Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Lilian Kanashiro
Читать онлайн книгу.Barthes, R. (1981). Mitologías. México D. F.: Siglo XXI.
Fontanille, J. (2014). Prácticas semióticas. Lima, Perú: Fondo Editorial de la Universidad de Lima.
Greimas, A. J. (1982). Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Madrid, España: Gredos.
Introducción
Qué son los debates electorales y el porqué de su relevancia
La noche del 3 de junio de 1990, luego de un intenso debate entre el escritor Mario Vargas Llosa y el ingeniero Alberto Fujimori, estaba por finalizar el primer debate electoral presidencial televisado en la historia peruana. Durante su última intervención, el ingeniero Fujimori, después de una reflexión, señaló que estaba obligado a hacer una denuncia. Mostró ante cámaras la portada de un periódico peruano que anunciaba la victoria del escritor Vargas Llosa en el debate cuando aún no había concluido. En una expresión irónica, el candidato señaló: «¡Cuánto han progresado las comunicaciones en el mundo!», lo que arrancó las risas de todos los presentes en el auditorio.
La escena resulta sumamente ilustrativa del momento que se vivía en el Perú. Ese momento estaba siendo transmitido en vivo por radio y televisión a todo el país. Un candidato sostenía un supuesto ejemplar de un diario popular e ironizaba sobre el desarrollo de las comunicaciones; los debatientes eran dos candidatos que mucho antes de sus campañas electorales habían conducido programas de televisión; sin contar con las repercusiones que las elecciones de 1990 tendrían para la historia política del país. Son raros los momentos en los que la intensidad mediática puede estar tan concentrada en tan pocos segundos. No hay signo más genuino de la integración de los medios de comunicación a la política peruana.
Sin embargo, mientras otros países han contado con siglos para esa integración, en el caso peruano hemos vivido esos procesos de manera acelerada en cuestión de años, razón por la cual nuestras frágiles instituciones políticas no terminan aún de adecuarse cuando otras innovaciones tecnológicas ya están acechando a nuestro alrededor. Dicho de otra manera, no hemos terminado de comprender en profundidad los alcances de la televisión cuando internet y las redes sociales entran sin tocar la puerta. El presente texto es el resultado de una investigación de carácter longitudinal que ha tomado como objeto de análisis los debates electorales presidenciales televisados en el Perú (1990-2011) y como objeto de estudio las prácticas semióticas.
¿Qué es un debate electoral?
Junto con la publicación de los sondeos de preferencia electoral, los debates electorales televisados constituyen uno de los fenómenos mediáticos que concitan mayor atención en las campañas electorales. Como todo ritual, los debates electorales están rodeados de mitos, devociones y decepciones.
Los debates electorales televisados constituyen, hoy en día, una de las expresiones más claras de la mediatización de la política (Gauthier, 1998, p. 394). No obstante, los procesos de mediatización en la sociedad peruana no actúan de modo uniforme en todos los espacios ni en todas las prácticas sociales (Verón, 2001, pp. 15-42). En esa misma lógica, dichos procesos son abiertos, dado que con cada avance tecnológico se modifica la concepción de los eventos políticos. No cabe duda de que las computadoras e internet están alterado los procesos políticos y la manera como las campañas han sido manejadas (Kraus, 2000, p. 8).
Los debates electorales televisados pertenecen al campo de estudio de la comunicación política. En tal sentido, la conceptualización del debate electoral puede destacar su relación con la comunicación, lo que subraya su carácter de género periodístico orientado hacia el infoespectáculo (Marín, 2003, p. 213) o el carácter de su producción mediática (Schroeder, 2008). Pero, a su vez, la conceptualización puede poner el énfasis en su relación con la política, entendiéndose que el debate electoral es ante todo una herramienta útil para la consolidación de la democracia, la cual debe estar basada en decisiones informadas (Echeverría-Victoria y Chong-López, 2013, pp. 344-352). En ambas orientaciones se rescata el común denominador de identificar el debate como una fuente de información que, a diferencia de otras fuentes presentes en la campaña electoral, se caracteriza por la relación directa entre políticos y electores (Vasconcellos, 2011, p. 2).
Pero en este punto cabe preguntarse: ¿cuáles son los rasgos mínimos que debe reunir dicho acontecimiento para ser calificado como un debate electoral? Al final de cuentas, ¿qué es un debate electoral? Desde la perspectiva asumida por este estudio, considero que el debate electoral debe reunir tres características básicas: interacción entre los participantes, estar inserto en la campaña electoral y ser organizado por un ente neutral e independiente.
Interacción entre participantes
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, el término debate puede tomar dos significaciones formales más o menos compatibles entre sí. Por un lado, es «controversia o discusión», y por otro lado, significa «contienda, lucha o combate» (2001). A ambas las une un rasgo común: la interacción competitiva. Sin interacción no hay debate en sentido general, sin confrontación tampoco. Es decir, se acepta o asume que los contendientes tienen posiciones diferentes; si no fuera así, si todos los participantes tuviesen la misma posición, no cabría la necesidad de un debate. El debate guarda en su naturaleza un carácter competitivo.
En la amplitud de la definición planteada, la relación entre entrevistador y entrevistado puede ser un debate, una discusión en un bar entre amigos puede ser un debate, un seminario académico puede ser un debate; siempre y cuando los participantes interactúen entre sí; tengan opiniones, juicios y afirmaciones diferenciadas; y compitan por demostrar la calidad de sus posiciones. Si los participantes no interactúan entre sí o, lo que es peor, se ignoran entre ellos, no hay debate.
Si los candidatos solo dicen lo que van a hacer, pero no interactúan entre ellos, ignorándose mutuamente como una manera de evadir el conflicto: ¿califica como debate? Este es un aspecto controvertido, sobre todo para aquellos que observan con especial cuestionamiento el carácter conflictivo que puede adquirir el debate electoral y la competencia electoral, en general; asimismo, aprecian el debate como fuente de información al elector. Probablemente, esta será la característica que más discusión traiga sobre una definición del debate electoral y que ha sido recogida en varios espacios de discusión donde los avances preliminares han sido expuestos. Desde la perspectiva que asume este estudio, considero que un debate electoral debe mínimamente incorporar la intención de interactuar con los competidores, y que dicha interacción suele ser regulada por el formato del debate.
Como bien se sabe, los significados no se regulan solo por la normativa de la lengua natural. La práctica o puesta en escena puede revelar alteraciones notables en ese sentido. Así pues, cuando el habla entra en juego, se encuentra la posibilidad de llamar debate a algo que carece de interacción o que se halla sumamente programado, al punto de anular cualquier posibilidad de competición. Ante este escenario, cobra valor este tipo de intervenciones analíticas, que permite desmitificar las obviedades de las prácticas sociales.
En campaña electoral
La práctica que convoca este estudio no es un debate en el sentido general del término. El adjetivo electoral entra en escena. Un debate electoral requiere como segunda condición mínima desarrollarse en el contexto de una campaña electoral. Esto significa que en la vida social existen infinidad de debates, pero no necesariamente son debates electorales. Se puede citar como ejemplo el debate sobre la reforma universitaria o el debate sobre la eutanasia; ambos se dan fuera del contexto electoral, aunque eventualmente podrían ser considerados dentro de los temas de un debate electoral. Son debates, mas no electorales. Ahora bien, siempre existen