Colombia frente a los escenarios del pacífico. Ricardo Mosquera Mesa
Читать онлайн книгу.del territorio panameño ha sido el olvido de la dimensión de todo el litoral pacífico, no solo del amputado istmo, sino de su prolongación hacia el sur, como lo pone de manifiesto Ricardo Mosquera Mesa en su libro, cuando se permite el lirismo al evocar canciones del clásico Petronio para sorprenderse por la contrahechura significada en las cifras de retorno que dejan los puertos indolentes frente a lo írrito de las participaciones locales1.
La doctrina del latinajo de Suárez perduró hasta que Alfonso López Michelsen adhirió al Frente Nacional, con su participación en el gobierno de Lleras Restrepo y en particular en la constituyente de 1968. Entonces y con mayor razón en su gobierno enunció la doctrina del respice simila, “mira a los semejantes”, como quien dice tender la vista horizontal hacia el sur, pese a que también pretendiera que fuéramos el Japón de Suramérica. Algo a la postre muy cómico como descubrirá el lector por sí mismo al repasar en el libro de Ricardo Mosquera Mesa la consistencia y seriedad de las cifras de evolución económica del Japón, la tercera economía del mundo por su PIB y como acaso sonría el avisado al pasar la película y descubrir que en un sentido bufonesco —que suele ser por desgracia nuestra más recurrente puesta en escena—, Fujimori remedaría al emperador japonés en el Perú para terminar reemplazando el kimono por el uniforme a rayas de los presos. Porque así como se dice de ciertas historias que una vez son tragedia y repetidas resultan comedias, así aquello que solemos copiar con un mimetismo exagerado termina siendo una mascarada carnavalesca, como ocurre por ejemplo con los besamanos republicanos.
¿Qué variaciones magnéticas llevaron a que la fija brújula del respice polum, así fuera un latinajo mal avenido por su ambigüedad, haya terminado en los años sesentas casi como una veleta girando a la loca de un lado al otro con ese respice similia donde caben desde libios a sauditas, congoleños y mauritanos, zelandeses e indonesios y todas las variantes de la mal llamada Raza Cósmica según el apelativo de Vasconcelos? En lo cual el avisado amanuense memorialista que soy, descubre no poca picardía de López Michelsen con destino a calmar a sus amigos camaradas: una floritura y ficción de la política exterior diseñada en buena medida y en forma no poco ladina para ganar despistados adeptos dentro del país, como ya lo enseñara en México el PRI y, como ya lo había ensayado el pese a todo gran líder en su experimento del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores: las usuales poses y venias socialistas para tornar pasables gobiernos indolentes frente a la desventura del campo, como sucediera con el Pacto de Chicoral para dar vuelta atrás a los muy tímidos impulsos de reforma agraria. Manes de la llamada gobernabilidad.
Más serio que los lemas del respice polum o del respice simila, es servirse de una figura del gran novelista colombiano Luis Fayad con un título que vale un potosí: La caída de los puntos cardinales. El formidable narrador bogotano, de ascendencia libanesa y residente en Berlín, narra allí el viaje de una familia libanesa a Suramérica que, por no pocos azares, desemboca de tumbo en tumbo en Colombia del litoral caribe a la capital.
Con el “nadadito de perro” de la áurea medianía, el país logró domesticar una migración sirio-libanesa, mal llamada turca, proveniente de la caída del Imperio otomano en el primer tercio del siglo antepasado. Algo interesante porque el país no ha sido un gran receptor de migrantes, como ahora de Venezuela, pero también porque esa población domesticada domesticó en un sentido árabe, bueno y malo, al domesticador nacional. Me refiero sin ir más allá, a esa extensión del crédito y del bazar del medio oriente a la política como creación de clientelas, cuyo arquetipo fuera Turbay Ayala, quien procedía en políticas como el vendedor de telas de puerta en puerta. Pero en sentido positivo, hay que admitir con quitada de sombrero dos bondades que no se han advertido: primera, el traspaso de buena parte del excedente de la bonanza cafetera del núcleo andino al país caribe y al país de las llanuras cálidas en el gobierno de Turbay Ayala entre 1978 y 1982, operación articulada sin duda a la expansión de las clientelas, pero también decisiva para integrar físicamente a un país hasta entonces muy enclavado en el triángulo cafetero: significa mucho orgullo reconocer que en este diseño cumplió un papel estratégico un ingeniero egresado de la Universidad Nacional, José Fernando Isaza, con un temperamento tan parecido al de Ricardo Mosquera Mesa. Y si traigo a cuento esta paradoja es para demostrar que los procesos históricos no son tan lineales como la caricatura política los reduce.
Y la segunda virtud de la influencia del carácter sirio-libanés fue moldear la negociación de filigrana del delicado asunto de la toma de rehenes en la Embajada de la República Dominicana, como propia de un bazar del Medio Oriente o de un trueque complejo en una jaima en medio del desierto. De haberse preservado este modelo, otra habría sido la suerte del conflicto en el edificio de la Justicia, pero de antemano ha debido ser claro para los atrevidos asaltantes que la situación política tornaba absolutamente imposible esta salida.
Pareciera que en esta presentación me estoy yendo como dicen por las ramas, pero no hay tal, así no fuera más que por el hecho de que al mencionar la novela de Luis Fayad es inevitable pensar en su hermano, Ramón Fayad, el físico de la Universidad Nacional, pero también en dos grandes rectores de la época de Turbay Ayala, a quienes habría que rendir honor porque antes que Ricardo Mosquera, Marco Palacios y Fernando Sánchez Torres contribuyeron a salvar a la Universidad Nacional en esos apocalípticos años 70, cuando estuvo a punto de ser liquidada en el periodo que con sorna califiqué en mis diarios como la época de la dinastía de los tres Luises: Luis el Cruel (Luis Duque Gómez), Luis el Demagogo (Luis Carlos Pérez) y Luis el Indiferente (Luis Eduardo Mesa Velásquez): me refiero a Emilio Ajure y a Ramsés Hakim2. Aquella fue una época que por cierto estuvo muy sobre determinada por el M-19 desde 1973 hasta la Constitución de 1991, y en la cual figuró en altos rangos de las filas de tal movimiento un primo de los dos hermanos Fayad: Álvaro Fayad, ultimado en una operación de la inteligencia del Ejército en 1986 en un barrio aledaño a la Universidad Nacional.
Pero es que considero que en este desgarramiento de una misma familia entre un líder revolucionario y dos primos dedicados el uno a la investigación científica y el otro a la creación literaria, se patenta la crisis nacional por lo que el amigo Luis Fayad denomina en su novela La caída de los puntos cardinales: una caída que por supuesto no quiere decir que no haya norte o sur ni oriente u occidente, sino que los mapas geopolíticos y culturales pierden en momentos de crisis su determinismo antiguo por reconfigurar grado a grado nuevas coordenadas con unas combinaciones inéditas de latitudes y de longitudes, en el caso espacial o de figuras inéditas como ordenamientos simbólicos.
Lo crucial en estas mutaciones radicales de los mapas mentales y físicos consiste en que a falta de su intelección todo se torna errático y confuso, como si la acción procediera según las directrices de una veleta y no de una rosa de los vientos adosada a una brújula, no por azar inventada por los chinos: quiere decir que toda la acción y la previsión se tornan caprichosas, pues nada hay más variable que las orientaciones del viento, aunque precisamente la figura de la rosa náutica o rosa de los vientos se creó para ofrecer mediante tendencias estadísticas las probabilidades de que los flujos atmosféricos se orienten en una u otra dirección. Nuestra orientación histórica tan errática pareciera haber sido servida en muchas ocasiones más por un ringlete que por una veleta o por una brújula sapiente.
El asunto se puede ilustrar con un repaso muy somero de las líneas directrices del libro de Ricardo Mosquera Mesa. Confieso que yo lo leí como si fuera una historia de detectives. O como si el autor, el querido Ricardo Mosquera, entretuviera al lector sin decirle ni proponerle nada mediante el sencillo despliegue de un juego que semejaría en su complejidad al armado de un cubo de Rubik de una dimensión mayor a las habituales. A diferencia del anterior libro, en este Ricardo se concentra en un periodo más breve, digamos en general las últimas tres o cuatro décadas, siempre con su cursor puesto en un preciso punto de inflexión, la depresión mundial de 2008-2009, y como en la exposición evita lo que podría ser el sesgo de la Guerra Fría de confrontar de modo simple a los Estados Unidos con China, con toda razón insiste en describir, comparar y argumentar en función de los bloques económicos, así de este modo salen a la luz dos tendencias muy claras: la primera es la consistencia del rumbo estratégico de China desde que pasados los conflictos provocados por el errático timonel de la Revolución Cultural se asumiera la directriz de Den Xiao Ping: asimilar y apropiarse lo mejor del capitalismo occidental dentro de los marcos de un Estado socialista.