El desafío de la cultura moderna: Música, educación y escena en la Valencia republicana 1931-1939. AAVV

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El desafío de la cultura moderna: Música, educación y escena en la Valencia republicana 1931-1939 - AAVV


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a todos los funcionarios que habían participado en el golpe militar. A partir de agosto empezaron a aparecer las listas de cesados. Eran destacados conspiradores –Sainz Rodríguez, Enrique Suñer, etc.– o personas halagadas por los franquistas que firmaron manifiestos contra la República y a favor del sanguinario golpe de Estado (como hizo el contradictorio Unamuno, que aquel verano se dedicó a desafiar con bravuconadas a las autoridades republicanas). Con todo, no fue hasta el ministerio del comunista Jesús Hernández, del Gabinete Largo Caballero, cuando se asentó la depuración republicana. El decreto de 27 de septiembre de 1936 establecía el sistema para todos los funcionarios: quedaban en suspensión de sus derechos y se les obligaba a presentar una instancia con un cuestionario sobre sus actividades políticas en el plazo de dos meses (los que estaban en zona rebelde lo harían el mes después de ocuparla la República). Cada ministerio resolvería sobre sus funcionarios, pudiendo sancionar de tres formas: separándolos del servicio, jubilándolos forzosamente y declarándolos disponibles gubernativos (con pérdida de la tercera parte del sueldo) a la espera de un destino por determinar. La medida se tomaba a tenor de «las circunstancias» para «mantener el espíritu de este momento». En este aspecto conviene hacer notar la diferencia de la depuración franquista, que tenía «voluntad permanente». Más tarde, en agosto de 1937, en previsión del inicio del curso 1937-38, se requirió que los funcionarios se presentasen a sus puestos. A los que no se presentaron –por estar en el extranjero usualmente u ocultos– en los plazos previstos, se les aplicó el artículo 171 de la Ley Moyano de 1857, que preveía el cese del funcionario. Esta medida afectó a veinte profesores, muchos de ellos la flor y nata de la intelectualidad española –Ortega y Gasset, Américo Castro, Sánchez Albornoz, Blas Cabrera, José A. Zubiri, etc.–, que se hallaban en el exilio. Se trataba de profesores que habían huido al extranjero, muchos de ellos destacados republicanos que siguieron en el exilio después de acabar la guerra y fueron depurados por los franquistas. A estas huidas, se añadieron otras en 1938, como es el caso de los profesores José Gaos y Medina Echeverría. El miedo y el instinto de conservación pesaban. El historiador Sánchez Albornoz, republicano moderado pero comprometido, presidente más tarde de la República en el exilio, era embajador en Lisboa cuando estalló la guerra. Allí estuvo hasta la ruptura con Portugal. Acosada la legación diplomática por el Gobierno de Salazar, temía ser deportado y entregado a los militares sublevados, como hicieron con muchos españoles. En estas circunstancias huyó a Francia, víctima del pánico. Luego, en 1937, Sánchez Albornoz atravesó la frontera de la España en guerra y se entrevistó con Azaña, correligionario político del medievalista. El presidente le reprochó el comportamiento: «¡Republicanos para ser ministros y embajadores en tiempos de paz; republicanos para emigrar cuando hay guerra!». El profesor aceptó la crítica: «Es verdad, no he sido un héroe» (Cabeza, 1992). Quienes no hemos afrontado el peligro de represión y muerte no debemos juzgar a estas personas.

      Los catedráticos sancionados por la República fueron, en total, 155, de los cuales 109 serían separados definitivamente de sus puestos; la depuración franquista afectó a 193 catedráticos, de los que 140 fueron separados definitivamente. En la Universitat de València la depuración republicana afectó a 22 catedráticos y 16 auxiliares, en total 38 profesores (dos tercios separados definitivamente), lo que supone casi la mitad de la plantilla. La depuración franquista en esta Universidad, contando catedráticos y auxiliares, afectó a 13 y 6 respectivamente.

      Estos elevados datos de depuración republicana o franquista, en Valencia o en España, perturban a quien parta del supuesto erróneo de considerar que los profesores universitarios estaban volcados con la causa republicana. La realidad era distinta: los profesores, como la misma sociedad, estaban ideológicamente divididos, polarizados. Desde mucho antes habían mostrado trayectorias ideológicas plurales: nunca faltaron liberales, republicanos o algunos socialistas, abiertos a la modernidad y a la utopía republicana que cautivó a una parte, pero nunca faltaron tampoco profesores de la derecha católica y algunos fascistas que defendían los valores católicos, tradicionales y hostiles al pensamiento laico y liberal (Baldó, 2011).

      LOS ESTUDIOS

      Con la guerra, que moviliza a los estudiantes y a los profesores jóvenes, se abre una dinámica nueva en la Universidad: las actividades ordinarias –la docencia y la investigación– se vieron modificadas y fueron capturadas por las emergencias del momento. Por cuanto a la docencia se refiere, durante el curso 1936-37, en un primer momento, mientras se esperaba una pronta resolución del conflicto, se suspendieron las clases. Sin embargo, pronto fue menester hacer mudanza, al convertirse el golpe de Estado en guerra civil. La Universidad, con la mayor parte de sus estudiantes movilizados, se planteó desde el verano del 36 una reorganización de estudios capaz de compatibilizar las obligaciones militares con el estudio. Esta tarea, que comportaba remodelar métodos, planes y calendarios de estudio, se aplazó unos meses. Se abrió la Universidad a aquellos alumnos alistados en el ejército republicano o que prestasen servicios en el frente o la retaguardia, para que pudiesen presentarse a cursillos extraordinarios, pruebas de suficiencia y pruebas de fin de carrera de diversos distritos en Valencia. La propuesta la hizo la FUE en octubre «por el deseo de utilizar para la causa de la República el mayor personal posible». A finales de ese mes, las facultades de Medicina y Ciencias, las más activas en estos años y las que mejores servicios prestaron a la situación bélica, por el carácter profesional (la clínica y el laboratorio) de sus especialidades, presentaron proyectos de cursillos para estudiantes que estaban movilizados (AUV, Junta de Gobierno, 5 de octubre de 1936 y 29 de octubre de 1936). Pronto se firmaron los decretos de 18 de noviembre de 1936 y 25 de enero de 1937, que regulaban los cursillos, y además se prepararon conferencias.

      A estos cursillos se añadieron los estudios de idiomas, reabriéndose el Instituto de Idiomas de la Universidad desde enero de 1937, bajo la dirección del profesor de Letras Dr. Gonzalvo, añadiéndose, en esta ocasión, a los cursos de francés, alemán, inglés, portugués, italiano y ruso, el de valenciano por vez primera, con estudios de lengua, literatura y cultura valenciana (AUV, Junta de Gobierno, 22 de enero de 1937). Se remodeló también en ese momento, a propuesta de la FUE de Magisterio, el Seminario de Pedagogía, dedicado a la formación continua del profesorado de primaria para «organizarlo y orientarlo con arreglo al nuevo espíritu social» (contaba, cuando empezó la guerra, con 350 maestros como alumnos que acudían a seminarios en verano, distribuidos en tres cursos). Los estudiantes que se hicieron cargo de este seminario entendían que la nueva pedagogía debía «sembrar» en el niño «la semilla» de unas nuevas ideas que los socializaran y «forjaran» hombres nuevos para una revolución popular que estaba en marcha.

      El nacionalsocialismo alemán ha fundado su doctrina –si se puede llamar doctrina sin ironía–


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