El beso de la finitud. Oscar Sanchez
Читать онлайн книгу.mejor que Kant, el hombre que descubrió el truco: Notwendigkeit und strenge Allgemeinheit sind sichere Kennzeichen einer Erkenntis a priori, “La necesidad y la universalidad estricta son, por tanto, señales seguras de un conocimiento a priori”, CRP, Introducción II. El “a priori”, ni que decir tiene, es la mente humana concebida como motor de conocimiento y legislación racional. Ahora ya se comprende mejor, como se ve, el disparate, la demencia del platonismo: no es que los enunciados sean más reales que los hechos, es que los humanos hacemos que los hechos, indeterminados y mudos, que, efectivamente, jamás hablan por sí mismos, entren por el aro de la estructura de nuestro entendimiento –y sobre todo, de nuestra voluntad... Comprendo que aceptar que la ciencia es cuestión de reglas nuestras, humanas, si uno admira los logros de la ciencia, es duro. Yo también admiro tales logros como el primero, pero pienso que, aunque sin duda las reglas bajo las que se mueve la ciencia (o “las” ciencias, más bien), son enormemente más formalizadas y complejas que las del baloncesto, eso no quita para que igualmente sean jugadas por hombres reales en contextos reales de prácticas determinadas. En cambio, la visión de que la ciencia es sólo una y pura, metódica y en constante evolución, de manera que nos pone en contacto con un mundo virginal, adánico, al que sólo nos queda poner nombres como Adán se los puso a las entidades del Paraíso, es ciertamente pre-platónica, o, cuanto menos, pre-kantiana. Kant detonó lo que bautizó como el “giro copernicano” de la razón teórica, como hemos visto, y desde entonces no ha habido vuelta atrás, que yo sepa. El sujeto condiciona el objeto7, y dos siglos de avances y aplicaciones después pensamos que no lo hace conforme a conceptos trascendentales o a priori, sino, más allá de Kant, de acuerdo con juegos del lenguaje plurales. Un laboratorio está repleto de juegos del lenguaje, el instrumental mismo son reglas cosificadas. Cuando el experto sale del laboratorio, o del observatorio, o de dónde sea, nos dice que nos va contar una versión de los hechos al desnudo, como si él no tuviera la formación que tiene o su lugar de trabajo no contuviese la tecnología que contiene. ¿Y a eso lo llama la Verdad, la única Verdad (aún revisable, perfeccionable, etc.)? Otras formaciones académicas distintas y otras tecnologías distintas lo mismo darían lugar a cuentos distintos, válidos según sus reglas y en su campo, que es lo que pasó con las geometrías no-euclídeas. Sin embargo, yo defiendo que todos ellos recogen realidad, siempre y cuando aboquen a una praxis humana posible, es decir, si con ellos podemos crear bienes práctico-teóricos posibles. De nuevo, esa es la realidad actual: con la Física Relativista funcionan los GPS, mientras que gracias a la Mecánica Cuántica, que no tiene nada que ver con ella, que son como Oliver y Hardy, funciona la Fibra Óptica. A Frege le daría un soponcio, quizá todavía hoy también a un profesor de ciencias en su aula muy partidario de la Gran Unificación, pero me juego lo que sea a que a uno de sus alumnos esa fragmentación le va bien y lo encuentra todo estupendo. Tengo la impresión de que las nuevas generaciones ya han perdido del todo la fe Parmenídea-Fregeana. Sus profesores tratarán de inculcársela, muy tibiamente ya, pero a ellos les resbalará cada vez más. No entenderían la furia de erradicar a Euclides, si Lobacheski está bien pensado, o al revés, para ellos todo lo que tenga sentido8 y encima produzca mejoras tangibles será bienvenido. Presiento que hasta son permeables a la idea de que no hay ciencia universal y necesaria, sino una pluralidad de interpretaciones más o menos útiles –como son de ciencias, no deben temer que les llamen posmodernos o relativistas, ellos sencillamente lo ponen o lo pondrán en práctica y asunto concluido.
Ahora imaginemos, que es como empezamos, que unos científicos muy listos de cualquier país que tenga dinero para experimentación (y actualmente tiene que ser mucho, mucho dinero) se encuentran ante fenómenos tan extraños a nivel grande, mediano o pequeño que elaboran una tercera opción teórica. O el escándalo sería mayúsculo, o habría que admitir el pluralismo. Nadie acusaría hoy a la actual Física escindida en relativista-macro y cuántica-micro de relativismo epistemológico. ¿Qué impide que eso pueda ocurrir cualquier día, con el grado de innovación teórica e instrumental que vamos alcanzando? El pluralismo tiene además una ventaja, pues presupone poder enjuiciar a la propia ciencia, ya que si muchos modelos son posibles y efectivos, vamos a ver bien a qué fines prácticos nos conduce cada uno de ellos. Ese juicio lo produciría la libertad pública, democrática, de escoger un determinado modo de vida, y negar esa dimensión de la libertad que implica también a la ciencia es perfectamente factible hoy, pero resulta anticuado, cerril, cuando hasta los poderosos más visibles y sospechosos del planeta se permiten el lujo de variados negacionismos. Si ellos pueden por qué nosotros no. Por eso, y para ir acabando, la inversión más consecuente y completa del platonismo, y por tanto del monologismo, es el pluralismo. No lo es el nihilismo, el nihilismo sólo constituye la negación del platonismo, pero no su solución positiva. En positivo, si afirmamos que lo que hay es la realidad que experimentamos (no por casualidad William James denominaba al pragmatismo también “empirismo radical”9), entonces los esquemas racionales con los que tratamos de explicarla no son más que modelos. Y los modelos, potencialmente, pueden ser muchos, dependen del uso coherente de nuestra imaginación. El gran Aristóteles señalaba, en los libros metafísicos, que la naturaleza es como una gran diana: raro será que quien opine sobre ella no acierte en un lugar más o menos central de su inmensa área. Cada cultura, hasta cada individuo, posee una imaginación distinta, que proviene a su vez no de la pura arbitrariedad, sino del proyecto de sentido en el que está embarcada. Ese proyecto de sentido pertenece a la propia realidad humana, no interviene ningún dualismo en esto. Si consiguiésemos hacer consciente el hecho de que ponemos un mundo inteligible cada vez que llevamos a cabo nuestro proyecto no nos llevaríamos esas decepciones tan enormes que caen como un baño de agua fría sobre la Metafísica. Aparte del pobre Frege, no habría que argumentar, por ejemplo, cosas como que es que es el “marxismo real” nunca se ha puesto en práctica, y que en realidad los dirigentes históricos de los marxismos reales no han estado a la altura del reto, etc. Sencillamente, el modelo no ha encajado bien con la realidad circunstante, y la realidad debe tener la última palabra. Quizá en otro tiempo, quizá en otras circunstancias, quizá lo que se quiera, pero lo cierto es que real ha sido muy real, y la tentación de pensar que es así precisamente cómo esa teoría se conjugaría siempre con el mundo industrial moderno (generando tiranos, corrupción, burocracia y miedo entre la población) no me parece tan censurable como a tantos.
La ciencia es una actividad humana. Decir esto tan elemental ha precisado de sacudirse mil losas puestas sobre nuestros hombros desde tiempos históricos. “Es una actividad humana” significa lo mismo que significaba para Karl Popper antes de que le diese el ataque de platonismo de su vejez, o sea, que es algo que hacemos los humanos con nombres y apellidos, en aras de obtener ciertos efectos sobre nuestro entorno, que la mayoría de las veces no lleva a ninguna parte y otras veces da lugar a súbitas transformaciones que nos liberan tanto como nos esclavizan. Probamos, la pifiamos y volvemos a probar. Decía Popper que no hay un método científico, como soñaba Descartes, lo que hay es una técnica creativa de resolver problemas, y eso es la ciencia. A cada problema su método correspondiente, el que acertemos a crearnos para la ocasión. El señor, señora o equipo mixto que se ponen a la faena no son la viva encarnación de la función transcendental kantiana, o de las proposiciones protocolarias del Círculo de Viena, o de megaentes así. Son gente que hace cosas para otra gente mediante prácticas que han aprendido de gente precedente. Por supuesto que esa gente, la comunidad científica, constituye la antítesis de las prácticas de los curas y los políticos, esa otra gente que vive del palo y la zanahoria, es decir, de cebarnos y asustarnos alternadamente (excepción hecha de nuestra querida “Fashionaria”, admirable política y ser humano). Pero si a menudo se dejan seducir y terminan por dar por válido lo que sus patrocinadores quieren que den por válido, podemos culparles, sentirnos decepcionados, pero no protestar de que han traicionado el Infalible Sacramento de la Ciencia Objetiva. Nos han traicionado a nosotros, a la humanidad a la que sirven, y punto, lo otro es una quimera peligrosa que ya usó Lysenko para sus estúpidos fines políticos. Los discípulos de Popper (Kuhn, Lakatos, Feyerabend) no hicieron más que hegelianizar al maestro, en los dos primeros casos, o nietzcheanizarlo, en el tercero. Pues no hacía ninguna falta. “¡El universo abierto!”, dijo Karl Popper, y aunque uno no tire cohetes con el resto de su obra, esa fue su más grande y valiosa aportación a la epistemología y al pensamiento en general.
Pidamos a la ciencia un mayor escrúpulo en el ejercicio de sus tareas que a otras disciplinas,