Espais i imatges de la Generalitat. AAVV

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XXI, 1998. Jeanne Peiffer: «Durero geómetra», en Alberto Durero: De la medida, Madrid, Ediciones Akal, 2000 [1995 ed. francés], pp. 11-123; en concreto, pp. 25-26. Además, la descripción que hace el artista de este monumento en pp. 246-247. En ambos trabajos se recogen las interpretaciones previas.

      46. Ioan B. Agnesius: Apologia in defensionem virorum illustrium equestrim bonorumque civium valentinorum. In civilem Valentini populi seditionem. Quam vulgo Germaniam olim appellarunt, Valencia, Ioannem Baldovinum et Ioannem Mey, 1543.

      47. Lucio Marineo Siculo: De las cosas illustres y excelentes de España, Alcalá de Henares, Juan de Brocar, 1539, f. 19. La primera edición de 1496 fue ampliada y modificada en la edición de 1530.

      48. Hyeronimo de Sempere: Primera parte de la Carolea, trata las victorias del Máximo Carlo V emperador invictíssimo, rey de España, Valencia, Juan de Arcos, 1560, f. 138v.

      49. H. de Sempere: Primera parte de la Carolea…, f. 146.

      50. Antonio Chabret: Sagunto. Su historia y sus monumentos, Barcelona, Tipografía de los Sucesores de N. Ramírez y C.ª, 1888, t. I, p. 363.

      Una casa para la Diputació

      Las inversiones en el Palau de la Generalitat y la gestión económica de su proceso constructivo

       Universitat de València

      El objetivo de este texto no es otro que comenzar a interrogarse sobre cómo se gestionó la construcción y el mantenimiento del Palau de la Generalitat, el gran edificio que alojó las dependencias de la nueva Diputació del General del Reino de Valencia, constituyendo la imagen visible de su poder desde el siglo XV, y tratar de valorar qué supusieron las inversiones en este, al menos durante los primeros trescientos años de su existencia. Se trata por tanto de mirar con ojos de historiador económico lo que sin duda constituye también una obra de arte. Una mirada sobre la arquitectura que, desde luego, no ha sido nunca la más frecuente, aunque sí se ha llevado a cabo en otros entornos geográficos para la misma época, como lo hizo por ejemplo Richard Goldthwaite sobre la Italia del Renacimiento.1

      En mi caso, el primer edificio tardomedieval sobre el que me planteé analizar su gestión económica y su coste final fue la Lonja de Mercaderes de Valencia;2 y el siguiente hito de ese estudio, aprovechando la ocasión del sexto centenario y de la convocatoria del congreso La veu del regne, ha sido centrarme precisamente en el Palau de la Generalitat. Sin embargo, una vez he comenzado a consultar las fuentes para este segundo empeño, he podido comprobar las grandes diferencias entre la gestión de una y otra obra. Porque mientras que en la construcción de la Lonja el municipio de Valencia, que fue la institución que la patrocinó, llevó un control exhaustivo en primera persona de todo el proceso –lo que no pudo evitar, con todo, algunos episodios flagrantes de corrupción–, e incluso generó un organismo subsidiario para gestionarlo, la obra de la Llotja Nova, con sus propios ingresos destinados a la construcción, entre ellos nuevos impuestos y una deuda pública particular y diferenciada, en el caso del Palau de la Generalitat nunca se llevó a cabo nada parecido, nada tan organizado y reglado.

      Al contrario, aunque se conservan algunos libros de obras del edificio, que comienzan ya a formar una serie más o menos consistente desde 1510, el proceso constructivo se debe seguir de una forma mucho más espasmódica, ya que lo normal fue lo que hoy llamaríamos «externalizar la gestión», es decir, delegar en cuadrillas organizadas de artesanos bajo la dirección de un maestro de obras la ejecución de ciertas faenas concretas que se iban contratando a destajo. En buena parte, la misma historia del palacio fue la que condicionó este método de gestión, ya que los cambios en el planteamiento del edificio, y las refacciones a veces casi completas, hacen difícil seguir una lógica constructiva continuada. Pero también, seguramente, este sistema es el reflejo de la fuerza creciente en el mercado de las obras arquitectónicas que unos pocos maestros comenzaron a demostrar en la Valencia de la segunda mitad del siglo XV, convirtiéndose en los grandes contratistas y los auténticos dominadores de la mano de obra y de los materiales de construcción en la ciudad.3

      Los maestros de la institución

      Y todo ello pese a que la Generalitat, al menos desde las últimas décadas del siglo XV, contaba con una especie de maestros artesanos oficiales de la institución, que cobraban incluso un salario fijo. En 1494, por ejemplo, los diputados hablaban de Antoni Joan como del fuster nostre,4 y en 1514 los libros de cuentas de la Generalitat aclaran que el maestro obrer de vila Joan Mançano se iba a hacer cargo de un contrato a destajo para la erección de la capilla nueva del palacio, pero que lo que se le pagara por ello había de ir aparte de su jornal habitual como mestre de la obra d’algepç, morter e ragola de la casa de la deputació, que ascendía a cuatro sueldos y seis dineros.5 ¿Cuáles eran pues las obligaciones de estos artesanos oficiales del edificio por las que se le abonaban quitaciones fijas como esta? La verdad es que las fuentes no lo dejan del todo claro, pero, a partir de apuntes como el que acabamos de ver, podríamos suponer que, por una parte, se les confiarían a ellos y sus equipos las tareas mínimas de mantenimiento del palacio en lo que correspondiera a su oficio, ya fuera este el de carpintero, maestro obrer de vila, maestro de la obra de piedra, cerrajero o, desde la segunda mitad del siglo XVI, también pintor; y por otra serían los encargados de dar el visto bueno a los proyectos que se presentaran para los trabajos a destajo, o de ejercer como peritos, en nombre de la Generalitat, para valorar el precio y la calidad de las obras ejecutadas. En 1518, por ejemplo, tras ampliar hacia el este el espacio del edificio con la compra de dos casas particulares, se iniciaron las obras de la «gran sala» del palacio, y para ello se convocó una especie de sanedrín de maestros de obras presidido por el mestre de la obra de la casa de la Diputació, Joan Mançano, e integrado además por los mestres de cases Joan de Burgos y Joan Ferrer, para que, junto con los diputados encargados de la obra, delimitaran el área que iban a ocupar los cimientos de dicha sala.6 Simultáneamente, como se ha visto en el caso de Joan Mançano en la capilla, los mismos maestros oficiales de la institución podían participar a título personal en la licitación de nuevas obras, y seguramente desde una posición de fuerza.

      Todo eso convertía estos cargos en auténticas «canonjías» para los artesanos de la ciudad, lo que hizo que quienes disponían de ellos estuvieran especialmente interesados en convertir su cargo prácticamente en hereditario. Para ello, en su etapa de senectud, o incluso simplemente cuando atravesaban un momento de salud delicada, se apresuraban a dirigirse a los diputados de la Generalitat encargados del edificio para rogarles poder asociar a un hijo, un yerno o un hermano menor al cargo, que así les sucedería tras su muerte. En la tabla 1, donde aparece un listado de los maestros oficiales de la Generalitat que se han podido documentar, se observan algunos ejemplos de estas «entregas de testigo» que se evidencian, sobre todo, entre mediados del siglo XVI y finales del xvii. Incluso las disputas por dichos cargos desembocaron en rivalidades en las que la Generalitat tuvo que mediar a veces de forma salomónica. El caso mejor documentado en ese sentido es el de la sucesión en el puesto de maestro carpintero tras el fallecimiento de Jordi Llobet en 1518. Entre los muchos candidatos a cubrir la plaza hubo dos que destacaron: Genís Llinares y Lluís Munyoç, y ante la imposibilidad de elegir a uno de ellos se tomó la decisión de hacer al primero mestre de la talla, es decir, encargado de las techumbres, y a Munyoç, mestre de la obra del pla, que sobre todo haría los catafalcos y las tribunas para las fiestas de toros.7 No se lo debieron de tomar muy bien ninguno de los dos, porque si esto se decidió en abril de 1518, el 27 de agosto de ese mismo año tuvieron que firmar ambos ante notario un documento de «paz y tregua» por el que se comprometían a no hacerse mutuamente daño físico durante un período de 101 años.8 Solo a la muerte de Lluís Munyoç, en 1531, se pasó de nuevo a tener un solo maestro encargado de toda la obra de madera del palacio, Genís Llinares, que en 1543 pidió que le sucediera su hijo Pere.9

      TABLA


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