Leer antes. Márgara Noemí Averbach

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Leer antes - Márgara Noemí Averbach


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oralmente, y eso me impuso ese discurso que no acaba más.

      Y ahora viene la anédota: le di la novela a un amigo mío. A los pocos días, me llama y me dice “no entiendo, leo una página y a la tercera me pierdo, ¿qué pasa?”, y yo le dije: “te sugiero que leas en voz alta”. Al día siguiente, me dijo “ahora sí entiendo todo”. Mi lector, aunque no ande por el pasillo leyendo en voz alta y molestando a la familia, tiene que oír la voz de la narración en su cabeza.

       Es decir que usted quiere hacer algo así como lenguaje “hablado escrito”.

      Sí, exactamente. No estoy hablando de transcripción de la palabra oral porque eso es un desastre. Hablo de lenguaje “hablado, pero escrito”: si uno quiere reproducir la palabra dicha, lo que tiene que hacer es pasar al lenguaje escrito los mecanismos del lenguaje oral. Las digresiones, por ejemplo. Por eso, cuando escribo, yo sé que tengo que ir de Buenos Aires a Córdoba pero no sé por dónde voy a ir. Tal vez vaya hasta Montevideo o Lago Argentino y después vuelva pero sé que voy a llegar.

      3-El narrador y el autor

       Sus libros plantean un problema con respecto a la voz que cuenta, al narrador. ¿Podría definir a ese narrador?

      Sé que es un problema, una dificultad. Si yo pudiera eliminarlo totalmente, lo haría, pero a veces me lo señalan y no tengo más remedio que reconocerlo. Siempre digo que el narrador es un personaje más en una historia que no es la suya y aunque les moleste a los universitarios y me lo discutan, para mí la voz más importante en mis novelas es la del autor. El autor no tiene más remedio que poner de vez en cuando algo reconocible, detectable, llamado narrador, pero yo quisiera que no estuviera ahí. Es más, si pudiera, pondría en mis novelas una faja que dijera: Atención, este libro lleva una persona adentro. Y esa persona es el autor. Insisto, yo defiendo al autor, creo que existe una entidad llamada autor. No estoy hablando de confesiones, por supuesto: el autor no debe aprovechar el hecho de que escribe para confesarse, pero sé que toda novela, todo gesto, todo lo que hacemos es autobiográfico en el fondo.

       ¿Y los comentarios que hace la voz narradora, por ejemplo, en El Evangelio?

      No se trata de un narrador: es el autor. El autor cuando escribe, reflexiona sobre lo que hace. No se sirve de una entidad interpuesta llamada narrador para hacer sus comentarios. Por lo menos en mi caso no. Soy yo, que me interrumpo para comentar desde mi propio punto de vista. Yo jamás diré que estoy fuera de la historia, ah, no, yo lo digo todo. Pensàndolo bien, quizás no escriba novelas: quizás lo que yo hago sean ensayos con personajes.

      4-Portugal

       ¿Qué lugar tiene Portugal en sus textos?

      Todo lo que escribo está empapado de Portugal. Como escritor y como hombre, soy un hombre que conoce muy bien sus propios límites. Mis temas, mis intereses están limitados a un espacio dado. Dentro de esos límites, el trabajo es ahondar, trabajar en profundidad, no ampliarse. Y ese espacio es Portugal porque ahí nací y eso es lo mío. Existe el riesgo — obviamente hoy me doy cuenta de que no es tan grande como yo creía— de quedar un poco local como autor, de no interesar fuera del país, pero me doy cuenta que cuanto más local es uno, más universal es. Voy a dar el ejemplo de alguien que es muy pero muy local y que también es universal: Dostoievsky. Temas totalmente rusos, totalmente de Dostoievsky incluso, se han vuelto temas de importancia universal. No quiero compararme con Dostoievsky, pero sí decir que esa cualidad de local me da una cierta seguridad en mí mismo que no es pedantería y que depende directamente de la conciencia que tengo de mis límites.

       ¿Y usted opone esa actitud suya de trabajar para abajo, en profundidad, a la de los políticos de su país, que alguna vez definió de superficiales?

      Sí, pero no hay que criticar mucho porque no estamos haciendo nada más que ir por donde va el mundo: hacia la superficialidad, la falta de solidaridad, el egoísmo personal, esa especie de histeria consumista (la entrevisa se hizo en la década de 1990). Lo peor de todo y lo que más me preocupa es que Portugal no tiene una idea de su propio futuro. No se puede separar lo que se es de lo que se hace. Y no sabemos qué vamos a hacer en el marco de la Comunidad Europea, cuál es nuestro rol en la división del trabajo. Estamos convirtiendo a los ciudadanos en consumidores, en clientes, y eso es algo trágico. En un país fuerte, como Alemania o Francia, se pueden encontrar modos de conciliar ese espíritu o falta de espíritu que lleva de un ciudadano a un consumidor pero no en países débiles como el mío. Y hay regiones que en Portugal son de gente pobre, triste, vieja, melancólica, gente que perdió la ilusión que les había dado la reforma agraria de la revolución. Yo he dicho a un reportaje a El País que para mí Portugal es un país muerto. Hubo escándalo por eso pero hay que poner la frase en contexto. Supongamos que no está muerto: ¿para qué sirve un país que depende de todos y de todo, que no tiene una idea propia de futuro, esto dicho sin nacionalismo? Vivir así es una especie de muerte en vida. Con 20 millones de parados, los hombres están al servicio de la economía y no al revés, como debería ser. Yo lo siento un poco menos porque vivo en las Canarias pero sigo sintiéndolo, claro está, uno nunca está afuera del todo.

       5-Planes y proyectos

      En este momento, está saliendo en Portugal un libro que se llama Cuadernos de Lanzarote I. Es un diario, género que no pensaba escribir jamás. En realidad, son reflexiones sobre lo que ocurre, sin confesionalismos porque yo no soy de ese tipo, aunque por otra parte, lo confieso todo y un lector atento, me encuentra enseguida en mis libros. Además, estoy escribiendo una novela (más bien la estoy interrumpiendo) que se llama Ensayo sobre la ceguera. Es curioso porque justo estoy leyendo algo de Sábato. Tengo que aclarar que no es un ensayo sino una novela. Eso pasa mucho con mis títulos, confunden: no parecen títulos de novelas. Se trata de un libro muy pesimista. Lo que quiero mostrar en él —espero terminarlo para fines de verano— es algo que para mí se hace cada vez más claro con el tiempo: que estamos ciegos, que todos estamos ciegos...

      Albuquerque tiene la magia de esos lugares que fueron y siguen siendo remolinos de la Historia. Lugares en los que se mezclan, chocan y crecen idiomas diferentes y diferentes maneras de ver el mundo y de moverse en él. Si uno camina por las calles de esa ciudad de casas bajas (está prohibido construir hacia arriba para no tapar la vista de las montañas hacia el este), ahí están todos: amerindios, chicanos, mexicanos y estadounidenses. Tiene sentido: Nuevo México empezó siendo territorio indio y todavía lo es; después fue conquista española; después fue México y después, llegó la invasión de los Estados Unidos.

      A un costado de ese remolino, en la Reservación de los isleta pueblo, en uno de los hoteles-casinos de la zona (las tribus pueblo usan el dinero que obtienen para comprar tierras para la comunidad), se llevó a cabo, en marzo de este año, el Simposio de Literatura Amerindia Estadounidense.

      No era (no es nunca) un congreso literario típico, seguramente porque las diversas visiones del mundo de estos autores no dividen las disciplinas ni las emociones en compartimentos estancos ni piensan en pares (mal versus bien, ciencia versus arte, etc) como se hace en Occidente. En la reunión de cuatro días, hubo lectura de trabajos, como en cualquier congreso, y también teatro leído, artesanías, cine, una tesis presentada como un programa cómico de televisión, ceremonias, comidas, cantos tradicionales y más…

      En ese contexto, hice tres entrevistas para el Archivo de Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras con tres grandes escritores amerindios estadounidenses: Gordon Henry, LeAnne Howe y Simon Ortiz.

      No tienen la misma edad (Henry, que es ojibwe y Howe, choctaw, tienen alrededor de cincuenta; Simon, el gran poeta acoma pueblo, más de sesenta), ni las mismas ideas sobre la literatura aunque sí ciertas actitudes semejantes frente al mundo en general. Gordon y LeAnne hablan el inglés como primera lengua, Simon pasa al acoma cuando toca temas particularmente importantes.

      Cuando el tema lo entusiasmaba, Gordon se inclinaba


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