartados de la historia, a quienes no cuentan para nada y caen en el olvido. La justicia salvadora de Dios se manifiesta sobre todo en quienes necesitan su amparo: «El Señor defenderá al humilde, llevará la causa de los pobres» (Sal 140,13). El compromiso divino se mantendrá. Pero hace falta un compromiso humano que lo recoja y lo plasme: hay que defender «al débil y al huérfano» y hacer justicia «al humilde y al pobre» (Sal 82,3).

      La centralidad del tema de los pobres en el pensamiento del papa invita a leer la historia de la salvación en categorías menos genéricas y más concretas: Dios se fija en los más pequeños, los elige y los salva, de acuerdo con la teología que hay detrás del Magnificat, pieza clave del mensaje cristiano (Lc 1,46-55). Así lo recalca la carta de Santiago: «¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?» (2,5). El designio salvador de Dios pasa por los pobres. La luz de la salvación empieza por ellos, los periféricos, y por ellos se extiende a los demás. La opción preferente por los pobres tiene una raíz teologal.

      En segundo lugar, la sensibilidad hacia los pobres –no abandonarles (Is 58,7)– impregna la Ley y los Profetas, y queda asociada al Ungido del Señor, su Mesías. Su misión, respaldada por el Espíritu, tiene como primera finalidad «anunciar la buena nueva a los pobres» (Is 61,1). Jesús utilizó este texto, único en el Primer Testamento, para interpretar su misión mesiánica. En efecto, cuando los enviados por Juan le preguntan a Jesús si es el Mesías o no, él contesta con una retahíla de acciones salvadoras que se resumen en la última: «Se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,5 par.; Lc 7,22). Esta frase es fundamental en la mesianidad de Jesús, como se puede apreciar en el episodio paradigmático de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18, donde se cita Is 61,1-2a).

      Así pues, la mesianidad de Jesús es inseparable de los pobres y de los enfermos, de los niños y de los extranjeros, de los excluidos y de los marginados. Su condición de Mesías de los pobres constituye su ministerio y culmina con su definición final de Mesías sufriente. Su camino con los pobres termina en la cruz, que es signo de la máxima pobreza, del más absoluto desnudarse, el lugar en el que confluyen el camino de los pobres y el camino de Jesús. Él, Jesús, salva a los pobres y los pobres son salvados con él, como sucede con el ladrón condenado a muerte al que Jesús garantiza el paraíso. Jesús es, pues, «instrumento de propiciación» (Rom 3,25), el «mediador de una nueva alianza» (Heb 12,24), quien salva «a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Y, en este pueblo, los pobres ocupan el lugar central. Como consecuencia, como dice el papa, «estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos» (EG 198). Escribe Andrea Riccardi: «Quien encuentra al pobre encuentra al mismo Cristo. Esta es la raíz de aquel humanismo espiritual que crece con la oración y, al mismo tiempo, con el amor a los pobres» 28.

      En tercer lugar, la salvación de Dios pasa a través de los pobres, sus vidas rezuman el Evangelio de Jesús hasta el punto de que son nuestros evangelizadores. Pero el papa Francisco va más allá y habla de «reconocer la fuerza salvífica» de su existencia (EG 198). Los pobres son actores, con Jesús, de la salvación de Dios, ya que su vida contiene tantas semillas de paz, de paciencia, de alegría, de fortaleza en la adversidad, de esperanza, de generosidad, de solidaridad, que pueden considerarse portadores de una buena noticia, la que Jesús comunica como Evangelio del Reino. Por eso el papa invita a poner las vidas de los pobres «en el centro del camino de la Iglesia» (EG 198). En este momento de la historia, entre la crisis y las oportunidades, entre las dificultades y las indecisiones del presente y el futuro que empieza a adivinarse, la Iglesia debe saber discernir su hora y emprender un camino de conversión misionera en el que los pobres tengan un papel nuclear 29. El encuentro con los pobres no es una estrategia, es una realidad teologal y cristológica que la Iglesia debe vivir con aquella fuerza que aparece en los evangelios y que la visión del papa Francisco, sobre todo en Evangelii gaudium, ha puesto como objetivo común. Haciendo una paráfrasis de las conocidas palabras de Benedicto XVI al inicio de su encíclica Deus caritas est, sobre el cristianismo como «encuentro con una Persona», se podría afirmar que el cristianismo es un encuentro con Dios, con su Cristo, con el Espíritu, en la persona de los pobres, los amigos de Dios.

      7. Conclusión

      La opción por los pobres es una de las líneas de fuerza que debe marcar el futuro de la Iglesia. Aquellos son un elemento esencial en el mensaje de Jesús y constituyen un don y una tarea para la Iglesia. Son un don porque representan el Evangelio vivido y acercan a él. Son una tarea eclesial porque la amistad con ellos ayuda a construir una Iglesia que empiece desde las periferias. Los pobres son esenciales en la vida de la Iglesia, y la tarea de cuidarlos no se puede delegar a un sector eclesial, ya que pertenece a la estructura histórica de la confesión de fe. Acoger a los pobres no es una acción asistencial –como la que podría hacer una administración pública–, sino una acción esencial en relación con el Evangelio de Jesús: los pobres siempre estarán en la Iglesia y habrá que hacerles el bien, es decir, acogerlos, integrarlos y amarlos como hermanos más pequeños del Señor Jesucristo. Lo que le hacemos a uno de ellos se lo hacemos al mismo Jesús (Mt 25,40). Como afirma el papa Francisco, la Iglesia debe ser «casa de los pobres» (EG 199), a imitación de Jesús, Mesías de los pobres.

      La misión de la Iglesia es comunicar el Evangelio, pero el anuncio evangélico puede ser incomprendido o quedar ahogado «en un mar de palabras», como destaca Juan Pablo II, si no va acompañado de una opción preferencial por los pobres (cf. EG 199). Más aún, la atención a los pobres es un signo excelente de credibilidad de la predicación del Evangelio. Sin un testimonio de cercanía y de atención por los más pequeños, el mensaje de Jesús puede quedar diluido entre un enjambre de propuestas de salvación que pueblan la cultura actual. El amor por los pobres no solo ayuda a entender el corazón del Evangelio, sino que es un elemento fundamental para vivirlo. Por otra parte, como ya apuntó el teólogo Yves Congar en una conferencia de 1964, los pobres son un medio o camino para encontrar a Cristo, ya que en su vida germinan semillas evangélicas que despiertan el espíritu de quienes los conocen y se hacen amigos suyos. La vida de los pobres es evangelizadora. Su testimonio puede suscitar el descubrimiento de Cristo en ellos y llevar a un encuentro personal con Jesús.

      El mismo Congar escribió en el libro Chiesa e povertà (1968) que no se puede vivir plenamente el misterio de la Iglesia si están ausentes los pobres. Una Iglesia sin los pobres queda sumergida en la mundanidad espiritual y pierde la dimensión profética que los pobres le recuerdan cada día. Una Iglesia que no cultiva la amistad con los pobres se convierte en una organización de tipo asistencial, benemérita por sus acciones a favor de aquellos, pero cerrada en sus instituciones y carente de misericordia hacia los preferidos del Reino. Estos son miembros, como nosotros, de la Iglesia, «la comunidad de los salvados que viven la alegría del Señor», no simples usuarios de «una ONG, de una organización paraestatal», como subrayó el papa en la homilía conclusiva del Sínodo de los jóvenes (2018). Por eso el mensaje sobre los pobres no se puede relativizar ni diluir. Como afirma Andrea Riccardi en el libro La sorpresa di papa Francesco (2013), «la Iglesia amiga de los pobres no tiene miedo de la ternura hacia los débiles».

      En pocas palabras, la misericordia es el marco teológico y pastoral del encuentro con los pobres, tanto por parte de Dios, que siempre toma la iniciativa en el amor a los más pequeños, como por parte de la comunidad de fe y de amor que es la Iglesia, que


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