Ostracia. Teresa Moure
Читать онлайн книгу.a ser totalmente sincera. Nunca aprobé la postura de tu madre. Cuando vio la lentitud con que avanzaba el trabajo de persuasión feminista, se retiró... Digamos que volcó todas sus energías en el marxismo, en exclusiva. Y siempre tenemos la obligación de atender las causas menos asistidas si son justas. Hay que reconocerle, sin embargo, a Inessa el mérito de intentar convencer a los líderes del Partido de que había que hacer esfuerzos para organizar a las mujeres trabajadoras. Y fueron fundamentales su trabajo y su influencia para fundar el periódico Rabotnitsa en el 14, para las Comisiones Especiales de Trabajo entre Mujeres en el 18 y para el Zhenotdel en el 19.
−¿Ahí fue usted quien la sucedió a su muerte, ¿verdad?
−Sí. Pero mira bien lo que te digo: Inessa no quiso nunca ser la mano derecha de Lenin, que además ya tenía en Nadia a esa colaboradora ideal. Hasta se atrevió a pensar de manera diferente en algunos asuntos...
−Asuntos... ¿políticos?
−Claro, ¿en qué estás pensando?
−Algo sé acerca de que defendió el amor libre y de que Lenin no se lo perdonó... y no me extraña. Eso es más bien de anarquistas.
−Relájate con eso de las etiquetas... Ella tenía buen juicio e ideas propias, ¿no era justo eso lo que te preocupaba? A mí me incomodaba porque nunca fue una verdadera feminista. Parecía falta de sensibilidad hacia los problemas de la vida diaria de las mujeres. Digamos que se ocupaba más de elevar la conciencia militante de las trabajadoras que de defender sus intereses.
−Eso sería perfectamente ortodoxo...
−¡Sí! −Y la revolucionaria vuelve a reír, francamente divertida–. Probablemente la heterodoxa aquí soy yo... Pero entiéndeme. Ahora han pasado los años y muchos de los camaradas en esa lucha están ya criando malvas. Pero entonces, la actitud de ella y de alguna más me movió hacia posiciones de vanguardia en el feminismo. Por ejemplo, Inessa perdió interés por el periódico cuando vio que el comité de redacción, y especialmente Anna Ilínichna, preferían informes de asuntos domésticos o poesía y ficción hecha por mujeres a los ensayos teóricos y de propaganda escritos por ella y otras emigradas. No pretendo insinuar que se desentendiese de organizar a las trabajadoras, pero creo que fue incapaz de tender un puente entre ellas y las preocupaciones intelectuales. Mira, pasó buena parte del 17 en Moscú pero solo tomó parte mínimamente en la revolución...
−¡Teníamos a Andrei enfermo! Casi se nos va aquella primavera... Disculpe, pero... ¿no hablaba usted de los problemas reales de las mujeres? ¿Cómo no iba a tener mi madre sensibilidad para esos problemas si eran exactamente los suyos?
−¡Claro! Tanto ella como yo vivíamos bajo la presión de compatibilizar la política y la vida. Y ella no lo tenía fácil con tantos hijos... Tal vez debería haber pensado en eso antes de entregarse a la pasión, ¿verdad?
−Eso es profundamente injusto. Tuvo cuatro hijos en un matrimonio, como la mayoría de las obreras rusas...
−En nuestra generación, querida, la principal lucha política de una mujer era la de convertirse en sujeto de pleno derecho, la de ser soberanas de nosotras mismas...
−Dentro de una revolución socialista...
−Va a ser que eres tú, con todas las dudas que haya podido trasladarte tu prometido, más bolchevique que yo, Várvara. Sí, lógicamente, el asunto consistía en convertirse en sujeto político dentro del socialismo, ¿quién duda de eso? Pero el socialismo que no libera a la mitad del pueblo no es socialismo ni es nada. Y era necesario presionar continuamente para que los camaradas llegasen a aceptar un mínimo de todas aquellas ideas. En mi opinión, en aquel contexto, la vida personal y los romances eran lujos que una mujer radical no podía permitirse; eso era propio de las terroristas, no de las mujeres marxistas.
−Y mi madre se entregaba a los romances...
−No tanto como dicen, ya lo dije antes. Pero seguramente más de lo que debería porque la verdad es que se enamoró perdidamente de V.I. y para siempre... Ahí fue donde perdió la batalla.
−Así que yo estaba en lo cierto.
−No. Ella nunca haría algo en lo que no creyese. Era una mujer de gran fortaleza... Pero no tuvo la astucia de rodearse de otras mujeres que pudiesen entenderla.
−¿De usted tal vez?
−Tal vez, pero no tenía que ser yo. Cualquiera de las que estuvieron siempre en Rusia habría servido para asistirla cuando, por decirlo de algún modo, cayó en desgracia. Nosotras dos habíamos pasado años en el exilio, ya no teníamos la mentalidad de una rusa, por no mencionar que, en ese tipo de viajes, en la soledad del exilio se aprende cuánto vale un cuerpo para calentar las noches... pero Zhenia Egorova, mucho más modosa que nosotras en los términos habituales, declaró alguna vez en los grupos de trabajo lo feliz que se sentía de ser soltera y sin hijos... aunque acabase casándose y teniendo hijos. Liza Pylaeva, la típica mujer rusa que se unió a la causa bolchevique, no muy sofisticada ella, también fue una mujer independiente y sabría escuchar lo que le dijese. Acabó colaborando con Nadia en el movimiento juvenil, por cierto... Lo que quiero decirte es que, si Inessa amaba a Lenin, debería haber buscado aliadas entre otras mujeres que estaban luchando por unas condiciones de vida diferentes... pero ella trabajó en solitario, más arisca que una araña, y nunca pretendió explicarse; mientras que Nadia, completamente entregada al avance de la revolución, construía a su alrededor una red de aliadas que acabarían enfrentadas a tu madre.
−Entiendo que era difícil ser una revolucionaria: todo estaba estrenándose, también la ética de relación entre oprimidas.
−Así era. Por eso debes dejar descansar en paz a tu madre. Las mujeres tenían al mismo tiempo que ganarse la vida, ocuparse de las familias y agitar en el centro de trabajo. Era demasiada carga, más aún sin referentes previos. Eso volvió a muchas de nuestras camaradas gentes más interesadas por el día a día que por sentimentalismos. Y tu madre era, si me permites, excesivamente sentimental. Sentimental y poco táctica, dado que no supo hacer de puente.
−Y así dejó ese papel para usted...
−¿Qué papel?
−Usted es ese puente entre socialismo y feminismo.
−A lo mejor sí, nunca lo había pensado en esos términos. Pero... ¿sabes para qué sirven los puentes? Cualquier mujer con experiencia política lo sabe: ¡para ponerles dinamita!
8
Mi deseo choca con la realidad mil veces al día,
tal vez más.
Si fuese a ser eterna, podría soportar
la tensión.
Pero, siendo tan breve el tiempo que me resta,
pensé que debía cambiar la realidad.
−La ingenuidad, ¡qué linda!−.
Hoy tantos mensajes levemente repetitivos
me aconsejan situarme fuera, en los márgenes
y mirar desde ahí la catástrofe.
El deseo, bien lavado, puede quedar colgado al sol,
con las banderas y sus emblemas revolucionarios.
Pero... malditas sean las cínicas.
Inessa Armand (1914). Cuadernos apócrifos. París.
9
Como feminista bolchevique, Alexandra Kollontai (1872-1952) eclipsó a su contemporánea Inessa Armand (1874-1920), que acaba reducida a mera amante de Lenin. Alexandra Kollontai, que tras el fallecimiento de Inessa, la sucedió en algunas de sus tareas, era, sin duda, la más carismática de las dos, aunque Inessa fuese más fina en la táctica política. En la visión de Kollontai anterior al 17, las feministas formaban parte de una élite privilegiada, a pesar de su falta de derechos políticos, porque al trabajar para la reforma del zarismo y no para la destrucción del sistema,