Ser y educar. Enrique Martínez García

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Ser y educar - Enrique Martínez García


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con frecuencia para así mantener la fuerza de la costumbre. Mas el saber pedagógico también debe estar arraigado en el ser y en la naturaleza humana, y si le faltan esas raíces pasa a dispersarse en innumerables parcelas de estudio, sin unidad, sin profundidad explicativa y normativa, sin autoridad.

      Este escrito pretende reivindicar una pedagogía fundada sobre un saber verdadero acerca del hombre, de su naturaleza, de su fin, de sus necesidades. Una auténtica filosofía de la educación, capaz de ordenar los otros saberes pedagógicos más concretos, más empíricos, más descriptivos. La filosofía de la educación permite reconocer el fin: ¿por qué educamos? Y con la idea clara de adónde vamos se recorren con mayor rapidez y precisión los trayectos cortos, el quehacer educativo cotidiano.

      Hay que volver los ojos, pues, al hombre. Y un buen maestro de humanidad es santo Tomás de Aquino, como lo definió el Papa Juan Pablo II en 1980: Doctor Humanitatis. Tomás nos legó una profunda enseñanza acerca del hombre, de su dignidad personal, del fin último de su vida, de su psicología, de las virtudes que perfeccionan su vida intelectual y moral, etc. Pero además, dedicó toda su vida a la docencia, y esa experiencia imprime una autoridad particular a su enseñanza. El maestro Tomás de Aquino vuelve hoy a las aulas para guiarnos por los caminos de la educación, que él recorrió primero.

      1. Santo Tomás, maestro de educadores

      1.1. El alumno Tomás

      Le siguió su formación en el studium generale de Nápoles, la universidad fundada en 1224 por el emperador Federico II para competir con el estudio pontificio de Bolonia. Allí cursó las siete artes liberales: el trivium -lógica, gramática y retórica- y el quadrivium -aritmética, geometría, astronomía y música-; también estudió la filosofía natural de Aristóteles, en un momento en que en París se hallaba prohibida. El método de trabajo consistía en la lectio o estudio del texto, las disputationes o discusiones sobre cuestiones concretas, y las reportationes o repeticiones de las clases. En referencia a sus maestros podemos mencionar dos, Pedro de Hibernia y otro llamado Martín; además, en el temprano escolasticismo medieval la formación intelectual y moral de todo estudiante era seguida por un profesor en particular, quien debía prestar sobre su tutorando un juramento de scientia et moribus.

      Libre ya del encierro, se pudo dirigir al convento dominico de Saint Jacques en París; allí pasó probablemente el año canónico de noviciado, criándose en el espíritu de la Orden mendicante. Poco después fue destinado a Colonia, en donde Alberto, el Grande, andaba organizando un studium generale; en él halló Tomás un formidable maestro:

      Santo Tomás nunca abandonó la docilidad intelectual debida a tales autoridades. La madurez intelectual que iba alcanzando le permitía, sin embargo, tratarlos con la libertad de espíritu que se funda en la verdad; en aquellos momentos era ya un alumno más que aventajado, y de discípulo iba convirtiéndose en maestro; de ahí que se haya afirmado:

      Esta libertad de pensamiento, propia sólo de quien ya ha madurado su aprendizaje, le llevó precisamente a ir más allá de los autores patrísticos, buscando también en los filósofos paganos cuanto en ellos hubiera de verdad. Su preferido fue, a todas luces, Aristóteles, el Filósofo; el deseo de conocer su auténtico pensamiento le hizo buscar traducciones directas del griego, que pudo conseguir gracias a la labor de Guillermo de Moerbeke. Por recuperar la filosofía aristotélica y con ella nutrir la investigación teológica tuvo que sufrir los ataques de la tradición agustiniana, temerosa de que se aguara el vino de la sabiduría cristiana; si Tomás se mantuvo firme en su convicción fue, sin duda, por su honesta opción por la verdad:

      Su lectura de la Escritura era, sin embargo, algo más que un mero estudio intelectual, era auténtica oración. Acerca de la mano de Dios en la labor docente de Tomás cuando era bachiller sentenciario en París, explica Bernardo Gui:


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