La ruralidad que viene y lo urbano. Absalón Machado Cartagena

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La ruralidad que viene y lo urbano - Absalón Machado Cartagena


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definió a través del emblemático artículo de Johnston y Mellor las funciones y el destino del sector agropecuario como subsidiario. Su función consistía en aportar al proceso de industrialización urbano y la modernización de la sociedad mediante el aprovisionamiento de alimentos, mano de obra y materias primas baratas y excedentes agropecuarios de carácter primario para las exportaciones y la generación de divisas. De este modo, se sistematizó el modelo generado desde el comienzo de la Revolución Industrial en Inglaterra, Estados Unidos y los países europeos, con lo cual se impulsó la era del antropocentrismo y el consumismo, grandes depredadores de los recursos naturales.

      La subsidiaridad mencionada consolidó un modelo de desarrollo desigual, inequitativo y asimétrico que devino en serios desequilibrios sociales y un tratamiento sectorial diferenciado. Este último orientó las principales inversiones estatales hacia las ciudades y dio paso a un abandono secular de lo rural. Además, fortaleció la idea del papel de las naciones en vías de desarrollo, especialmente en América Latina, África y parte de Asia, como productores de materias primas que solo podían procesarse en los países más industrializados, poseedores de las tecnologías, el capital y las capacidades para esos procesos. A esto, lo denominamos el paradigma rural-urbano dicotómico del atraso rural, la desigualdad y los desequilibrios.

      Un aspecto fundamental de esa visión tradicional se encuentra en la consideración de lo rural y lo urbano como constituyentes de una dicotomía, la cual se manifiesta en las políticas públicas que han privilegiado el desarrollo urbano frente al rural. Esa concepción desconoce una realidad contundente: lo rural y lo urbano integran una totalidad, un mismo cuerpo social que se expresa en una realidad territorial.

      En Colombia, el modelo ha tenido expresiones perversas, reflejadas en procesos como el despojo masivo de tierras, el desplazamiento forzado de los pobladores rurales y el desconocimiento de los acuerdos que se han emitido en defensa del reconocimiento de los derechos y posibilidades de desarrollo de las sociedades campesinas en sus diversas manifestaciones. En el ámbito internacional, esto se ha evidenciado recientemente en decisiones como la negación de Colombia, a finales del año 2018, para firmar la Resolución de las Naciones Unidas sobre los derechos de los campesinos. Esos actos políticos e institucionales son coherentes con la concepción vigente bajo la cual se desprecia, desvaloriza y no se reconoce lo rural como un escenario estratégico para el desarrollo.

      La ruralidad actual en Colombia está cooptada por el mercado y los diferentes grupos ilegales y de agentes concentradores de recursos y poder (Revéiz, 2016). Está ahogada por una cooptación perversa que no la deja respirar y no les permite a sus habitantes y sus actividades ser valorados y reconocidos por el resto de la sociedad. Pero además, el Estado la ha mantenido subvalorada en las políticas públicas y las consideraciones sobre el desarrollo. Existen así muchas razones para emprender un proceso de cambio en lo rural y sus relaciones con lo urbano. Entre las principales, podemos señalar:

      1. La ruralidad actual está diseñada de manera inapropiada, no coincide con las expectativas de sus habitantes. Han sido el mercado, las malas políticas y los intereses políticos de grupos que no trabajan por el bienestar colectivo, quienes la configuraron. Ese diseño se hizo sin la participación y consulta a sus pobladores.

      2. La ruralidad está subdimensionada y es débil, mientras las ciudades están sobredimensionadas y se han convertido en espacios problemáticos para los ciudadanos.

      3. La sociedad y especialmente los habitantes de las grandes ciudades desvalorizan la ruralidad. La reconocen como atrasada, pobre, conflictiva y como un receptáculo de todo tipo de criminalidades e ilegalidades, violencias, narcotráfico, informalidades; pero olvidan que las ciudades también presentan esas y otras características indeseables.

      4. La ruralidad existente y las políticas que la han orientado, no han garantizado un mejor nivel de vida e ingresos para sus pobladores, ni han permitido que ellos construyan y disfruten de un estilo de vida propio. Sus habitantes están desamparados, se enfrentan a un Estado ausente y no disponen de gobernabilidad en los territorios.

      5. Nuestra ruralidad no es sostenible, estable ni resiliente; se encuentra en una situación de gran vulnerabilidad.

      6. El desarrollo rural y urbano están en conflicto. Compiten por obtener recursos del presupuesto público, pero la tajada grande se la lleva siempre lo urbano. Además, no existe convergencia ni coherencia entre ellos.

      7. La sociedad rural es objeto de extracción de excedentes económicos, expulsa población hacia los centros urbanos y aporta bienes esenciales a la vida urbana (alimentos, aire, agua y paisaje). Entrega mucho más de lo que recibe y esto produce brechas en los niveles de ingresos y la calidad de vida de sus habitantes.

      8. La ruralidad la administra y gobierna una institución débil (el municipio), sin la capacidad para promover el desarrollo. Así, se halla sometida a múltiples reglamentaciones y se enfrenta a la manipulación de intereses políticos individuales y oscuros.

      9. Los pobladores rurales viven en la desesperanza, han perdido la confianza en el Estado y sus instituciones. Actúan a la defensiva frente los actores violentos y se sienten desprotegidos. La ruralidad no tiene una gobernanza confiable ni democrática.

      10.La ruralidad es objeto de codicia por parte de muchos actores, nacionales e internacionales, urbanos y rurales en razón a los valiosos recursos que poseen en el suelo y el subsuelo.

      Existen igualmente razones de peso para reafirmar la idea de que tenemos un desarrollo urbano incompatible con un mundo sostenible, amable, ambientalmente sano y saludable, donde el mejor vivir sea el bien más apreciado por todos los ciudadanos sin distinción. El modelo de desarrollo urbano, que imita el establecido en los países industrializados, puede considerarse hoy más que un éxito, un fracaso por razones diversas, algunas de las cuales se exponen parcialmente en los capítulos siguientes.

      El rediseño de la ruralidad se fundamenta en el postulado de que el problema no es lo rural en sí, los campesinos pobres y desvalidos o una agricultura que no puede competir en los mercados internacionales y no cambia su modelo extractivista. El problema radica más en nosotros, en la manera como concebimos la ruralidad, como la tratamos con nuestra mentalidad urbana, en las actitudes que asumimos frente a ella y la forma como se ha administrado lo rural. Se la concibe desde lo urbano y se considera que los pobladores rurales deben adoptar ese estilo de vida. Todo ello surge de la ideología que implantó el viejo paradigma del desarrollo. Así pues, no se trata solamente de resolver problemas como lo hace la política pública, sino de gestar procesos que contribuyan a transformar la realidad a largo plazo. La sociedad, con sus visiones y actitudes, ha visto lo rural como un problema y no como parte de una solución.

      Con la propuesta desarrollada en este libro, no nos ubicamos en el campo de la utopía. Contrario a esto, asumimos el concepto de eutopía sugerido por Lewis Mumford (2015). La eutopía se diferencia considerablemente de los ideales clásicos sobre la utopía desarrollados por Platón en la República y luego por Tomás Moro en 1516 (Moro, 2000) y otros renacentistas. Por supuesto, se aleja también de la visión de utopía del neoliberalismo, que busca un mercado puro y perfecto como lo indica Bourdieu.

      Bertrand Russell, citado por Bregman (2017, p. 29), señaló en una oportunidad que: “No es una utopía acabada lo que deberíamos desear, sino un mundo donde la imaginación y la esperanza estén vivos y activos”. Es a partir de esa esperanza y la utilización de nuestra imaginación que se puede ejercer el poder de soñar y visualizar otros futuros más deseables para asegurar la supervivencia de nuestras sociedades. Lo que se busca es un camino donde nadie nos quite la esperanza de vivir mejor y “donde todos los hombres se tornen hermanos”, según reza el Himno a la alegría escrito por el poeta alemán Friedrich von Schiller, que Beethoven inmortalizó en su novena sinfonía; es decir, un mundo más humano y para todos.

      Para el propósito de este libro, nos alejamos un poco de las propuestas elaboradas por Rutger Bregman en Una utopía para realistas (2017). Su propuesta busca obtener una renta básica universal, una semana laboral de quince horas y un mundo sin


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