Clima, naturaleza y desastre. AAVV

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      De las 222 cartas enviadas a D. Felipe de Parma por Carlos III, 204 contienen algún tipo de información sobre las condiciones del tiempo en las localizaciones desde donde fueron escritas (esto es, los Reales Sitios de Buen Retiro, El Pardo, Aranjuez, Granja de San Ildefonso y El Escorial).33 Gracias a las cartas enviadas a Tanucci –que contienen noticias similares34– hemos podido sumar información sobre el tiempo para otras 22 semanas,35 de modo que en conjunto, hemos completado referencias para 226 semanas diferentes: 6 de las 11 transcurridas desde la llegada del rey a Barcelona hasta fin de 1759; 46 de 1760; 46 de 1761; 47 de 1762, 40 de 1763, 32 de 1764, y 9 de las 14 primeras de 1765. Si el extravío de las enviadas a Tanucci en el primer semestre de 1762 no tiene la menor incidencia en la densidad de la serie, puesto que ese era el año mejor representado en las cartas conservadas en Parma, sí se observa que la no inclusión de las inéditas a Tanucci comporta un claro menoscabo a partir de la segunda mitad de 1763. No obstante, entre los años 1760 y 1763, hemos logrado información en porcentajes superiores al 75% de las semanas del año (llegando al 90% en 1762), y en torno al 60% para los restantes ejercicios. Ello pone de manifiesto la importancia de la serie desde el punto de vista de su cobertura temporal, que consideramos excepcional.

      Cuestión diferente y problemática es la de la calidad de las informaciones suministradas. El rey (como también su hermano y, ocasionalmente Tanucci) efectúan indicaciones acerca del estado del tiempo y los fenómenos atmosféricos, pero evidentemente se trata de un conjunto de noticias suministradas por observadores individuales derivadas, no de una serie de datos instrumentales, sino de sensaciones o percepciones subjetivas.36 Es una consideración suficiente para tomar con precaución cualquier información de este tipo: como es sabido, un mismo valor meteorológico (v. gr.: la temperatura) puede generar en el sujeto percepciones muy variables, dependiendo del grado de humedad o del viento (el conocido wind chill o sensación térmica). Esta sensación puede acrecentarse o disminuir, y no poco, dependiendo del umbral personal de sensibilidad (que a su vez está en relación con factores como la edad, estado de salud, hidratación, experiencia personal o tipo de actividad habitual...). Por otra parte, los intereses personales, la formación, cultura, o incluso la posición social del observador, influirán de manera determinante en el modo en que refleje las percepciones meteorológicas.

      Carlos III no fue, ni mucho menos, un científico; pero eso no resta interés a sus informaciones sobre el tiempo. Desde una atalaya única, y con una amplia formación, está en contacto con un amplio número de interlocutores capaces de transmitirle sus propias percepciones acerca del tiempo y de sus valores medios. A fin de cuentas, por mucho que prácticamente él sólo informe acerca del tiempo que experimenta en los Reales Sitios, de algún modo debe estar transmitiéndonos el resultado del consenso existente en sus círculos inmediatos acerca del tiempo que estaba haciendo en un momento concreto y de su necesaria comparación con los que se estimaban como valores medios esperables. En repetidas ocasiones, –como lo hace cualquier observador– el monarca indica precisamente qué cabe esperar de cada estación, y nos informa sobre si el tiempo está respondiendo o no a tales expectativas. Pero además, existen otros factores estrictamente personales. Así, hemos de tener en cuenta que D. Carlos se hallaba ausente de la Península Ibérica nada menos que desde 1731, razón por la cual su horizonte personal de referencia climática se hallaba situado tres décadas atrás, lo cual también pudo entrañar algunas peculiaridades en sus apreciaciones. Y sobre todo, cazador cotidiano y acostumbrado a soportar todo tipo de temperies, es de suponer que no fuese hombre especialmente pusilánime y sí observador avezado y sensible a la evolución del estado atmosférico. Quizá por eso, el monarca puso su interés no sólo en la habitual preocupación por las precipitaciones (tanto su ausencia, como su exceso), sino también en los valores térmicos, que le merecen anotaciones constantes: toleraba la lluvia –que le dificultaba sus cacerías– como un mal necesario para la agricultura; gustaba muy poco del calor, y prefería el tiempo fresco e incluso frío, aunque se le hiciese difícil de soportar.

       Consideraciones sobre el léxico meteorológico

      Se hace también fundamental, en el estudio de este tipo de fuentes, comprender plenamente el lenguaje en que nos son transmitidas las informaciones. Este es uno de los puntos más delicados al abordar su análisis. Faltos de un vaciado completo de todos los epistolarios del monarca, hemos de dejar para futuros trabajos la elaboración de un corpus lexicográfico sobre términos meteorológicos que –por otra parte– tampoco existe para las fuentes españolas de la época, y cuya elaboración, sino urgente, consideramos necesaria para avanzar en estas investigaciones. El lector puede conocer el conjunto íntegro del vocabulario que Carlos III emplea en el anexo I, donde hemos transcrito en su integridad todas las citas de las cartas que estamos manejando. Es posible efectuar, no obstante, una primera ordenación tomando como base las definiciones que aporta el Diccionario de autoridades de la Real Academia.

      La mayoría de los tipos de tiempo con los que Carlos III define la situación atmosférica parten del hecho de la existencia o no de precipitaciones. Así, en primer lugar aparecen aquellos que pudiéramos considerar como secos o sin precipitación, y que se referirían a un tipo general apacible o agradable. Son los que califica con los términos hermoso, bello, bueno, y compuesto, con sus correspondientes aumentativos, superlativos y comparativos; no obstante, pueden ir acompañados de calificativos sobre el estado térmico, generalmente cuando éste se aparta de valores de confort (v. gr.: hermoso aunque ha hecho calor, bueno pero frío). En raras ocasiones, el buen tiempo presenta sus inconvenientes: tan bueno que ya desearía que lloviera. Los tipos de tiempo variable o inseguro son cubiertos mediante los calificativos vario, descompuesto e inconstante; en ocasiones, los considera como situaciones de transición hacia mejor tiempo. Finalmente, aquellos que son calificados como malos, horribles y horrorosos, también con sus correspondientes aumentativos, y que se emplean para periodos de lluvia, generalmente intensa o persistente.

      Si la precipitación es el factor principal con el que define el tipo de tiempo, Carlos III también emplea la caracterización por el estado térmico cuando éste se impone como rasgo más llamativo, bien por ser excesivo, bien por ser impropio de la estación. Así hallamos el tiempo frío (bien frío, bastante frío, como en invierno); fresco (por lo general, podemos asimilarlo a un tipo de temperatura agradable, si no ideal, aunque estos años con frecuencia se asocia también a episodios rayanos en el frío); templado, blando o dulce (raramente usado, y que se corresponde con ausencia de precipitación); y caliente (también infrecuente) o calor (éste con toda una larga cohorte de calificaciones (casi, no muy fuerte, no mucho, algo, algo más, bastante, muy fuerte, muy buen, feroz...).

      Si, por así decirlo, tales son los tipos de tiempo comunes, en no pocas ocasiones, por separado o junto con los anteriores, el rey define la situación mencionando o destacando meteoros particulares: heladas, nevadas, escarchas, granizos, vientos, nieblas, tempestades... El interés de este tipo de anotaciones, frente al carácter genérico y más impreciso de las anteriores, se debe al hecho de resultar las más cercanas a lo que podríamos considerar como datos objetivos. Para cerrar esta breve mención a las cuestiones léxicas, deben tenerse en cuenta aquellas expresiones –bastante frecuentes– en las que el rey hace alusión a su idea de un tiempo medio para cada estación, y según ello juzga que algo es demasiado temprano o tardío, o propio de esa u otra estación (tiempo ya de otoño, o de primavera, como es natural en esta estación, se nos acabó el calor, como en invierno...).

      Como se ve a través de esta rápida ojeada, tanto la terminología como los conceptos empleados por el rey a la hora de describir el tiempo atmosférico no salen de los usos propios del lenguaje común; lo cual no hace menos interesante la necesidad de la investigación lexicográfica a la que nos referimos, máxime cuando hemos podido comprobar, no sin sorpresa, las escasas acepciones climáticas que contiene el referido Diccionario de autoridades de la Academia.

      Las jornadas reales

      Como modo de entrar directamente en el contenido de la información meteorológica de los epistolarios manejados, y como factor a tener en cuenta pues sin duda introduce un matiz adicional, es básico recordar que, tratándose de una pues móvil, las


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