Identidad y disidencia en la cultura estadounidense. AAVV

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Identidad y disidencia en la cultura estadounidense - AAVV


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que ahora yace en una zona urbana sin ningún prestigio, delatan los intentos elitistas de mantener elementos anacrónicos que resultan ya ridículos. Concluye el fragmento con la imagen de paz e igualdad de los bandos que únicamente se alcanza después de la muerte.

      El poeta de Kentucky Allen Tate explica que el Sur reconoció a partir de los años 30 “que los Yankees no tenían la culpa de todo […] la leyenda del Sur de derrota y frustración heroica fue poseída por una docena o más de escritores de primera calidad y se convirtió en un mito universal de la condición humana” (536). Esta ligera intención de apertura al mundo y el enriquecimiento intelectual y cultural silencia las despectivas palabras del periodista Henry Louise Mencken en su controvertido artículo “The Sahara of the Bozart”, publicado en 1920, en el que desprecia así al Sur: “Allí abajo un poeta es algo tan raro como un músico que toca el oboe, un grabador de punta seca o un metafísico. Es, realmente, increíble contemplar tal vasta vacuidad… Es casi tan estéril artística, intelectual y culturalmente como el Desierto del Sahara” (<Sahara>).

      Económicamente, las estrategias del New Deal de Roosevelt en los años 30 y la llamada Revolución Bulldozer en los 40, de naturaleza industrial y de maquinaria, mejoraron la situación del Sur. Además, muchas empresas que proveían de maquinaria y armas al ejército durante la segunda guerra mundial se instalaron en tierras del Sur, incrementando así su poder económico y sus puestos de empleo. De todos modos, las principales variaciones que tuvieron lugar fueron de apariencia más que de ideología. Incluso cuando el Sur aceptó estas renovaciones para sobrevivir en la economía nacional, el sentimiento era de rechazo. Edward King en sus diarios de viaje a lo largo del Sur entre 1873 y 1874, mientras trabajaba para el Scribner’s Monthly, ya atisbó lo perjudicial del avance tecnológico en el Sur:

      Los ferrocarriles que ahora penetran el Sur en todas direcciones, y las prosaicas, aunque cosmopolitas, carreteras federales que, a ojos sureños, corren con tal irreverente ausencia de reparo por las fronteras de los estados, que aniquilan todo el sentimiento local, están, sin duda alguna, anulando la devoción de los derechos estatales. Viajantes curiosos en el Sur han observado que tan pronto como un ferrocarril penetra una sección, el sentimiento con respecto a los asuntos del mundo exterior se liberalizan a lo largo de dicha frontera [. . .] Sin embargo por más que dañen las vías de los trenes el apego de cada individuo a su estado y vecindario particular, este apego resistirá durante muchos años como una de las propiedades prominentes del carácter sureño. (772)

      La naturaleza “prosaica” de la invasión urbana en el paisaje original del Sur, arrancó de raíz los estímulos esenciales para aquellos que se definen como sureños. La asociación de la nueva infraestructura ferroviaria con el atributo “cosmopolita” puede liberarlos de las ataduras locales, y, sin embargo, lo urgente, para el Sur, ya en este momento histórico, pero aún más después de la Revolución Bulldozer, era acentuar las diferencias que los hacía únicos. La industrialización en este pasaje se describe desde la perspectiva de una persona del Norte, y, aún así, este narrador intenta procesarla a través de los principios y valores del Sur. Por este motivo, la descripción sugiere que el desarrollo le ha faltado al respeto a la sagrada institución del Sur prebélico. Estos avances se interpretan como una ofensa que, además, infectó la pureza del Sur.

      Así la economía de la nación llega al Sur y la literatura del Sur llega a la nación, difuminando de alguna manera esta barrera histórica, gracias al reconocimiento, entre otros, de autores como Robert Penn Warren, Katherine Ann Porter o Flannery O’Connor. O’Connor, quien, de hecho, escribió en 1955 un relato titulado “Good Country People” que puede servir como una alegoría de un Sur que ha aceptado sus componentes grotescos, que se ha desarraigado de los convencionalismos religiosos y se ha sumergido en la academia y la cultura; pero, gracias al humor chocante de la escritora, podemos obtener la visión de una sureña que es capaz de profundizar en sus raíces e ir más allá de los estereotipos, desmontando a lo largo del relato todo los personajes tipo que el lector imaginaba encontrar. Hulga, la rebelde hija, de treinta y dos años, de dos granjeros, es descrita así por el narrador a través de las preocupaciones de su madre:

      La muchacha había hecho su doctorado en filosofía y esto había dejado en total desventaja a la señora Hopewell. Uno podía decir: “Mi hija es enfermera”, o “Mi hija es maestra” o incluso “Mi hija es ingeniero químico”. Uno no podía decir “Mi hija es filósofo.” [. . .] Joy se pasaba el día sentada en un hondo sillón, leyendo. De vez en cuando, se iba a caminar, pero no le gustaban los perros ni los gatos ni los pájaros ni las flores ni la naturaleza o los jóvenes. Miraba a los jóvenes como si estuviera oliendo su estupidez. Un día la señora Hopewell había cogido uno de los libros que la muchacha acababa de dejar y, abriéndolo al azar, leyó: “[. . .] la ciencia no desea saber nada acerca de la nada. Eso es, después de todo, la actitud estrictamente científica frente a la Nada. Lo sabemos al no desear saber nada acerca de la Nada”. Estas palabras [. . .] tuvieron para la señora Hopewell el efecto de alguna encarnación diabólica en forma de parloteo. Cerró el libro rápidamente y salió del cuarto como si estuviera a punto de ser presa de terribles convulsiones. (268-9)

      Cuando el Sur absorbe de manera forzada los términos que el Norte impone, en un intento de alejarse del estereotipo de escasa sofisticación e ignorancia, el resultado roza el ridículo. Los significantes del Sur inadaptado se aplican, sin éxito, a elementos de la realidad, valores e ideas que no corresponden al contexto en el que son interpretados y la situación resultante es delirante.

      El Sur postmoderno

      Y, a pesar de que los libros no salvan de la brutalidad a los personajes de los relatos mencionados, el avance cultural durante los años 60 y los movimientos por los Derechos Civiles cambiarán no sólo el Sur sino los Estados Unidos, eso sí, no de manera definitiva ni alcanzando un ideal de igualdad. La literatura relacionada con el movimiento tendrá como objetivos principales denunciar y reafirmar. Así lo hace el siguiente poema de la poetisa de Kansas Gwendolyn Brooks titulado “Still Do I Keep My Look, My Identity...” (“Aún así mantengo mi apariencia, mi identidad…”):

      Todo cuerpo posee su arte, su preciosa pose prescrita

      que incluso en curiosas contorsiones de pasión, vals

      o golpes de dolor —O cuando una pena da una puñalada

      O el odio lo hace trizas —es de su propiedad y de nadie más. […]. (231)

      Los años 60 no sólo causan trauman en estos cuerpos, símbolo de la esperanza común, al observar el rechazo a un estado de justicia social e igualdad, sino también los marcarán la cruel experiencia de la guerra de Vietnam. A este respecto, resultan interesantes las siguientes palabras del líder del movimiento por los derechos civiles Martin Luther King en su discurso “A Time to Break Silence” (“Un momento para romper el silencio”), que parece resumir el despertar general de las voces minoritarias en los diferentes estados: “Nos han hecho enfrentar repetidamente la cruel ironía de ver a los chicos negros y blancos en las pantallas de los televisores mientras matan y mueren juntos por una nación que ha sido incapaz de sentarlos juntos en las mismas escuelas” (<Break Silence>). El orador y activista desvía la culpa del dolor causado hacia fuerzas superiores, liberando de ella a regiones o colectivos específicos; así todos son espectadores


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