Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini

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última con la que toda ella resplandece. Esto es lo que deseamos, el objetivo con el que nos disponemos a leer el Paraíso: que nuestros ojos puedan ver la gloria de Dios que resplandece en todo lo creado.

      1 Bernardo de Claraval (atrib.), Lesu dulcis memoria.

      2 Cf. D. Alighieri, Infierno, Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, 2020, pp. 87-88; Purgatorio, Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2021, pp. 293-294.

      3 Cf. D. Alighieri, Infierno, op. cit., p. 253.

      4 La palabra bien puede ser sustantivo o adverbio, y sería demasiado largo comprobar cuántas veces aparece en un caso y cuántas en el otro; lo que sí es cierto es que la frecuencia notable en que aparece el término es significativa.

      5 Cf. D. Alighieri, Infierno, op. cit., pp. 58-59.

      6 G. Leopardi, «Canto nocturno de un pastor errante de Asia», en id., Poesía y prosa, Alfaguara, Madrid, 1990, p. 179.

      7 Cf. D. Alighieri, Infierno, op. cit., pp. 68-70.

      8 Cf. ibidem, p. 172; y D. Alighieri, Purgatorio, op. cit., pp. 143-144.

      9 E. Montale, «Tal vez una mañana caminando en un aire de vidrio», en Huesos de sepia, Alberto Corazón (ed.), Madrid, 1975, p. 61.

      10 Etimología de la palabra reflexión (del latín): prefijo re- ‘hacia atrás’, flectus ‘doblado’. Enciclopedia Treccani es el nombre con el que se conoce comúnmente a la Enciclopedia Italiana de las ciencias, las letras y las artes. La primera edición fue redactada por el Istituto dell›Enciclopedia Italiana, fundado en Roma el 18 febrero de 1925 por Giovanni Treccani y Giovanni Gentile.

      EL PARAÍSO, UNA HISTORIA DE AMOR

      Una observación final antes de abordar la lectura. Final, pero no menos importante. En realidad, es quizá el punto más querido para mí, el que más me importa.

      Puede expresarse en pocas palabras, pero después lo explicaremos mejor: el Paraíso es una historia de amor. Es la historia del amor de Dante por Beatriz; al mismo tiempo, es la historia del amor de Dios por los hombres, que pasa a través del amor de Dios por una mujer y del amor de la mujer por el hombre.

      Empecemos con Dante. Como ya hemos observado,1 asciende al paraíso para encontrarse de nuevo con Beatriz. Todo su viaje y su obra poética son el desarrollo de la intuición que lo fulminó en las fiestas de Calendimaggio (Los Mayos) de 1274, y otra vez nueve años después: esa mujer es para él la posibilidad de vivir la experiencia del paraíso en la Tierra.2 Pero Beatriz muere, y esa esperanza se ve traicionada, parece desvanecerse. Ante un drama semejante, Dante trata de consolarse de algún modo, quizá entre los brazos de otras mujeres, ciertamente con el estudio.

      Sin embargo, enseguida entiende que la cosa no funciona, que no puede resolver el drama de esa esperanza traicionada yendo en busca de alternativas. Beatriz era un signo, el camino que Dios había elegido para salir a su encuentro, y para recobrar al mismo tiempo a Beatriz y a Dios debe pasar por ese trance. Beatriz le había hecho vislumbrar la posibilidad de vivir la experiencia de lo eterno en el tiempo. Por ello, si quiere recuperar «ese punto de intersección, ese encuentro maravilloso, único, de lo temporal en lo eterno y recíprocamente de lo eterno en lo temporal, de lo divino en lo humano y mutuamente de lo humano y lo divino»,3 como diría Péguy, debe reencontrar a Beatriz.

      De aquí la promesa con la que había concluido la Vida nueva, que contiene ya como germen el anuncio de la Comedia: «Se me apareció una maravillosa visión, en la cual vi cosas que me indujeron a no hablar más de aquella bendita mujer hasta tanto que pudiese tratar de ella más dignamente. […] Así, pues, si le place a aquel por quien toda cosa vive que mi vida dure algunos años, espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho».4

      Pues bien, creo que se puede decir que la Divina comedia es el cumplimiento de la historia de amor entre Dante y Beatriz; y el Paraíso —pido disculpas porque no sé expresarlo mejor— es el culmen del cumplimiento de esta historia.

      Es normal leer en los comentarios a la Comedia que Beatriz es la guía de Dante en el paraíso, al igual que Virgilio es su guía a través del infierno y el purgatorio. Habitualmente, se dice que Beatriz es figura de la teología, así como Virgilio lo es de la razón, pero siempre me han parecido unas definiciones reductivas. Para empezar, el papel de Beatriz es muy distinto del de Virgilio. Este último es un guía: alguien al que se sigue, del que se aprende.

      Con Beatriz también es así: Dante la sigue, aprende de ella. Pero en la relación con Beatriz hay mucho más. Ella es el objeto del deseo, es la compañía a la que se pertenece, es la fuente de la energía con la que se camina. Pensemos de nuevo en el «muro de fuego» del Purgatorio, XXVII; todos los llamamientos de Virgilio a la razón, a la memoria, a la experiencia —en resumen, todos los argumentos que utiliza un guía avezado— no surten efecto; solo la referencia a Beatriz, al verdadero objeto de su deseo, consigue hacer que Dante salga del terror que lo paraliza.

      Por tanto, es reduccionista decir que Beatriz es figura de la teología. Es verdad que a lo largo de todo el Paraíso es ella la que da voz a la teología, es ella la que ayuda a Dante a comprender los misterios que se le plantean. Sin embargo, sus explicaciones —que, como veremos, son siempre exhaustivas y oportunas— no son solo teología en el sentido etimológico de «discurso acerca de Dios», sino que constituyen la formulación con palabras de una experiencia amorosa en acto.

      Por eso, sostengo que la Divina comedia en general, y el Paraíso en particular, es una historia de amor, porque todo el camino de Dante para descubrirse a sí mismo, para descubrir el mundo y descubrir a Dios se produce en el cauce de la relación amorosa con Beatriz, que está en el origen del recorrido, que acompaña a lo largo del camino y que descuella al final. Dentro de esta relación, todos los factores de la persona de Dante —inteligencia, memoria y afectividad— se ven implicados, impulsados y potenciados, y ambos pueden culminar su relación en el marco del origen que la ha generado.

      Sin embargo, el papel de Beatriz en la salvación de Dante abre una perspectiva mucho más amplia, que es la del papel de la mujer en la salvación del mundo, un papel decisivo.

      Empecemos por el principio, por el relato bíblico de la creación, que en un momento dado dice: «Pero [el hombre] no encontró ninguno como él, que le ayudase» (Gén 2,20). No encontró ninguno que le ayudase, porque el hombre necesita una ayuda. Y la necesita porque no se basta a sí mismo, ya que es necesidad por naturaleza. Y, entonces, ¿qué hace Dios? Pone junto a él a la mujer. Le da una ayuda que es realmente «como él», de la misma naturaleza, para que pueda encontrar respuesta a su necesidad relacional constitutiva. Y en esta atribución originaria siempre he visto la raíz primera de un fenómeno que he observado miles de veces a mi alrededor y en las historias que conozco: que las mujeres son más sólidas, más firmes, más resistentes que los hombres; creo que en las mujeres se da una solidez y una seguridad que los hombres tienden a seguir.

      Puede suceder que esta preeminencia de la mujer surta un efecto negativo, como pasó en el paraíso terrenal, donde fue Eva quien tomó la iniciativa, mientras que Adán fue detrás de ella, o en el caso de Paolo y Francesca, donde es ella la que habla por los dos.5 Aunque también puede surtir un efecto positivo, como en el caso de Dante, que debe todo su camino, su misma salvación a Beatriz. No daría ni un paso si no fuese continuamente sostenido, reclamado y corregido por ella. Pero sobre todo, y de forma radical, sucede así en la historia de la salvación. Para entrar en la historia de la humanidad, Dios necesitó el sí de una mujer. Sin el sí de María, Jesucristo no se habría encarnado; es la disponibilidad de María, que se pone al servicio de Dios, la que hizo posible nuestra salvación.

      Desde entonces, también históricamente, las mujeres han adquirido nueva dignidad, valor y estatura. A nosotros, después de dos mil años de cristianismo


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