Las guerras de Yugoslavia (1991-2015). Eladi Romero García
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El 9 de mayo de 1945, siete días después de que el Ejército soviético tomase Berlín, los partisanos entraron en Zagreb sin encontrar resistencia. Para entonces ya se había producido la rendición de la Alemania nazi, aunque a pesar de esto los combates todavía se alargarían en la zona de Eslovenia hasta el 15 de mayo.
La victoria militar sobre los nazis supuso un enorme éxito para Tito y los comunistas, que vieron reforzada su popularidad entre la población yugoslava. Por el contrario, después de cuatro años de guerra la posición de la monarquía había quedado en una situación muy precaria, como también ocurría con los políticos del periodo anterior a la guerra. El 11 de noviembre tuvieron lugar las primeras elecciones yugoslavas de la posguerra, tal y como se hubiera acordado meses antes. Tito y los comunistas concurrieron a los comicios bajo la coalición del Frente Unitario Nacional de Liberación, mientras que los monárquicos se negaron a participar en las elecciones y las boicotearon. La coalición liderada por los comunistas logró obtener un triunfo aplastante con un 90% de los votos. El resultado electoral confirmó a los comunistas en el poder. Unas semanas después, el 29 de noviembre de 1945, el nuevo Parlamento electo aceptaba la nominación de Tito al cargo de primer ministro y a su vez proclamó la República Federativa Popular de Yugoslavia, de acuerdo con la Constitución que entró en vigor al año siguiente. Pedro II, aislado y sin apoyos, nunca pudo regresar a su antiguo reino.
El nuevo Estado yugoslavo se fundó sobre los cimientos de la resistencia partisana contra la ocupación alemana, algo que estuvo presente durante las siguientes décadas. De hecho, salvo algunas ayudas limitadas de los británicos y la cooperación soviética durante la liberación de Belgrado, Yugoslavia fue uno de los dos países europeos que se liberó de la ocupación nazi por sus propios esfuerzos.
A partir de 1948, Yugoslavia, a diferencia de otros países comunistas de Europa, eligió un camino independiente de la Unión Soviética y no fue miembro del Pacto de Varsovia. En cambio, fue uno de los países fundadores del Movimiento de Países No Alineados en la década de los 50. El Estado estaba organizado según la Constitución de 1946, la cual fue enmendada en 1963 (cuando cambió su nombre inicial por el de República Federativa Socialista de Yugoslavia, RFSY) y 1974. El Partido Comunista de Yugoslavia, ganador de las elecciones realizadas tras la Segunda Guerra Mundial, permaneció en el poder a lo largo de la existencia del Estado. Conocido a partir de 1952 como Liga de los Comunistas de Yugoslavia, estaba compuesta por los partidos comunistas de cada república constituyente. Josip Broz Tito fue el principal líder de la RFSY y su presidente desde su creación hasta su muerte en 1980.
El nuevo Estado adoptó una estructura federativa, estableciéndose seis repúblicas que más o menos mantuvieron sus fronteras históricas: Serbia, Croacia (que recuperó la Istria y la Dalmacia italianas), Eslovenia, Montenegro, Bosnia y Herzegovina y Macedonia. Una estructura que recordaba a la, en un primer momento, aliada Unión Soviética, basada en un dominio pleno del partido comunista en cada una de las repúblicas. La idea era crear una sociedad completamente nueva, basada en el internacionalismo proletario, sin apenas tener en cuenta las diferencias étnicas, y buscando reparar las injusticias cometidas por el régimen monárquico anterior. Para muchos serbios, esta estructura fue percibida como una agresión, al desvincularse de su república el antiguo territorio conquistado de Macedonia, y al mantenerse una elevada proporción de población serbia en otras repúblicas (como Croacia o Bosnia y Herzegovina). Pero el control dictatorial ejercido por el Partido Comunista de Yugoslavia y por la policía secreta evitó cualquier tipo de protesta. La sensación de que el nuevo Estado pretendía ofender a los serbios todavía se intuyó más cuando, en 1974, las provincias de Kosovo y Vojvodina obtuvieron la plena autonomía dentro de la república de Serbia.
Tito en 1977.
Los orígenes de la confrontación
Primeros problemas nacionalistas
Desde la década de los años 70, el régimen comunista yugoslavo se vio severamente desafiado por numerosas disensiones internas que iban desde la facción nacionalista y descentralizadora liderada por los croatas y eslovenos, partidaria de una federación descentralizada que concediera mayor autonomía a Croacia y Eslovenia, hasta la facción centralista liderada por los serbios, defensora de una federación centralizada que asegurara los intereses de los serbios en la federación, ya que en el conjunto del país constituían el principal grupo étnico. Desde el punto de vista económico, estas diferencias venían a reflejar además dos mundos distintos en un mismo país: mientras Eslovenia y Croacia estaban más desarrolladas, en Serbia, Bosnia, y sobre todo en Macedonia y Kosovo, la economía era algo más tradicional y agropecuaria.
Pasemos a analizar el desarrollo de estas cuestiones. Hacia 1968, tras una purga en clave liberalizadora de los servicios secretos ordenada por Tito, los albaneses de Kosovo pidieron el estatuto de república y una universidad autónoma. Tito les concedió la condición de provincia autónoma socialista, dotándoles de unos primeros elementos identitarios: bandera propia, una suerte de estatuto, tribunal supremo, academia de ciencias, escuelas, universidad y una televisión propias (TV Priština, la capital de la provincia, llamada Prishtinë en albanés), con programas en serbocroata y albanés. La región pasó a llamarse Provincia Socialista Autónoma de Kosovo. En los años anteriores desde 1945 había sido conocida primero como Región Autónoma de Kosovo y Metohija, y como Provincia Autónoma de Kosovo y Metohija, aunque tal autonomía únicamente se había manifestado en la denominación, y de hecho, los musulmanes kosovares padecieron a menudo diversas medidas represivas. La provincia de Vojvodina vivió asimismo una evolución similar.
En Bosnia, donde en un principio la religión musulmana había sido perseguida, con más de 700 mezquitas destruidas a partir de 1945 y decenas de intelectuales asesinados, en el censo de 1971 pasó a reconocerse la identidad nacional bosniaca (es decir, la de los bosnios musulmanes), cuando antes solo se les inscribía como yugoslavos. Además, su crecimiento demográfico era muy superior al de los serbios o croatas locales, lo que hacía temer a estos un inminente predominio de la nueva nacionalidad reconocida.
En marzo de 1969, durante el IX congreso de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, los representantes croatas comenzaron a presionar para obtener una mayor cuota de autonomía. En el verano de 1971, estalló en Croacia un movimiento de masas abreviadamente conocido como Maspok (del serbocroata masovni pokret, lo que significa precisamente «movimiento de masas»). Fue la llamada Primavera Croata. En un principio, las protestas se relacionaban con reclamaciones de tipo lingüístico (la aplicación de la gramática serbocroata como forma unificadora del idioma yugoslavo, sin tener en cuenta las peculiaridades del dialecto croata), pero pronto fueron agregadas nuevas reivindicaciones de tipo cultural, político y económico. Donde debían levantarse monumentos a las víctimas del fascismo, se erigían ahora estatuas del gran rey medieval croata Petar Krešimir IV. La protesta idiomática croata dio paso a un movimiento en el cual los estudiantes y académicos de Croacia procedían a revalorar la cultura propia de su república natal, diferenciándola de las otras repúblicas de Yugoslavia. De igual forma, las reclamaciones políticas invocaban una mayor descentralización del gobierno de Belgrado, y la transferencia de más competencias en autogobierno para Croacia.
El producto principal del «boom» periodístico del Maspok fue la publicación del Hrvatski Tjednik (El Semanario Croata), puesto en marcha por la Matika Hrvatska (antigua institución cultural fundada en 1842) en abril de 1971 y editado por Vlado Gotovac, que se complementaba con una publicación de carácter económico llamada Hrvatski Gospodarski Glasnik. Hrvatski Tjednik se convirtió en un auténtico fenómeno social que no dejó títere con cabeza. Desde sus páginas se denunciaba la explotación económica de Croacia dentro de la federación o la situación de los croatas de Bosnia y Herzegovina y en menor medida de Vojvodina. Aspectos, a priori, tan simples como los sellos estatales o los indicadores de carreteras y estaciones también fueron cuestionados. Pero, sin duda, su tema preferido fue la cuestión demográfica, argumentando que entre la elevada cantidad de emigrantes croatas (la mitad de todos los yugoslavos, según el periódico) y la llegada de serbios a la república,