La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita

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La democracia de las emociones - Alfredo Sanfeliz Mezquita


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día, disponer de refugio para cuidarse de la dura intemperie, y por supuesto buscar protección frente al peligro de ataques de animales o de otros humanos. Y ello tanto individualmente como para proteger al grupo o al clan familiar. En el pasado, solo algunos privilegiados podían considerar que su alimentación estaba garantizada, y seguramente estos vivirían con la amenaza de su seguridad frente a traiciones, rebeliones, conquistas…

      En tales circunstancias la mayor parte del tiempo y esfuerzo debía dedicarse a procurarse comida, refugio, ropa…, lo que consumía mucha energía. En definitiva, nuestra cabeza se mantenía entretenida en procurarnos el sustento biológico con poco espacio adicional para mayores exigencias.

      Por el contrario, hoy en sociedades como la occidental, el alimento está garantizado, o al menos nuestro inconsciente tiene razones para pensar que no faltará. Creo que es una asunción acertada, pues cualquiera hoy, haciendo una pequeña cola para comer en un albergue o incluso pidiendo limosna, tiene asegurada la supervivencia alimenticia. Lo mismo puede decirse de la ropa, pues cualquiera puede vestirse estupendamente (más allá de las consideraciones de la moda del momento) acudiendo a los contenedores donde la gente deja la ropa que deshecha de la temporada anterior. Y en ciudades como las españolas, al menos en las fechas en que esto se escribe, poca energía hay que dedicar a proteger nuestra seguridad física, pues en general vivimos en entornos muy seguros en los que el Estado también vela por la educación y la salud de todos, e incluso nos ofrece posibilidades de ocio y deporte con iniciativas e instalaciones estatales o municipales.

      Entonces, ¿qué más podemos pedir hoy? ¿A qué dedicamos nuestra energía e inquietudes mentales, que están siempre cuestionándolo todo precisamente para velar por nuestra supervivencia?

      Es en la contestación a estas preguntas donde se manifiesta con claridad el cambio de peso en la balanza del consumo de nuestra energía en nuestra sociedad. Si hasta hace solo unas cuantas decenas de años en promedio el peso de la balanza se inclinaba sin duda hacia un mayor consumo de energía destinada a la supervivencia física o biológica, hoy el mayor peso lo situamos en cuidar otras variables de supervivencia. Se trata de variables mucho más sutiles y sofisticadas que podemos encuadrar dentro de lo que se llaman necesidades sociales o psicológicas.

      No es el momento de definir o discutir el alcance del término necesidad ni la diferencia entre necesidad y deseo. A efectos de este libro consideraré como necesidad aquello físico o psíquico-intangible cuya carencia despierta en nosotros los mecanismos emocionales de protección, como se activan ante el ataque de un animal o ante quien quiere privarnos de agua para beber. Y a estos efectos podemos asimilar (como lo hace la neurociencia) el funcionamiento cerebral de nuestros mecanismos de reacción emocionales e inconscientes, ya sea ante la amenaza de nuestras necesidades fisiológicas o sociales. La reacción y los procesos neurológicos que se producen ante la falta de alimento son similares a los que se producen cuando alguien es excluido de su grupo de pertenencia o es privado de su estatus social o autonomía. Los miedos, bloqueos y agresividades en uno y otro caso (carencias fisiológicas y carencias sociales) responden a los mismos patrones en cuanto a funcionamiento y naturaleza. Por ello hoy una persona, ante la amenaza de ser excluido de un grupo, ninguneado o tratado indignamente, reacciona de la misma forma que lo hacía un animal o un humano cuando alguien le quería quitar el alimento o adentrarse en su territorio. Se trata de reacciones instintivas y emocionales que solo los barnices de la educación pueden modular y tratar de ocultar.

      Ello ha provocado el que dediquemos mucha más energía cerebral a pensamientos y reivindicaciones propias de quien, teniendo sus necesidades fisiológicas cubiertas, ha saltado a preocuparse por su posicionamiento, fortaleza o hueco social. Y entender esto y tenerlo siempre presente es clave para comprender y diagnosticar los fenómenos sociales actuales.

      Aunque existen distintos modelos que describen el concepto y las categorías de nuestras necesidades sociales, siempre me gusta, por su sencillez, el del psicólogo David Rock, fundador del Neuro Leadership Institute. En virtud de su denominado modelo SCARF (abreviatura de Status, Certainty, Autonomy, Relatedness y Fairness), las necesidades del ser humano en las sociedades modernas se definen o clasifican en esas cinco categorías:

      • Estatus: necesidad social de tener importancia relativa respecto a los demás, respeto, estima y significado dentro de un grupo.

      • Seguridad o certidumbre: necesidad de sentirnos seguros sabiendo que nuestro cerebro analiza patrones de forma constante y prefiere patrones familiares. Evalúa lo conocido como seguro y lo desconocido como peligroso. Vencer las resistencias al cambio pasa por gestionar bien este dominio.

      • Autonomía: necesitamos percibir que poseemos cierto control sobre los acontecimientos, así como la posibilidad de tomar decisiones propias.

      • Encaje social o relacional y sentido de pertenencia: necesitamos relacionarnos y pertenecer al grupo en el que nos sentimos seguros, para lo cual analizamos constantemente si las personas de nuestro entorno son amigos o extraños.

      • Justicia: necesitamos vivir en un entorno justo, pues la sensación de falta de equidad a nuestro alrededor desencadena respuestas negativas y provoca posturas defensivas.

      ¿Cuánto le cuesta y sufre alguien al perder estatus en su empresa? ¿Cuánta energía gastamos en defender ese estatus que hemos conseguido en la sociedad? ¿A quién le da igual dejar de poder hacer algo que siempre ha hecho, y especialmente dejar de hacerlo porque su nivel económico, en comparación con el de los demás, no se lo permite? ¿Quién tolera bien el sentirse sometido o privado de autonomía por decisión de los demás o por circunstancias sociales que lo impiden? ¿No es cierto que hoy la mayor parte de la gente que tiene su presente y futuro patrimonialmente asegurados mantiene a pesar de todo ciertas inquietudes que les hacen trabajar más en su seguridad presente y futura, y que esa seguridad la asocian con la acumulación de más dinero? ¿Quién no busca de una u otra forma ser querido en la sociedad y admitido para satisfacer su sentido de pertenencia? ¿Quién convive bien con situaciones que le parecen injustas y especialmente si le afectan? ¿Quién no se siente herido y salta cuando se siente atacado en su dignidad?

      En el siglo XXI, en sociedades como las occidentales, el peso de estas necesidades sociales se hace mayor en la balanza que mide nuestra atención y el consumo de nuestra energía. Queremos ser respetados, y ser alguien entre los nuestros, sentirnos libres y que nadie nos maneje, y buscamos la seguridad a largo plazo, que en gran medida asociamos a esa acumulación de poder, conocimiento o dinero. Y todo esto nos inquieta o preocupa, porque los estómagos los tenemos llenos. Y si nuestros mecanismos cerebrales no se ocupan de la comida y de la seguridad física ¿de qué se ocupa nuestra máquina de energía, nuestro pensamiento, nuestro deambuleo o agitación mental? Sencillamente a buscar y hacerse un hueco para una buena supervivencia social satisfaciendo las necesidades sociales.

      Sin duda uno de los mecanismos de mayor relevancia en la evolución del ser humano es el llamado wandering, deambuleo mental o pensamiento por defecto. En virtud del mismo, cuando no estamos con la atención en alguna tarea o entretenidos con algún estímulo, nuestro sistema de pensamiento por defecto se despierta, con mayor o menor intensidad, para preguntarse por cuestiones que le afectan y para analizar y plantearse alternativas de actuación futura, para someter a juicio a otros o a uno mismo, y en definitiva a aspectos relacionados con su acoplamiento en la sociedad y el sentido de sus actuaciones y existencia. Es probablemente una de las grandes diferencias que tenemos con un perro, pues cuando este está alimentado y no tiene nada que hacer sencillamente descansa o contempla lo que ocurre a su alrededor sin más preocupaciones. Los humanos sin embargo raramente nos permitimos estar con la cabeza parada, sin darle vueltas a algo o sin inquietarnos o torturarnos pensando cómo salir de un posible problema futuro o sencillamente en cómo mantener lo que tenemos. Es un sistema de pensamiento que seguramente crea muchas inquietudes y desasosiegos y dificulta la paz interior, pero constituye a su vez una maquinaria extraordinaria de supervivencia al estar permanentemente ocupada en idear nuevas soluciones para conseguir cosas, defenderse de peligros, mejorar nuestra vida…

      Cada vez más nuestros psicólogos y sociólogos observan que, más allá de la satisfacción de las necesidades primarias o básicas, existen una serie de


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