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el hospital de la localidad kosovar de Gjilane con una botella de cerveza incrustada en el recto, afirmando que había sido maltratado por dos albanokosovares. Ya lo había dicho el memorándum: en Kosovo se estaba llevando a cabo un genocidio contra los serbios, con violaciones, asesinatos y chantajes. También lo había publicado el obispo serbio Atanasije Jevtić en su libro Od Kosova do Jadovna (traducido, De Kosovo a Jadovna, publicado en Belgrado en 1984): las mujeres serbias de Kosovo estaban siendo sistemáticamente violadas por los albaneses. Pero nada de eso era cierto. Los expertos serbios en derechos humanos llegaron a la conclusión de que, en 1990, había muchas más violaciones de mujeres en el resto de Yugoslavia que en Kosovo. La prensa serbia divulgó profusamente el caso Martinović, y aunque las investigaciones posteriores determinaron que el asunto se había debido, casi con toda probabilidad (aunque Martinović siempre lo negara), a un intento de automasturbación y no se persiguió por ello a nadie, los albaneses de la provincia se convirtieron en los herederos de los turcos empaladores. Noticias como esta, o la divulgada en septiembre de 1987, según la cual un recluta albanokosovar llamado Aziz Keljmendi había asesinado, la madrugada del día 3, a cuatro compañeros y herido a cinco en su cuartel de Paraćin (Serbia central), no ayudaban a calmar los ánimos. Poco importaba que solo uno de los muertos fuera serbio, y que todo se debiera a un brote de locura sin trasfondo político.

      Keljmendi acabó suicidándose (al menos esa fue la versión oficial) tras ser rodeado por la policía militar, lo que impidió conocer las verdaderas causas del suceso. Sin embargo, el sentimiento antialbanés, ya propiciado por noticias anteriores sobre crímenes contra los serbios perpetrados en Kosovo, se hizo fuerte en Serbia. La prensa de esta república, y en especial el rotativo Politika, llegó a afirmar que Keljmendi había mostrado públicamente simpatías hacia los separatistas albanokosovares. Los rumores se dispararon, divulgándose la especie de que los albaneses dueños de tiendas de comestibles vendían alimentos envenenados a los serbios, lo que provocó el apedreamiento de algunos de estos locales en las ciudades serbias de Paraćin, Belgrado, Valjevo y Subotica.

      En Bosnia y Herzegovina, la situación también fomentaba las tensiones interétnicas. Tras la muerte de Tito, los serbios de la república vieron aumentadas sus posibilidades en todos los ámbitos, en detrimento de bosniacos musulmanes y croatas. Para lanzar una señal de aviso a los disidentes, las autoridades de Sarajevo decidieron castigar al intelectual y abogado musulmán Alija Izetbegović, quien de joven ya había apoyado la presencia de voluntarios bosnios en las SS alemanas, motivo por el que tras la Segunda Guerra Mundial fue condenado a tres años de cárcel. En 1970 publicó un manifiesto titulado Declaración islámica (Islamska deklaracija), donde defendía un tipo de Estado basado en los principios islámicos, que Izetbegović consideraba moralmente superiores a los occidentales. En 1983, él mismo y doce seguidores fueron juzgados en un tribunal de Sarajevo por llevar a cabo diversas actividades hostiles (propaganda, asociación ilegal). Todos recibieron diversas condenas, siendo la mayor la de Izetbegović, sentenciado a catorce años de prisión. Diversos organismos internacionales protestaron, y casi cinco años después este fue indultado, aunque su paso por la cárcel provocó un grave quebranto en su salud.

      Las ideas de Izetbegović y sus partidarios aumentaron las inquietudes de los serbobosnios, temerosos de que su república acabara convirtiéndose, debido a la explosión demográfica de los musulmanes, en un país fundamentalista islámico como el nuevo Irán de los ayatolás. De este temor se hizo eco un profesor de Derecho de la Universidad de Sarajevo llamado Vojislav Šešelj. En diversos escritos, algunos no publicados, defendió la división de Bosnia y Herzegovina entre Serbia y Croacia, atacando a los musulmanes y declarándolos «nación inventada». Las autoridades yugoslavas lo detuvieron por sus actividades nacionalistas y fue condenado a ocho años de prisión, aunque el Tribunal Supremo de Belgrado conmutó la condena y fue puesto en libertad en 1986. Cuatro años después, junto a Vuk Drašković y Mirko Jović, fundaba el partido ultranacionalista Movimiento de Renovación Serbio (SPO, en sus siglas serbocroatas, que corresponden a Srpski pokret obnove).

      Por aquel entonces, llevaba ya un tiempo dominando el escenario político serbio la figura de Slobodan Milošević.

      Slobodan Milošević, o el nacionalismo oportunista serbio

      Slobodan Milošević era un destacado funcionario comunista serbio que había hecho carrera en el mundo de la empresa pública yugoslava. Nacido en Požarevac en 1941, en 1953 se afilió a la Liga de los Comunistas de Yugoslavia. Estudió Derecho en la Universidad de Belgrado, donde se licenció en 1964. En ese momento inicia su actividad profesional en la Administración de la República Socialista de Serbia, y más concretamente en el Ayuntamiento de Belgrado, primero como asesor del alcalde y luego como jefe del servicio de información municipal. En 1968 se pasó al mundo empresarial, en el que ocupó puestos de responsabilidad en la empresa autogestionaria, característica del régimen socialista económico yugoslavo. Comenzó a trabajar en la compañía energética estatal Technogas, de la que en 1973 fue nombrado director general. Y en 1978, accedió a la dirección del mayor banco de Yugoslavia, el Banco Unido de Belgrado (Beogradska Banka).

      Tras la muerte de Tito en 1980, Milošević comenzó a abrirse paso en el mundo de la política. Aunque aparecía como un hombre de carácter introvertido, orador más bien mediocre y sin carisma, en 1983 fue elegido miembro del Presidium del Comité Central de la Liga de los Comunistas de Serbia (LCS) y, al año siguiente, presidente del comité municipal en Belgrado. El 15 de mayo de 1986 sustituye a Ivan Stambolić, alzado ahora a la presidencia serbia, en la presidencia del Comité Central de la LCS.

      El 20 de abril de 1987, Milošević se encontraba en Kosovo enviado por su mentor Stambolić. Debía entrevistarse con los dirigentes comunistas locales para valorar en primera línea lo que allí estaba sucediendo. 2.000 manifestantes serbios le salieron al paso, protestando por la opresión que decían sufrir. Milošević les atendió, prometiéndoles que les escucharía en breves días. Cuatro días después, el dirigente serbio llegaba a Kosovo Polje, localidad del distrito de Priština ubicada en el lugar donde se decía había sido derrotado el rey Lazar por los turcos en 1389. Aquí, las cosas resultaron harto más complicadas.

      Mientras Milošević hablaba con varios líderes locales en la casa de cultura del lugar, fuera una multitud de serbios (cifrada en 15.000 personas según New York Times, aunque otros hablan de 20.000) se enfrentaba con piedras a la policía albanokosovar de la provincia, y al parecer estaba ganando la batalla. Milošević salió a parlamentar con ellos y sus palabras, dirigidas a un pequeño grupo de manifestantes, quedaron recogidas por la televisión de Belgrado. Fue un discurso cien por cien nacionalista, con palabras que incluían la necesidad de defender a los serbios, la petición de que no abandonaran sus hogares y la sugerencia de que no toleraran la opresión de los albaneses. El discurso concluía con el grito de «¡Yugoslavia y Serbia nunca abandonarán Kosovo!». Unos minutos de gloria que, gracias a la televisión, auparon al dirigente comunista serbio al liderazgo del emergente nacionalismo. En la Europa occidental, más ilusionada con el fin de la guerra fría que patrocinaban Reagan y Gorbachov, todo aquello parecía algo secundario. Pero de nuevo en Eslovenia y Croacia se seguía tomando nota de lo sucedido.

      La efervescencia nacionalista serbia estaba creciendo como la espuma, empujada por la crisis económica. Además, ahora estaba incentivada por la prensa serbia, en buena manera controlada por Milošević, quien en 1988 puso sus ojos sobre la provincia autónoma de Vojvodina para eliminar su autogobierno. Un objetivo fácil, pues allí los serbios no eran minoría, sino más de la mitad de la población.

      El 5 de octubre de 1988, alrededor de 150.000 personas se reunieron en Novi Sad, la vieja capital austro-húngara de Vojvodina, para protestar contra el gobierno autónomo. Todo había comenzado días antes con protestas previas en la vecina localidad de Bačka Palanka, dirigidas por el funcionario comunista de la minoría húngara llamado Mihalj Kertes, segundón de Milošević. Cercada la sede del gobierno provincial, el jefe del partido, Milovan Šogorov, solicitó por teléfono ayuda a Milošević, y este se la prometió a cambio de que todo su equipo dejara sus cargos. Al día siguiente, el equipo gubernamental de la autonomía dimitía, siendo de inmediato sustituido por hombres fieles a Belgrado y a Milošević, que estaba vendiendo todo aquello como una revolución antiburocrática


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