Ser y educar. Enrique Martínez García
Читать онлайн книгу.de Dios15.
Un momento precioso de este magisterio divino para con Tomás lo hallamos en su preparación para la promoción como maestro regente en teología en la Universidad de París. La preocupación por la responsabilidad que le iba a ser encomendada le condujo a la oración. Cuenta Bernardo Gui lo que sucedió:
Le pareció ver a un anciano, de pelo blanco y vestido con el hábito dominico, que se le acercó y le dijo: «Hermano Tomás, ¿por qué estás rezando y llorando?» «Porque -contestó Tomás- me obligan a tomar el grado de maestro y yo no creo que esté totalmente capacitado. Además no se me ocurre qué tema elegir para mi lección inaugural». A esto el anciano replicó: «No temas: Dios te ayudará a llevar la carga de ser maestro. Y en cuanto a la lectura, coge este texto: Tú regaste las colinas desde tus altas moradas: la tierra se llenará con el fruto de tus obras (Sal 103, 13)». Entonces desapareció16.
En otras ocasiones Tomás se sintió desconcertado ante ciertos pasajes de la Escritura, que no acababa de comprender. Su actitud de nuevo consistía en ponerse en oración para suplicar de Dios la luz que disipara las sombras. Así, una vez que se le resistía un texto de san Pablo, despidió a sus secretarios, «cayó al suelo y rezó con lágrimas: entonces lo que deseaba le fue dado y se le hizo claro17». En otra circunstancia, ayunó y rezó para poder interpretar un pasaje de Isaías; su secretario Reginaldo supo de labios mismos de su maestro que los apóstoles Pedro y Pablo se le habían aparecido explicándole cuanto deseaba saber.
Al final de sus días Dios quiso dictarle una lección magistral. Sucedió el 6 de diciembre de 1273 durante la celebración de la Misa. Tomás quedó enmudecido; no tenía palabras para expresar lo que es inefable: «Todo lo que he escrito -aseguró a Reginaldo- me parece como paja comparado a lo que ahora me ha sido revelado18».
1.2. El maestro Tomás
Si es muy rica la vivencia del Aquinate en la docilidad del aprendizaje, mucho más, sin duda, en la fecundidad de su actividad docente, que ha trascendido con creces su época perdurando su magisterio hasta nuestros días. Nos centraremos ahora en la siembra que hizo en su paso por las aulas y en sus escritos, y a la que consagró su vida entera.
El magisterio de santo Tomás de Aquino que ahora vamos a describir tiene una razón de ser: la caridad y el celo apostólico. Muchos de sus escritos fueron a petición de alguna persona -el Papa, el maestro general de la Orden, los frailes de su convento, etc.-; y todos al servicio del bien de su prójimo: «Siempre estudiando, leyendo, o escribiendo para el bien de sus hermanos en Cristo19». Hay que pensar que para santo Tomás el estudio se ordena a la enseñanza -«contemplata aliis tradere20»-, de modo que «el enseñar se cuenta entre las limosnas espirituales21».
El primer momento en que descubrimos a Tomás moviendo a otro a la virtud es durante su confinación en Roccasseca. Su hermana Marotta intentó persuadirle de que obedeciera a su madre y renunciara a ser dominico, mas fue ella la que acabó convencida de obedecer a Dios y renunciar al mundo; ingresó como benedictina, llegando con el tiempo a ser priora de Santa María de Capua.
Más tarde, mientras se hallaba en Colonia bajo la dirección de san Alberto, un fraile se ofreció a fray Tomás para ayudarle a estudiar el De divinis nominibus del Pseudo-Dionisio. Poco tardó en reconocer que era él quien debía ser instruido por el Aquinate; éste accedió a auxiliarle, no sin rogarle antes que no se lo dijese a nadie.
Su primera misión docente oficial parece ser que la recibió, precisamente, de Alberto en Colonia; fue la de cursor o baccalaureus biblicus -bachiller bíblico-, que consistía en hacer una lectura de la Escritura, con breves paráfrasis, a fin de familiarizar a los estudiantes -y al mismo bachiller- con los textos sagrados.
Por recomendación de Alberto Magno, fue enviado por el maestro general de la Orden a París como baccalaureus sententiarum, esto es, como bachiller comentador de las Sentencias de Pedro Lombardo. Aun siguiendo en mucho a su maestro Alberto, el magisterio del Aquinate ya mostraba su particular fisonomía: claridad de pensamiento, brevedad de expresión y precisión a la hora de dirigirse al núcleo mismo de la cuestión. Mas su rasgo definitorio era la solicitud por el bien de su prójimo; precisamente a instancias de los frailes escribió entonces dos opúsculos, el célebre De ente et essentia y el no menos importante De principiis naturae.
Terminada esta etapa sabemos ya que santo Tomás fue promocionado a magister in Sacra Pagina en la Universidad de París, la más alta responsabilidad docente que en aquella época podía ser confiada. Y en el acostumbrado principium o lección inaugural Tomás disertó bellamente acerca de la dignidad del magisterio teológico, por medio del cual la sabiduría divina fluye hasta la mente de los oyentes; el maestro en teología debe por ello ser de vida intachable, para poder predicar, enseñar y disputar22. Esta tres eran, precisamente, las funciones propias de dichos maestros, y a ellas se dedicó con intensidad santo Tomás en los tres años que estuvo en París.
A requerimiento de san Raimundo de Peñafort y movido por el celo apostólico de ayudar a los misioneros que trabajaban entre musulmanes y judíos, comenzó a escribir en esta época la Summa contra gentiles23. Hay que destacar también, como uno de sus más hermosos frutos parisinos en orden a la docencia, la cuestión undécima del De veritate; partiendo del De magistro de san Agustín, estudió la persona del maestro y la naturaleza de la enseñanza, quedando resumida su tesis en la siguiente afirmación:
Se dice que el hombre causa la ciencia en otro por la operación de la razón natural de éste. Y esto es enseñar. Por ello decimos que un hombre enseña a otro y es su maestro24.
Tras abandonar la ciudad del Sena, y antes de regresar a ella en su segunda regencia como maestro en teología, le fueron encomendadas varias responsabilidades, todas ellas vinculadas con la docencia. Así, antes de regresar a Italia Tomás fue requerido por el maestro general Humberto de Romanos para integrarse en una comisión creada a fin de organizar los estudios de la Orden. En Nápoles se le nombró predicador general. Fue designado lector del convento de Santo Domingo de Orvieto, en donde leyó el libro de Job a la comunidad. Trabó allí amistad con el papa Urbano IV, quien le pidió la redacción de su comentario continuo a los cuatro evangelios (Catena Aurea). También le fue solicitado el opúsculo De rationibus fidei, en este caso por el chantre de Antioquía, con la intención apostólica de convertir a sarracenos, griegos y armenios a la Iglesia de Roma. De esta época es su admirable composición litúrgica para la fiesta del Corpus Christi, redactada con esmero no sólo para honrar con los mejores versos al Santísimo Sacramento, sino también para educar a los fieles en su devoción.
Fue después destinado a Roma a fin de que abriese un studium provincial en el convento de santa Sabina. Redactó allí su tratado De regno -o De regimine principum- compuesto, al parecer, para el rey Hugo II de Chipre; no quiso Tomás dejar de lado la enseñanza política, mostrando sus reflexiones acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El de Roma no era un studium generale, por lo que no se encontraba ante estudiantes ya formados, como en París, sino ante principiantes; esto le llevó a concebir una obra más asequible que las Sentencias, y así se gestó la Summa Theologiae, de la que él mismo afirma en su prólogo:
El doctor de la verdad católica debe no sólo instruir a los más adelantados, sino también enseñar a los que empiezan, según lo que dice el Apóstol en I Cor 3: Como a párvulos en Cristo, os he dado por alimento leche para beber, no carne para masticar25.
Y tras enumerar las dificultades propias de los principiantes, termina:
Ansiosos, pues, de soslayar éstos y otros obstáculos, trataremos, confiados en el auxilio divino, de presentar las cosas referentes a la doctrina sagrada con brevedad y precisión, en la medida en que la materia lo permita26.
Siete años le llevó escribirla, hasta la súbita conmoción que sufrió el 6 de diciembre de 1273. La justificación de su obra, y de todo su magisterio, la encontramos en el primer artículo de la primera cuestión:
Con la sola razón humana la verdad de Dios sería conocida por pocos, después de muchos análisis y con resultados plagados de errores. Y sin embargo, del conocimiento exacto de