Contra la corriente. John C. Lennox

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Contra la corriente - John C. Lennox


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un gran riesgo, para nadar contra la corriente en la sociedad en que vivían, y expresar públicamente de forma inequívoca y audaz lo que ellos creían. Esto fortalecerá sin duda nuestra determinación, no solo para sacar la cabeza por encima del parapeto, sino también para asegurarnos de antemano que nuestra mente y corazón estén preparados (que nuestro casco esté bien colocado) para que la primera salva no nos destroce.

      CAPÍTULO 1

      UNA CUESTIÓN DE HISTORIA

      Daniel 1

      Necesitamos algunos antecedentes históricos que nos ayuden a entrar en el ambiente de la historia de Daniel.1 (Para conocer otros antecedentes históricos, yo recomiendo leer importantes artículos que aparecen en The New Bible Dictionary [El nuevo diccionario bíblico] publicado por IVP). El diminuto estado de Judá se localizaba en un nexo geográfico en el antiguo Oriente Medio, donde los intereses de las grandes potencias chocaban frecuentemente, por lo que este vivía bajo constante amenaza de invasión por parte de las superpotencias vecinas de la época. Alrededor de medio siglo antes de que Daniel naciera, la superpotencia, Asiria, dominaba el mundo (al menos, la parte importante para nosotros). En los días de Ezequías, uno de los mejores reyes de Judá, el emperador asirio Senaquerib marchó sobre Judá en el 701 a. C. Como lo expresó Byron (en «La destrucción de Senaquerib»): «Bajaron los asirios como al redil el lobo». Las ovejas se prepararon para un holocausto. De repente e inesperadamente Senaquerib se retiró (pero eso es otra historia), y Jerusalén se salvó por el momento.

      Con el tiempo, Nínive, la gran ciudad capital de Asiria, cayó en el 612 a. C. ante los ejércitos babilónicos y medos, quienes posteriormente continuaron con la tradición de amenazar con exterminar a Judá por completo. Como si fuera poco, Egipto continuaba en el sur, ya no era una superpotencia pues su antigua gloria ya se desvanecía, sin embargo, era una espina constante. Anteriormente uno de los reyes reformistas de Judá, Josías, había perdido su sentido de perspectiva y se había embarcado en una misión temeraria para ayudar a los babilonios en su intento de enfrentar el poder del ejército egipcio. Su esfuerzo fracasó y terminó asesinado. El Faraón destituyó rápidamente al hijo de Josías, Joacaz, lo deportó a Egipto, y puso como gobernante títere al hermano de Joacaz, Eliaquim; ahora llamado Joacim. Para colmo de males, Faraón impuso una desmesurada multa a Judá de 100 talentos de plata y uno de oro; una bonita suma en aquellos tiempos de miseria.

      Joacim resultó ser incompetente y en poco tiempo también fue destituido, pero no por los egipcios sino por el emperador de Babilonia, Nabukudirriusur II (Nabucodonosor II como se conoce más comúnmente, o Nabucodorosor; existe evidencia de cambio de -r- por -n- en transcripciones de nombres babilónicos). Con anterioridad, en el verano del 605 a. C., Nabucodonosor había derrotado a los egipcios en la batalla decisiva de Karkemish en el Éufrates, al noreste de Jerusalén. No mucho tiempo después de aquella insigne victoria militar, murió Nabopolasar, padre de Nabucodonosor, quien regresó a Babilonia como rey. A partir de entonces, él realizó visitas frecuentes a los territorios conquistados en el oeste, para cobrar impuestos, llevar personal y administrar justicia (ver Wiseman 1991, página 22). Y fue una de esas visitas la que cambió para siempre la trayectoria de las vidas de Daniel y sus amigos.2

      Esto sucedió de la siguiente manera. Como parte de su política con las naciones conquistadas, Nabucodonosor tomaba lo mejor de sus hombres jóvenes a fin de capacitarlos para el servicio en su administración. Se estimó que Daniel y sus amigos eran material idóneo para esa capacitación, por lo que fueron arrancados de sus familias, de su sociedad y cultura y llevados a una tierra muy lejana, desconocida y extraña. Ellos no solo tuvieron que lidiar con el trauma emocional de ser separados de sus padres, sino también con la total rareza de todo lo que los rodeaba: un idioma nuevo, nuevas costumbres, un sistema político nuevo, un nuevo sistema educativo, nuevas creencias. ¿Cómo se las arreglaron con todo esto?

      Dios y la historia

      La explicación de Daniel de cómo ellos finalmente se adaptaron es el fruto de haber reflexionado durante toda su vida sobre los acontecimientos claves que moldearon su vida y lo convirtieron en lo que fue. Él comienza su libro con una descripción escueta de lo que para él fue el sitio trascendental de Jerusalén por Nabucodonosor, y su posterior deportación a la más ilustre de las capitales de la antigüedad: Babilonia en el Éufrates.

      En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios; y los trajo a tierra de Sinar, a la casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios. Y dijo el rey a Aspenaz, jefe de sus eunucos, que trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes, muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey; y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos. Y les señaló el rey ración para cada día, de la provisión de la comida del rey, y del vino que él bebía; y que los criase tres años, para que al fin de ellos se presentasen delante del rey. Entre éstos estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá (Daniel 1:1-6).

      Muchas de las cosas que Daniel pudiera haber mencionado, que a nosotros nos hubiera encantado leer, han sido omitidas de forma decepcionante. Por ejemplo, no se plantea nada en absoluto sobre la niñez de Daniel en Judá, ni sobre las lamentables intrigas y la confusión políticas en los años anteriores a su deportación. Daniel decide comenzar con los acontecimientos del 605 a. C. cuando Nabucodonosor volvió su atención militar hacia Jerusalén, en las afueras de su imperio. Su estado insurreccional irritó al emperador por lo que este la sitió. Dado el absoluto poder militar de los babilonios, el resultado fue inevitable. La ciudad fue tomada, el rey de Judá se convirtió en vasallo, y comenzó la primera oleada de deportaciones a Babilonia. La ciudad de Jerusalén como tal sobrevivió en ese momento, hasta que Nabucodonosor la destruyó en 586 a. C.

      Estos acontecimientos están documentados en más detalle en las antiguas Crónicas de Babilonia. Las tablillas cuneiformes de piedra confirman que Daniel nos cuenta una historia real y no invenciones de su propia imaginación. Más adelante comentaremos sobre la historicidad de su relato, ya que a menudo ha sido cuestionada.

      La gran interrogante para alguien con los antecedentes de Daniel era: ¿por qué Dios había permitido que tal cosa sucediera? Después de todo, ¿no era su nación una nación especial? ¿No era la nación de Moisés a quien Dios le había entregado la ley directamente? ¿No era la nación que ese mismo Moisés había sacado de los campos de trabajo forzado de Egipto y traído a la tierra que Dios les había prometido como herencia? ¿No era también la nación de David, el gran rey unificador, que había hecho de Jerusalén su capital, y cuyo hijo Salomón había construido un templo único para el Dios viviente? ¿Acaso no había hablado Dios a patriarcas, sacerdotes, profetas y reyes de esa nación, de forma cada vez más clara, sobre un Rey venidero, el Mesías (Ungido), que sería un descendiente del Rey David y que presidiría en el futuro sobre un período inigualable de paz y prosperidad en la tierra? Ciertamente, esta visión mesiánica se hace eco en los corazones de los seres humanos de todas las culturas y ha captado las mentes de las naciones contemporáneas, de tal manera que está grabada en la pared del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York para que todo el mundo la lea:

      … y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra (Isaías 2:4).

      ¿Qué sería de esa visión si Jerusalén fuera saqueada y el linaje de David eliminado? ¿Tendría la promesa del Mesías que ser relegada al cesto de basura de ideas utópicas fallidas? ¿Y qué de Dios mismo? ¿Podría Él, por decirlo así, sobrevivir a semejante fracaso? ¿Cómo podrían Daniel y sus amigos seguir creyendo que había un Dios que se había revelado a Su nación de una manera especial? Si Dios es real, ¿cómo podría un emperador pagano como Nabucodonosor violar la santidad del templo único de Dios y salirse con la suya? ¿Por qué Dios no hizo nada? En esencia, esta es la difícil interrogante que aún está muy presente hoy en mil formas específicas


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