Leer antes. Márgara Noemí Averbach

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Leer antes - Márgara Noemí Averbach


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aparecen siempre en sus novelas. ¿Cuál es para usted la relación entre historia y literatura?

      R: No creo que pueda definirla, pero diría que, en mi país, no hay línea divisoria entre lo público y lo privado. En Israel, la historia se vive como experiencia personal. Todos son refugiados y sobrevivientes o hijos de sobrevivientes y refugiados. Pero si tuviera que definir sobre qué escribo, diría que no es sobre historia sino sobre la familia. Para mí, la familia es la institución más misteriosa, emocionante y paradójica del mundo. Pero las familias tienen mucho que ver con la historia...

       P: ¿Definiría su literatura como “realista”?

      R: No es mi trabajo definir mi literatura, pero no la llamaría “realista”. Habría que buscar otro nombre: para mí no hay línea divisoria entre realidad y fantasía. Ambas son parte de la misma experiencia cotidiana.

      P: Ya que hablamos de experiencias, ¿la suya en el kibutz marcó su trabajo?

      R: Sí, pero no escribo sobre los kibutz. No soy sociólogo. En Un descanso verdadero, el kibutz es sólo un telón de fondo. Repito: yo escribo pequeñas historias de familia. Aunque es cierto que ante el esfuerzo del kibutz por cambiar la naturaleza y el ser humano, mi reacción es una mezcla de ironía y admiración.

      P: El kibutz y los pueblos del desierto son parte de una nación. ¿Sus libros pertenecen a una literatura nacional?

      R: No. Yo escribo dentro de la tradición de un idioma. El hebreo es mi instrumento musical. No creo que mis novelas sean afirmaciones sobre el estado de la nación. Son música de cámara. Pero están escritas en hebreo y el hebreo evoca cierto conglomerado de sensibilidades: recuerdos colectivos, una cultura, una herencia, una mentalidad.

       P: ¿Una cultura? En todo caso, una cultura muy heterogénea.

      R: Cierto. En Israel, hay un común denominador pero también enormes diferencias. Los judíos vinieron desde ciento treinta y seis países y tienen una relación amor-odio con su país de origen. Y con el nuevo país. Para mí, Israel es una gran polifonía. Mire, yo diría con una sonrisa que Israel no es una nación. Es una ruidosa colección de discusiones a gritos. Somos seis millones de Primeros Ministros, seis millones de profetas, seis millones de Mesías. Todo el mundo está gritando. Nadie escucha. Excepto yo, que me gano la vida escuchando.

       P: ¿Qué piensa usted sobre la situación de Israel?

      R: Ah, con respecto a eso, quiero compartir con ustedes las buenas noticias. Hoy en día, los judíos israelíes y los árabes palestinos saben exactamente cómo va a terminar este conflicto: con una partición en dos estados. Todos lo saben, incluso los que odian y rechazan esa idea. Por primera vez en cien años, los pueblos están delante de los líderes. El paciente está listo para la cirugía pero los médicos son cobardes.

       P: ¿Usted cree que los líderes van a aceptar esa solución?

      R: Personalmente, me gustaría ver al señor Sharon y al señor Arafat juntos en el infierno. Creo que son un desastre para su gente. Y si ellos no aceptan, aceptarán los próximos líderes. No tengo la fecha exacta pero puedo afirmar que cuando esto termine, va a haber dos estados soberanos viviendo uno al lado del otro, sin amor pero en paz. Mire, no hay otra alternativa. Hay cinco millones de judíos en este país y no se van a ir a ninguna parte; hay tres o cuatro millones de palestinos que tampoco piensan irse. No pueden convertirse en una sola familia así que van a tener que vivir como vecinos. Es muy simple.

       P: ¿Y hay ya una generación de líderes preparados para eso?

      R: No tengo dudas de que los líderes están ya entre nosotros. No le puedo dar los nombres. No los conozco. Nadie sabe quién va a ser el héroe. Ni siquiera el héroe lo sabe pero cuando llega el momento, la persona indicada está ahí. Mejor dicho, las dos personas. Hacen falta dos. Hay un proverbio árabe que hay que recordar cuando se habla de paz: “si quieres aplaudir, necesitas dos manos”.

       P: ¿Usted cree que sus novelas sirven al proceso de paz, que ayudan?

      R: No. En las novelas, quiero contar una historia. Cuando quiero ayudar, escribo un ensayo político y le digo a mi gobierno que se vaya al diablo. Por desgracia, no me hacen caso. Así que ni siquiera los ensayos ayudan mucho. Yo no escribo literatura para cambiar nada. No creo que la literatura sea un arma. Escribir una historia es una ocupación completamente distinta de la de decirle al gobierno que se vaya al diablo. Una misma persona puede ser un excelente ginecólogo y un estupendo amante. Pero no al mismo tiempo.

      P: En este momento, hay judíos argentinos se están mudando a Israel por la crisis económica (Esta entrevista se hizo en 2002).

      R: Lo sé. Incluso llegaron a mi pueblo, en Arad. Y ahí los recibió un grupo de argentinos que vino en la década de 1970, huyendo de la dictadura. Así que en Arad, tenemos una sociedad argentina de dos capas. El idioma argentino se oye bastante en nuestras calles.

       P: ¿Cree usted que sus libros están relacionados con los de otros escritores judíos de la diáspora, Malamud, Bellow, Singer?

      R: No. Mis libros están dentro de la tradición hebrea. Los escritores judíos que escriben en otros idiomas son sólo primos segundos. Tal vez podría decir que tal vez comparto con ellos una fascinación por la comedia de familia. Pero no me veo como parte de un grupo internacional de escritores judíos.

       P: En sus obras hay un gran interés por las relaciones entre los individuos y la comunidad. A veces, aparece incluso un narrador en primera persona plural, un “nosotros”.

      R: En mis novelas, el “nosotros” es siempre humorístico, cómico. En cuanto a las relaciones entre individuo y comunidad, John Donne, el poeta inglés dijo: “ningún hombre es una isla”. Mi humilde contribución a esa frase sería “pero todo ser humano es una península”. Usted, yo, todos estamos relacionados en parte con la familia, la sociedad, la religión, el país, y en parte, miramos hacia el océano, hacia el silencio. Así que: “ningún hombre es una isla y todos los seres humanos son una península”. Yo escribo sobre los seres humanos como penínsulas.

       P: En sus novelas, hay momentos en los que se hace una enumeración de escenas de la comunidad, como una especie de panorámicas del grupo.

      R: Sí, claro. A veces, mis personajes y yo estamos pensando en lo que nos hace a todos parte de algo y otras veces nos concentramos en lo que nos hace únicos y solitarios. Las enumeraciones pertenecen al primer momento pero hay una relación dialéctica entre los dos. Después de todo, cuando pasamos mucho tiempo en soledad, deseamos estar con otros y cuando pasamos mucho tiempo con otros, queremos que nos dejen solos. Ésa es la comedia humana como yo la entiendo.

       P: Entonces, respecto de las relaciones humanas, sus obras están emparentadas con las ideas de Martin Buber.

      R: Sí. Se puede decir que los tipos de relaciones humanas de los que habla Buber —las relaciones tipo yo-eso y las tipo yo-tú—tienen mucha importancia en algunos de mis trabajos. La posibilidad de que dos seres humanos se miren directamente a los ojos y se escuchen —de que tengan una relación yo-tú— es un milagro. En general, cuando dos personas hablan, aunque estén enamoradas, no se están escuchando. Por eso un diálogo real, un momento de verdadero encuentro, es un milagro.

       P: Me da la impresión de que, en sus libros, los personajes capaces de escuchar nunca son jóvenes.

      R: No creo que tenga que ver con la edad sino con el dolor y el sufrimiento. El sufrimiento es el común denominador de toda la literatura mundial. Es el lenguaje que comprende todo ser humano. Alguna gente que ha sufrido mucho se vuelve más capaz de escuchar. Otra gente, menos. A veces, no siempre, el dolor y el sufrimiento nos enseñan a escuchar.

      P: Otra característica de sus


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