Las trincheras de los cuidados comunitarios. Varias Autoras
Читать онлайн книгу.Yo tuve que cuidar a dos hermanos menores. En ese tiempo no tenían coche, había que andar trayéndolos en brazos, darle el almuerzo, mudarlos. Nos encargábamos de todo el cuidado de ellos mientras mi mamá lavaba y tejía. Así que no fue una niñez muy buena. Aunque jugábamos igual, pero para eso dejábamos a los cabros en el suelo, para poder jugar.
Recuerdo que a los siete años comencé a ir al colegio, cuando entré a la básica. Primero estudié con las monjas y después me trasladaron a un colegio público que estaba a la vuelta de mi casa. Cuando comencé a ir al colegio, no sé cómo hacía mi mamá, pero ella lavaba, tejía y cuidaba a mis hermanos. Yo no la podía ayudar. A veces, incluso, nos íbamos a los columpios. Eso sí, nunca dejé de ir al colegio, me gustaba mucho. Tuve la misma profesora de primero a quinto básico y si yo no sabía algo, ella me llevaba a su casa, me enseñaba todo. Me gustaba esa profesora, todas las profesoras de aquel tiempo eran súper buenas. En ese tiempo nos enseñaban economía (en la asignatura denominada “Educación para el hogar”) también para hacer almuerzo, pan, trabajos manuales como tejer, hacer cosas, no como ahora que no les enseñan nada.
Cuando ya tuve diez años empezamos a trabajar mi hermana y yo. Íbamos a la vuelta de la casa, con una señora que tejía chalecos a máquina. Yo bobinaba la lana. Mi hermana cosía y planchaba. Eso fue lo que ella nos dijo que hiciéramos, pues había que trabajar para ayudar a mi mamá. Cuando terminamos la básica, a los 13 años, entramos con mi hermana a una fábrica de zapatos. Después de un tiempo me hicieron contrato. Trabajé como 12 años en la empresa. Luego entré a trabajar a una empresa donde hacían tubos para juguetes. Hacían de todo ahí. En esa empresa trabajé seis meses, pero tuve que retirarme de trabajar porque mi mami cayó en cama, y quedó tiesa, tenía que mudarla, darle la comida en la boca; por eso dejé de trabajar a los 25 años. En total, fueron diez años cuidándola. Y la verdad es que nunca supe qué era lo que tenía. Solo sé que la cuidé sola. Mi hermana decía que ayudaba, pero cuando se necesitaba su ayuda no estaba. Nunca, nadie, se preocupó de llamarle un médico, o de llevarla al consultorio. Mis hermanos, menos todavía. Así que, yo estuve sin trabajar durante diez años, cuidando a mi mamá, y viviendo con ella.
A mi marido, para mi mala suerte, lo conocí en la casa de una tía. Y a los 17 años, me casé. Antes, a los 21 se era mayor de edad. Por eso, tuvo que ir mi mamá a dar el permiso. Al principio yo no lo tomaba en cuenta porque era chica, tenía como 14 años. Él no me gustaba, y creo que nunca me gustó. Quería salir de la casa nomás. Anduvimos como cuatro años antes de casarnos, y cuando lo hicimos nos fuimos a vivir juntos con su familia. Allí me di cuenta de que su familia era peor de la que yo tenía. Eran todos buenos para el trago. Cuando se armaba la pelea, era cosa seria. Eran alcohólicos. Por tanta pelea, una vez me llevé a mis tres hijos y me fui. Me fui de la casa de mi marido, a la de mi hermana. Nunca más volvimos. Él iba a ver a los niños a veces, pero tampoco les daba nada. Todo lo tenía que aportar yo. Además, mi marido se murió joven, a los 46 años. Así que, por una cosa y por otra, yo crié a mis hijos sola. En realidad, mientras yo trabajaba en la fábrica, era mi mamá quien cuidaba a mis hijos. Luego que ella se enfermó, la empecé a cuidar yo.
En ese tiempo, mientras cuidaba de mi mamá, mi hermana con quien también vivíamos, compró una máquina de coser y otra para tejer. Hacíamos chalecos y yo salía a venderlos. En ese tiempo yo tendría unos 30 años. Estuve como seis años, si no recuerdo mal, tejiendo con la máquina y cuidando a mi mamá. A veces yo me amanecía trabajando, me iba sin desayuno, sin almorzar. Pero mi mamá, a pesar de su enfermedad, me seguía ayudando, pues veía a mis hijos que, además, eran porfiados.
Ahora que somos mayores, mi hermana dice que si se muere primero va a dejar unos papeles para que ninguno de los otros hermanos se haga cargo de la casa. Es que en esa casa hemos vivido la mayor parte de la vida. Por esa razón, está dejando a mi hijo mayor de cabecilla, después vengo yo y después vienen mis otros hijos. La verdad es que nadie ha pagado arriendo, nadie ha pagado nada, mi hermana lo ha pagado todo. A veces, cuando he podido, le he pasado plata, lo más, diez mil pesos, pero es que tenía que mirar por mis hijos.
No sé si ser madre ha sido bueno o malo, por todo lo que pasa una. Traer hijos al mundo no era ni una gracia, pero llegaron. Yo me imaginaba la niñez mía para la niñez de ellos y no quería una niñez así para ellos. Mi tranquilidad es que todos mis hijos estudiaron en un colegio. El menor se fue a hacer el Servicio Militar, y cuando volvió le dije que se inscribiera para que terminara primero medio, para que tuviera algo de estudios y poder trabajar. Así que los terminó. Todos terminaron el colegio y continuaron trabajando, porque tenían que trabajar para comer.
Ahora mi hijo menor trabaja en construcción y el otro trabajó hasta los 30 años en una ferretería, pero quedó ciego por una trombosis. Desde entonces su mujer le lava la ropa, le cocina; a veces va a comprar. Lo tratan más o menos, igual, pero no es como que fuera un ciego feliz. Su mujer hace costura en la casa y él cobra jubilación. Él tiene una hija de 24 y una de tres años. Mi hermana les pasó una pieza para que tuvieran todo ahí, el dormitorio y el comedor. Mi hijo mayor tiene cincuenta y tantos. Trabajó haciendo muebles, después trabajó repartiendo cartas, y ahora que quedó cesante ayuda a hacer las bandejas para el almuerzo en el negocio de mi nuera.
A todas mis nietas, ocho mujeres, las crié yo. Cuidé a ocho nietas. Recuerdo que cuando mi nieta mayor tenía hambre, yo no hallaba qué hacer. Yo tenía una vecina que tenía una guagüita, y yo le pedía si podía amamantar a mi nieta también, y la amamantaba. La mamá de ella trabajaba y no le dejaba ni leche. La madre de la otra nieta no, fue distinto. Pero había una nieta tan llorona, la que sigue de la mayor, la que tiene veinticuatro. Todo el día lloraba. Y no de esos llantos que uno pudiera calmarla. A mis bisnietos, no puedo cuidarlos, la mente ya no me da para eso.
Ahora que ya soy mayor, en la semana, me voy donde mi nuera para no estar pasando rabias con mis hermanos en casa. A veces me paso casi todo el día allá. Ella tiene un negocio de comida en la casa, vende desayuno y almuerzo. La ayudo en la mañana, hago los desayunos y, como a las once, empiezo a hacer los almuerzos. Ya en la tarde quedamos de vagas y nos ponemos a ver comedias. Ella duerme y yo veo la comedia. El día miércoles y sábado yo me voy a la feria a vender ropa y productos de Meiggs1, así que esos días no la ayudo; el domingo tampoco. Cuando llego a la feria, mis vecinas llegan corriendo, me sacan todo, me sacan el toldo, me ponen los nylon, me ponen las cosas. Son todos nuevos, pero son buenas personas. El fin de semana llego de la feria, y me quedo en la pieza. Me quedo a dormir, a veces me pongo a leer. Tengo tantos libros que a veces los empiezo a anotar en un cuaderno. Se me pasa la hora anotando nomás. Antes me ponía a tejer a crochet, pero ahora no le hago empeño.
Ahora que soy viejita, mi familia son mis hijos, mi nuera y mis nietas. Pero, sobre todo, mi nuera y mis nietas que son quienes se preocupan de mí. Siempre andan pendientes, por si me falta algo, champú, lo más esencial. Si no me preguntan, me mandan igual. Si necesito algo le pido a mi nuera y me lo trae. Es que la plata me sirve para pagar nomás lo básico. Tuve que pedir un préstamo para hacerme un examen que me costaba como 120 mil pesos. Hay que estar pagando eso también. Me hicieron ese examen, lo llevé al médico y el médico los miró nomás y no dijo nada. Es puro gasto demás, eso.
Antes pasaba enferma, me pasaba en el SAPU2 o en la Posta3, porque me daban ataques de asma, o me daban resfríos fuertes. Mi nuera era la que me llevaba a la posta. El asma no se me ha pasado, pero estoy en tratamiento. Tomo remedios también para la diabetes y la hipertensión. A pesar de eso, ahora que soy vieja, yo me encuentro igual que cuando era joven. Siempre he sido igual, media distraída. Por dentro me siento igual, como que fuera joven, ese es el pensamiento que tengo. No me siento vieja, son las enfermedades nomás. Pero eso es en mi mente, porque yo me miro las manos y digo yo: “Uy, ¿qué me pasa?”. Por eso no me miro al espejo, no me gusta, entonces no sé si estoy arrugada. A veces miro a las personas de edad y las veo pintadas, “que se ven bien”, digo, “¿cómo me veré yo pintada?”. Pero no me pinto.
Pero de todas las cosas que hago, lo que realmente me distrae es ir al Club. En el club estamos hace un año, pero yo participaba hace ya dos años en el programa Vínculos4. Antes nos pagaban, pero ahora ya no. El programa es para la gente pobre. Llegó una visitadora social y habló conmigo. Yo le dije que no