King Nº 7 El Dios de nuestra vida. Herbert King

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radicalmente su influjo sobre el destino de los hombres (deísmo). El siguiente testimonio de D. F. Strauss nos introduce en la época en la que tuvo lugar este fenómeno:

      “La desaparición de la fe en la Divina Providencia es parte de las pérdidas más notorias ligadas al abandono de la fe cristiana. El hombre se ve indefenso y desvalido, colocado dentro de la tremenda maquinaria del mundo con sus engranajes que giran sin cesar, con sus pesados martillos y pisones que machacan con ruido ensordecedor. Sufre minuto a minuto la amenaza de ser triturado por uno de dichos martillos o pisones. Ese sentimiento de estar librado al azar es realmente espantoso. No nos hagamos ilusiones: nuestros deseos no cambian la realidad, nuestra razón nos indica que existe tal maquinaria”.10 En la medida en que el ser humano toma conciencia de sí mismo, ya no acepta sin más ni más una tal teoría, y lo fundamenta también desde la filosofía y teología.

      Por naturaleza un proceso de estas características se decanta sólo de modo lento e irregular. En el pueblo fiel, la fe en la providencia especial de Dios continúa siendo el cimiento más profundo. El P. Kentenich lo toma en consideración y construye sobre él. No obstante percibe que ya hay cosas que se han “desgranado”, se han perdido. Así lo apreciamos claramente en el siguiente testimonio de 1955. Allí habla de “retractaciones”, de “cambios de opinión”:

      A la agobiante inseguridad de la situación se agrega hoy - como ya lo señalé - el atormentador aislamiento en que se ve quien cree en la Divina Providencia. Me refiero a la situación de creciente descristianización de la sociedad. Consecuencia de esa descristianización es la fuerte disolución y desaparición de la fe práctica en la Divina Providencia en todos los ámbitos cristianos, a lo largo y ancho del mundo. Por eso en el mundo de hoy los auténticos creyentes en la Divina Providencia se han convertido en ermitaños, en el pleno sentido del término. Descuellan, solitarios, en medio de su entorno. Sus contemporáneos prácticamente no los entienden. El mundo que los rodea muchas veces es para ellos un libro cerrado con siete sellos y, a veces, una especie de infierno. Las contradicciones entre ambos mundos son como fosos, hondos como abismos. Quien no vea con claridad este estado de cosas, se engañará a la hora de juzgar la situación del mundo en cuanto al espíritu y las ideas reinantes en él. Y sin saberlo ni quererlo, estará haciendo una política de avestruz y su actividad a la larga no reportará fruto alguno…

      Si tuviera que escribir ahora mis “confesiones”, tendría que introducir un capítulo titulado: “retractationes”, vale decir, retractaciones, cambios de opinión. Su contenido principal sería el diagnóstico sobre esta época desde el punto de vista de la fe práctica en la Divina Providencia. Lo que yo antaño decía y enseñaba sobre este tema ha perdido hoy su vigencia. Lo que no quiere decir que el diagnóstico hecho por entonces no fuera el adecuado para aquellos tiempos. De ninguna manera. Por entonces la situación imperante era efectivamente tal cual yo la veía y exponía. Pero entre tanto se ha producido un cambio radical. Y ello aconteció en pocos años y de una manera difícil de entender.

      Por entonces yo enseñaba que la sustancia religiosa de los pueblos cristianos se había condensado prácticamente en la fe en la Divina Providencia. Y ello a modo de una fortaleza inexpugnable, segura, bien resguardada. De ahí que una de las tareas más importantes de la pastoral fuese el cultivo cuidadoso de ese sumo bien. Sobre esta base puse de relieve tanto el mensaje schoen-stattiano de la fe práctica en la Divina Providencia como también - enfáticamente - la gracia especial de peregrinación del mismo nombre. Y ambas cosas a la luz de la gran misión que tiene Schoenstatt para la época.

      Pero hoy debemos decir que eso era así en el pasado… Hoy en muy breves espacios de tiempo tienen lugar derrumbes y catástrofes que por lo común necesitaban siglos para consumarse. Colapsos y calamidades que de un día para otro afectan a todo el mundo, resquebrajando costumbres y estado de cosas tradicionales. Reitero que quien no tenga conciencia de ello, quien no lo tome en consideración, hablará en el vacío y no debe esperar eco positivo alguno.11

      No obstante, en años posteriores el P. Kentenich hablará de la importancia del punto de enlace de la fe práctica en la Divina Providencia, vale decir, de la experiencia de Dios, del “rastreo”. Ahora bien, una y otra vez resulta difícil seguir al P. Kentenich en sus declaraciones a menudo muy contradictorias. Pero a pesar de ello hay que contar con que ambos puntos de vista son correctos. Porque precisamente la realidad misma es muy contradictoria. Así pues me animo a decir que el texto aducido aquí es el más orientador, y que nuestras Iglesias deberían esforzarse en transmitir no tanto conocimiento dogmático o ética, sino justamente el anuncio del Dios de la vida, del Dios que se presenta en este tomo. Muchas veces la gente se asombra cuando se les habla del Dios de la vida. Y dice: “Pero yo también tengo esa fe…”

      Pero también el hecho de que esa fe en la Divina Providencia vive aún en lo más profundo del creyente. Si preguntan a la gente que de alguna manera se ha mantenido cristiana, o bien a los que siguen siendo totalmente cristianos, constatarán siempre la misma realidad: La sustancia esencial de la fe se ha proyectado siempre y sigue proyectándose también hoy, como fe en la Divina Providencia. Basta observar la vida.12

      5. Misión del cristianismo de hoy. Cuanto más percibe el P. Kentenich las dificultades, tanto más siente y reconoce que allí está la misión central del cristianismo de hoy. Él mismo con su Movimiento se sabe llamado especialmente a esa labor. De ahí que la “fe práctica en la Divina Providencia” represente algo así como el fundamento, patrón o guión de su pensamiento y acción. En 1944, y en el infierno de un campo de concentración, escribe lo siguiente:

      Pareciera que Dios nos ha llamado a acoger, por entero y de manera ejemplar, las fuerzas fundamentales del cristianismo y hacerlas cimiento de nuestra vida y aspiraciones, a fin de que vuelvan a ser, más y más, patrimonio común de toda la cristiandad. Y parte de esas fuerzas fundamentales son, en primer lugar, la fe en la Divina Providencia y la fe en la misión capaces de asumir el mundo y la vida. Ambas reciben hoy, diariamente, nueva alimentación, y nos alegramos de corazón por todas estas confirmaciones que Dios nos ha dado en los últimos años a través de la historia de nuestra Familia, cuajada de vicisitudes. Dios fue quien utilizó a nuestros enemigos para ayudar a nuestra Familia a obtener una victoria patente. Por eso nuestro sentido para la fe jamás se cansará de captar todas las manifestaciones, pequeñas y grandes, de la guías y providencias divinas, de atenerse a ellas y meditarlas. Dios es un Dios de fidelidad, y no romperá la Alianza de Amor que sellara con nosotros hace treinta años. Por nuestra parte, basta esforzarnos continuamente por guardarle la misma fidelidad, con fe y docilidad. Por esa vía nuestra historia se convertirá, más de lo que lo ha sido hasta ahora, en una incomparable y grande marcha triunfal del poder, bondad y fidelidad divinos.13

      6. Teología del Dios de la vida. El P. Kentenich opina asimismo que en este punto la teología tiene aún una importante tarea por delante. Una y otra vez señaló la necesidad de que surgiera “una teología que considerase como su tarea fundamental anunciar la Divina Providencia de manera teológicamente exacta y en aplicación a la historia de la época y del mundo, y no en último lugar a la historia de nuestra Familia”. A continuación esbozaré algunos aspectos clave de dicha teología. Cf. también la bibliografía.

      a. Perspectiva de la teología de la creación: Dios es omnipresente y actúa en todas partes. Permanente acción creadora de Dios. El credo del deísmo dice que Dios creó sólo al principio. Y ésa es también una muy difundida opinión entre cristianos. Dios se halla como creador al comienzo de una cadena de causalidades. Esta visión de las cosas parte de la premisa de que todo tiene una causa y de que debe haber una primerísima causa ubicada en el tiempo. Tal argumento reviste una cierta evidencia y se recurre mucho a él. Por cierto es correcto, pero una tal interpretación no permite ciertamente ver a Dios en todo.

      Para poder ver a Dios en todo hemos de entender la creación de Dios como algo más continuo. En todo momento Dios crea todo de la nada y lo sostiene y a la vez lo desarrolla. Dios está en todo y por encima de todo. En su discurso en el ágora de Atenas, san Pablo (Hch 17, 28), citando a un filósofo, dice que en Dios vivimos, nos movemos y somos. Y a la pregunta: ¿Dónde está Dios?, respondemos: “Está en todas partes”.

      Aquí tiene también su lugar la fe cristiana en la Divina Providencia. Hasta hoy,


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