Construcción política de la nación peruana. Raúl Palacios Rodríguez

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Construcción política de la nación peruana - Raúl Palacios Rodríguez


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hallaban estrechamente vinculados a la causa real, sintieron pánico, desconcierto e incertidumbre. El marino, viajero y escritor escocés Basilio Hall, testigo de esos días, relata que la salida del virrey La Serna estuvo unida a escenas de desorientación de sus partidarios.

      En los caminos las gentes asustadas iban por la carretera, envuelta en polvo, juntamente con los carros que llevaban sus efectos, como si fueran a salvarse de algún cataclismo. San Martín entró a Lima, sin disparar un tiro, como un guerrero que la hubiera tomado con el espíritu. Pernoctó en la casa del marqués de Montemira, a quien el virrey dejó el gobierno y después se dirigió a Palacio, la mansión que solo los virreyes la habían ocupado antes. (Citado por Puente Candamo, 1959, t. I, pp. 45-46)32

      De esta manera, San Martín tomó posesión de la capital tal como él lo había previsto y deseado: sin derramamiento de sangre y sin la aureola de conquistador o invasor mostrenco.

      Ahora bien, en el terreno político cabe plantearse dos preguntas válidas en ese momento y necesarias para entender no solo los prolegómenos de la jura de la Independencia, sino también el accionar del Libertador del Sur a partir de ese instante: una de carácter específico y la otra de índole general. En el primer caso: ¿cómo se gestó y qué rol jugó la suscripción del acta de la sesión de cabildo abierto del domingo 15 de julio de 1821 que hemos mencionado líneas arriba?; y, en el segundo caso: ¿cuál fue la actuación de San Martín en el Perú a partir del 28 de julio de ese año?

      Sobre la memorable sesión, el insigne historiador jesuita Rubén Vargas Ugarte (1886-1975) consigna una valiosa información que, por sus detalles, vale la pena consignar. Según ella, dos días antes y de incognito, el general San Martín ingresó a Lima, alojándose, primero, en la residencia del marqués de Montemira (gobernador de la ciudad) y, luego, en el propio palacio virreinal. Descubierta su presencia, el pueblo lo aclamó con vivas y expresiones de júbilo. El día 14, el ilustre visitante dirigió un breve oficio al cabildo, presidido por el conde de San Isidro, en el cual manifestaba que “deseando proporcionar, cuanto antes sea posible, la felicidad del Perú, me es indispensable consultar la voluntad de los pueblos” (oficio de San Martín de fecha 14 de julio de 1821) e indicaba que, para ese efecto, se convocase

      una junta general de vecinos honrados, que representando al común de habitantes de esta capital, expresen si la opinión general se halla decidida por la Independencia. Para no dilatar este feliz instante, parece que V.E. podría elegir, en el día, aquellas personas de conocida probidad, luces y patriotismo, cuyo voto me servirá de norte para proceder a la jura de la Independencia, o a ejecutar lo que determine la referida junta, pues mis intenciones no son dirigidas a otro fin, que favorecer la prosperidad de la América. (Oficio de San Martín al Cabildo de Lima de fecha 14 de julio de 1821)

      El cabildo de Lima (con la presencia de todos sus regidores) le contestó el mismo día, para hacerle saber que estaba haciendo “la elección de las personas de probidad, luces y patriotismo, que reunidas el día de mañana, expresen espontáneamente su voluntad por la Independencia” (oficio del Cabildo de Lima a San Martín de fecha 14 de julio de 1821). Suscribían el documento, entre otras personas, el propio conde de San Isidro, el conde de la Vega del Ren, el marqués de Corpac, Juan Echevarría y Manuel Pérez de Tudela. En efecto y de manera inmediata, el conde de San Isidro resolvió citar para el día siguiente, a las once de la mañana, a un cabildo abierto, en el cual tomarían parte todos los vecinos principales, remitiéndose la respectiva esquela de invitación a través de los serenos.

      El día 15 comenzaron a acudir, a la hora indicada, el arzobispo, los nobles con títulos de Castilla, los miembros del coro metropolitano y cuanto de más preciado tenía Lima; sin embargo, previendo los organizadores que la sala del ayuntamiento no podría dar cavida a todos y que muchos no podrían firmar el acta, se dispuso dejarla expuesta en la secretaría para que todos cuantos quisiesen suscribirla lo pudiesen hacer con toda facilidad y comodidad. Cosa que así ocurrió.

      Abierta la sesión, se dio lectura al oficio remitido por el indicado general e inmediatamente solicitó hacer uso de la palabra el doctor José de Arriz, destacado catedrático de la Universidad Mayor de San Marcos. En un breve pero vibrante discurso expresó:

      Ya nuestro pueblo participa del mismo entusiasmo: vuelven los que se hallaban emigrados: salen de las cavernas los otros que se hallaban escondidos para no ser arrastrados por ese ejército que abandonando la ciudad no perdonó a inválidos y enfermos, quienes veían su ruina y sacrificio en cada paso de esa incierta jornada. Ya se alistan todos nuestros jóvenes y ofrecen sus vidas a la Patria y a su justa causa. Está echada la suerte: y desde el antiguo Palacio, habitación que fue de los virreyes, nos avisa ayer el Señor General que nos congreguemos para deliberar si es llegado el punto, el momento de nuestra suspirada declaración. ¿No concurriremos al voto unánime y sentimiento general de todos? ¿Lo dilataremos? ¿Lo deliberaremos? ¿Nos arredrará el terror vano o cualquiera que sea el peligro incierto de lo futuro? Esta ciudad es la primera de esta América. Por trescientos años ha sido el centro del gobierno, ejemplo regulador de todo. Cusco, Arequipa, Huamanga, todas las villas y poblaciones del reino tienen en estos momentos fijos en ella los ojos: ansían por su valerosa decisión: anhelan por su testimonio, aunque demorado, siempre loable, de los esfuerzos heroicos que han repetido para sacudir el yugo de la opresión. (Citado por Vargas Ugarte, 1966, t. VI, p. 131)

      Concluida la disertación, el alcalde solicitó al mismo catedrático y al doctor Manuel Pérez de Tudela, redactar el acta y, reabierta la sesión, se le dio lectura. En ella se declaraba “que la voluntad general estaba decidida por la Independencia del Perú de la dominación española y de cualquier otra extranjera”. Una copia de ella se envió a San Martín y todos los asistentes la suscribieron, comenzando por el conde de San Isidro, el arzobispo Bartolomé María de Las Heras, Francisco Javier de Echagüe, el conde de la Vega del Ren, el conde de las Lagunas, Toribio Rodríguez de Mendoza, Francisco Xavier de Luna Pizarro, José de la Riva Agüero, el marqués de Villafuerte, el marqués de Casa Dávila, Tomás Méndez y Lachica, Hipólito Unanue, Mariano José de Arce, Francisco Javier Mariátegui, José Pezet, Simón Rávago, Francisco Vallés, Pedro de la Puente, etcétera. En el entorno de la Plaza de Armas, el pueblo arremolinado daba entusistas vivas a la Patria; y pasando de la retórica a la acción, no solo derribó el busto del Monarca, sino que arrojaron a la calle las armas reales que decoraban la fachada del cabildo, sustituyéndolas por letreros que decían: “Lima Independiente”. Inicialmente el acta fue suscrita el mismo 15 de julio por 300 personas y como hubo prórroga decretada dos días después, el número aumentó considerablemente. Según el citado Basilio Hall, la cifra superó la cantidad de 2000 ciudadanos. Debe mencionarse que el texto del acta fue publicado en la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente el 16 de julio de 1821 (t. I, n.° 1, pp. 1-4; reproducido por Denegri, 1972, pp. 383-385).

      Enterado San Martín de la histórica decisión, ordenó que la jura de la Independencia se efectuara lo antes posible y con la “pompa y majestad correspondiente a la grandeza del asunto”. Para ello, por decreto de fecha 22, señaló el sábado 28 para la augusta ceremonia. Una comisión especial nombrada por el cabildo se ocupó de disponerlo todo para la celebración de la jura. Se ordenó, por un lado, que el vecindario iluminase sus casas a partir del viernes 27 hasta el domingo 29; y, por otro, que las corporaciones levantaran arcos triunfales en el trayecto que había de seguir la distinguida comitiva (Vargas Ugarte, 1966, t. VI, pp. 173-176).

      A la luz de lo ocurrido, ciertamente la suscripción de la mencionada acta tuvo hondas y significativas repercusiones no solo en el seno de la colectividad limeña (otrora baluarte del poder real en América del Sur), sino también —como veremos luego— en los planes estratégicos del ilustre patriota argentino. Fue, sin duda alguna, la motivación o el impulso psicológico que en esos días inciertos se necesitaba; la firmeza y la vehemencia con que se actuó, afianzó el espíritu libertario tanto de la población como de la soldadesca en su conjunto.

      ¿Y cómo se llevó a cabo la mencionada jura de la Independencia? El mismo padre Vargas Ugarte (1966), nos proporciona una información extensa e igualmente pormenorizada y rica en detalles que a continuación transcribimos. Dice:

      Amaneció por fin el venturoso día y, según los relatos de la época, hasta la naturaleza


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