Curva Peligrosa. Pamela Fagan Hutchins
Читать онлайн книгу.las mismas cosas que a ellos. Pero a Trish no se le daba muy bien fingir, aunque pudiera estropear las cosas.
"No está muy lejos. Tendremos que faltar a la escuela y todo eso".
"¿La señorita de las notas perfectas podría sacar un simple notable?"
Oyó un clic en la línea telefónica. "¿Alguien acaba de contestar?"
"No lo creo", dijo Brandon. "Hola, hola, ¿hay alguien ahí?".
No hubo respuesta.
Trish giró su silla hacia la ventana y habló más bajo. "Mi madre tampoco quiere ir, pero está permitiendo que mi padre me lleve. Ella está siendo cómplice de mi secuestro. Debería huir".
"Así es. No dejes que el tipo te mandonee". Trish oyó la risa en su voz.
"¿Te estás burlando de mí?".
"Sí, un poco. Relájate. Estarás muy lejos. Tienes suerte".
"Vale, si tú lo dices". Se sentía tonta intentando hablar como él, y ni siquiera estaba segura de estar haciéndolo bien.
"¿A dónde van?"
"No lo sé. A algún lugar cerca de Hunter Corral es lo que le dijo a mi madre".
"¿Estás empacando?"
"¿Van de mochileros?"
"No, iremos a caballo, tonto".
"Oh. Sí. En caballos. Y luego a acampar".
"Genial."
"Quizás deberías ir tú en mi lugar".
"O podría conducir hasta allí y decir hola."
"Eso sería genial". El calor volvió a subir a sus mejillas.
La voz de su padre retumbó desde el fondo de la escalera. "Trish, ¿por qué no está tu equipaje en la puerta? Te necesito afuera ahora mismo".
"Tengo que irme, Brandon". Hizo una pausa, casi conteniendo la respiración, esperando que él hiciera las cosas oficiales entre ellos. Eso valdría unos segundos más y la ira de su padre.
Todo lo que él dijo fue: "Sigue tu camino".
Una parte del subidón que había sentido al hablar con él se esfumó. Si volvía y descubría que se él se había liado con Charla Newby, nunca perdonaría a su padre. Charla. Arcadas. Cabello negro largo y rizado y ojos grandes y oscuros. Primer lugar en el rodeo juvenil de este año. Charla conseguía todo lo que quería, y últimamente Trish había oído que quería a Brandon. "Uh, sí. Nos vemos luego".
Colgó y se enfrentó a su padre que ahora estaba en la puerta. Aunque no parecía tan amenazante junto al papel pintado de flores azules que lo enmarcaba.
"¿Estabas hablando por teléfono?"
"Lo siento. Tuve que hablar con un amigo para que me consiguiera las tareas. Ya que voy a faltar a clase".
"Muévete. Ahora".
Ella se armó de valor y soltó: "Papá, si mamá no va, yo tampoco".
"Oh, claro que irás, jovencita".
"Pero no me gusta cazar".
Era cierto. Ella podía disparar. Su padre pensaba que disparar era una habilidad necesaria para la vida, y le había enseñado a disparar cuando tenía once años. A Perry le había ensañado aún más joven. "Todo comienza con la seguridad, y la seguridad comienza con el conocimiento", había dicho. Le hizo cargar y manejar un rifle, un revólver y una escopeta, todo por su cuenta. Su madre había insistido en que, si iba a enseñarles a disparar, también debía enseñarles a defenderse de otras maneras. Les enseñaba defensa personal como si estuvieran en la escuela, con una colchoneta en el suelo del salón y sus tres alumnos, si se cuenta a su madre, frente a él. Los aleccionaba. "Todo lo que un tipo malo te va a hacer en otro lugar es siempre peor que lo que te va a hacer aquí. Así que luchen, luchen, luchen". Luego los instruyó en movimientos de defensa personal. Pinchazos en los ojos. Golpes de cabeza en la nariz. Patadas en la ingle.
Honestamente, su padre era un poco intenso. Y súper friki.
A ella definitivamente, no le gustaba pelear. Pero disparar era divertido, y era buena en eso. Le gustaba más el revólver. No le golpeaba el hombro. Últimamente su nueva ballesta había sido la obsesión de su padre, y Perry y ella habían estado practicando con él.
Pero el año pasado la obligó a ir a cazar antílopes con él. Ella no había querido disparar sola, así que él la había rodeado y había sostenido el rifle con ella. Incluso había puesto su dedo sobre el de ella en el gatillo. Su primer disparo había dado al animal, pero probablemente gracias a ella, no lo había matado. Su padre no tardó en disparar en solitario para acabar con su sufrimiento. Pensar que había herido a un animal y que éste había sufrido, aunque fuera un segundo, por su culpa... Era horrible. Lloró y lloró. Cuando se calmó, tuvieron que sacarle las entrañas en el campo. Su padre la había hecho ver todo. Fue asqueroso. Asqueroso y triste. Y tardaron una eternidad. Luego tuvieron que llevarlo al camión y a casa.
¡Qué asco! Y todo lo que comieron fue antílope durante semanas. A ella le gustaba el antílope, pero se hartó de él, y recordaba la horrible cacería en cada comida.
Su padre seguía hablando. "No tiene que gustarte la caza. Pero vas a ir".
"No quiero".
"No te he preguntado si quieres". Su voz cambió de oscura a luminosa. "Pero va a ser divertido. Ya lo verás".
Ella cambió su tono de desafiante a triste. "Todos mis amigos van a ir a una fiesta de cumpleaños".
"Lástima que no tengan padres geniales que los lleven a cazar alces".
Como la tristeza no funcionaba, puso los ojos en blanco. "Me perderé de una semana de escuela".
"No una semana entera. Le dije a tu madre que sólo estaríamos fuera cuatro días".
El corazón de Trish dio un salto. "¿Sólo cuatro días?" Hizo un gesto con el puño. "Sí".
"No te emociones tanto". Se giró a medio camino de la puerta, mirándola por encima del hombro. "Voy a enganchar el remolque. Reúnete conmigo en la puerta para ayudarme con los caballos. Y trae tu bolso y a tu hermano".
Ella se levantó de un salto y se puso en posición de firmes. "Sí, señor, sargento, señor".
"Muy gracioso. Y cámbiate la ropa por algo que puedas usar en las montañas", dijo, y se fue.
Segundos después, la puerta principal se cerró de golpe tras él.
Refunfuñando, Trish sacó la ropa desordenadamente de sus cajones y la metió en un bolso. Luego saltó sobre una pierna y se quitó las botas. Tiró su bonito conjunto sobre sus botas de imitación, dejando un promontorio desordenado en medio del suelo. Cuando se vistió con una camiseta, unos vaqueros y unas botas vaqueras, se hizo un último cambio, quitándose las gomas negras de las trenzas y sustituyéndolas por los cierres de bola con cara sonriente que aún le gustaban pero que ya no podía llevar en público. Luego se echó el bolso al hombro. Tal vez no necesitara todas estas cosas. Pero no le importaba. A veces hacía mucho frío en las montañas. Pasar frío es una mierda.
Salió a toda prisa de su habitación, suspirando, y casi choca con su madre en el pasillo. Estaba oscuro, ya que toda la parte trasera de la planta baja era subterránea y no tenía ventanas, aunque la parte delantera sí. Era una especie de caseta gigante, que ella sólo conocía porque su padre la había hecho jugar al béisbol hace dos veranos. En el equipo de los chicos, porque no había equipo de chicas. Fue mortificante.
Trish esperaba ver un cesto de ropa sucia en los brazos de su madre. La única habitación del pasillo, además de la suya, era el lavandero, y como su madre decía ser más feliz no viendo el desorden en la habitación de Trish, nunca entraba en ella si podía evitarlo. Pero no llevaba ropa sucia. En la otra dirección estaba la escalera central y más allá una gran habitación