Leer antes. Márgara Noemí Averbach

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Leer antes - Márgara Noemí Averbach


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que usted aplaude el camino de la rebeldía…

      En los Estados Unidos hay vastos bastiones de privilegio. Como los ricos de cualquier país, aunque se trata de una parte muy chica de la población, la clase alta tiene un poder enorme aquí… Son las familias que, en su peor faceta, engendraron a G. W. Bush. Dado que los ricos hicieron a este país como es y dado que este país es como es, naturalmente estoy a favor de los jóvenes y los pobres.

       P: Umberto Eco dijo que un libro elige a sus lectores en las primeras cien páginas. ¿Es así con los suyos?

      No conocía la cita. Me parece muy buena. Los libros encuentran su camino hacia ciertos lectores, sí. Cuando le mostré el manuscrito de Las horas, mi editor fue pesimista. Las editoriales de mi país, incluso las buenas, son cada vez más sensibles al mercado. Un grupo de mujeres muy deprimidas, una que lleva una piedra en el bolsillo…: no parecía que eso pudiera atraer a muchos lectores. Después, salió la novela y yo hice viajes de promoción. Son agotadores y humillantes pero dan al escritor la posibilidad de conocer a los que lo leen, de ver que no son abstracciones ni números de ventas. Y yo descubrí que mis lectores son muy variados y casi siempre inteligentes. Por eso es mejor ser novelista que estrella de cine… Hay muchos idiotas que quieren conocer a una estrella de cine; solamente lectores quieren conocer a un novelista.

      P: ¿Pero qué tipo de lectores piden sus libros? ¿La persona que lee Las Horas necesita conocer La señora Dalloway de Woolf?

      Decididamente no. Me esforcé para que el libro no exigiera lecturas previas, para que se defendiera solo. Una de las grandes satisfacciones que me dio el éxito de Las Horas fue que la gente empezó a leer La señora Dalloway. Después de mi novela, Dalloway se vendió como best seller en mi país.

       P: ¿Cómo es su rutina de escritura?

      Tengo una vida regular y muy poco glamorosa. Me levanto, voy caminando hasta mi estudio y escribo ahí seis o siete horas. La tecnología no me atrae pero amo la computadora. Amo esa sensación de que las palabras que escribo tienen una especie de vida intermedia en la pantalla: letras hechas con luz que existen pero no existen, fantasmas de palabras que todavía no están vivas del todo.

       P: ¿Le parece que el inglés cambió con la globalización? Me refiero a las influencias de otros idiomas.

      Es un inglés diferente, sí. Espero que la lectura de escritores que tienen un inglés de otro ritmo cambie la escritura de Inglaterra y Estados Unidos. Hay una cadencia en el inglés de la India que no es ni británica ni estadounidense. A mí eso me influenció mucho. Una de las cosas más maravillosas del florecimiento de escritores en la India es que ahora es posible leer en el original a alguien de un país profundamente ajeno… Yo quiero abrirme a la influencia de todo. La música…

      P: Justamente iba a preguntarle sobre la influencia de otras artes en su obra. La musicalidad es evidente en Las Horas.

      Gracias. La música me importa tanto como la literatura. Cuando tenía quince años, yo era más Hendrix que Stendhal. No planifiqué mis libros como musicales pero cuando trabajo en uno, me atrae cierta música y la escucho casi todos los días. Y espero que, de alguna forma, los ritmos de esa música entren en mi prosa. Es casi como si hubiera una música especial para cada una de mis novelas.

       P: Usted dijo una vez que escribir es un acto optimista. ¿Escribiría un libro totalmente negativo?

      No, nunca. Pero me refería a algo más básico: la escritura de una novela, con el tremendo esfuerzo que implica, es por definición un acto de optimismo. No importa si el contenido es oscuro. Escribir una novela implica siempre creer que hay lectores ahí afuera y que el mundo va a sobrevivir lo suficiente como para recibirla. Es evidente que no es el acto de una persona desesperada. Sé que hay escritores amargos que odiarían que se los acusara de optimismo pero…, que lo enfrenten: es verdad.

       P: ¿Cree usted que la literatura puede cambiar el mundo? Por ejemplo, abrir a la sociedad a la idea de nuevos tipos de familias, como las que aparecen en su obra.

      Creo que una de las razones por las que seguimos necesitando la literatura es que es el único medio capaz de hacernos entender lo que es ser alguien diferente de nosotros. Hay mucho que decir a favor de las películas pero no hay nada como una novela para hacer que uno se meta en la mente y el corazón de otra persona. Por eso, sean o no abiertamente políticas, las novelas son armas políticas muy poderosas. Informar a alguien qué es ser otra persona es un acto político poderoso: después de eso, es mucho más difícil meter a otro en un tren y despacharlo a un campo de concentración…

       P: En muchos casos, usted trabaja con más de una historia. ¿Es una decisión política, ideológica, estética?

      Nuestro mundo es enorme. Yo ya no creo en esa idea del siglo XIX según la cual una única familia o aldea eran metáfora suficiente… Hoy, no bastarían cien historias en una novela. Trato de meter tantas como puedo sin que el libro se derrumbe bajo el peso de ese equipaje y sí, me atraen las narraciones con más de una historia: en el guión de Pasión iba a haber cinco pero decidí que no. Un bote tiene la capacidad de llevar cierta cantidad de pasajeros.

       P: Usted dijo una vez que era el primer escritor gay ganador del Pulitzer… ¿Hay una relación directa entre su identidad sexual y su escritura?

      Soy la primera persona abiertamente gay que gana el Pulitzer en literatura. Eso me honra pero, cuando el diario español lo puso como título de la nota, estaban sacando de contexto mis palabras. Yo creo que todo en un escritor importa hasta cierto punto y que, hasta cierto punto, nada importa. Yo soy hombre y blanco y estadounidense. Cada una de esas identidades me da acceso a cierta información que solamente aparece así frente a una persona como yo; otros la verían de otra forma. Así que sí, esas identidades me sirven para escribir pero espero ser más que eso.

       P: ¿Siempre le interesaron los escritores como Woolf y Walt Whitman?

      Me interesan los grandes artistas pero Woolf y Whitman son especiales para mí. Es casi como… como sentir que necesitaba escribir una o dos novelas sobre mi madre y mi padre antes de seguir adelante. Woolf y Whitman son mis padres extraños. Yo soy su hijo adoptivo.

      La entrevista se hizo por correo electrónico: sin gestos ni tonos ni silencios. Solo palabras. Y las palabras son el oficio de Joyce Carol Oates: se nota en las respuestas concisas, “pensadas”. En la literatura de Oates, cada historia tiene su propio método narrativo. Nada más distinto que Agua negra y Blonde; en ambas, las voces hacen lo que las dos historias requieren. Estas respuestas son así también: dicen lo que quieren decir de la mejor manera posible.

       Usted utiliza técnicas narrativas diferentes para cada uno de sus libros. Esas diferencias en el tratamiento del tiempo, el suspenso, las voces, ¿son evidentes para usted desde el comienzo de la escritura? ¿Cuáles son sus puntos de partida?

      Mi escritura es un desafío para mí desde dos perspectivas: el “contenido” de la historia —lo que trata la historia (literalmente)— y la “forma” de la historia —cómo se la presenta a los lectores, párrafo por párrafo—. Aunque a mí me acosan las imágenes y los sueños diurnos, soy una “formalista”, siempre fascinada por las formas de la literatura, las posibilidades del discurso narrativo. Me gusta mucho contar historias de distintas formas, formas relevantes para los temas que exploro. Mis puntos de partida son por lo menos dos: los personajes y la “forma” (incluyendo el habla que corresponde a cada personaje).

       ¿Usted sabe dónde va la historia desde que empieza a escribir o la va descubriendo más tarde?

      Los novelistas tienen que tener una idea general —tan específica como sea posible—antes de sentarse a escribir.


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