La guerra de Catón. F. Xavier Hernàndez Cardona

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La guerra de Catón - F. Xavier Hernàndez Cardona


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y sirvientes, estaban montando en sus cabalgaduras y a punto de irse.

      ─ Vamos, Lucio que llegas tarde. ¡Vaya! Veo que has tenido una última conversación con alguno de tus amigos ─precisó Catón sin inmutarse pero escrutando las huellas de la lucha en la cara de Lucio.

      ─ Amigos míos no, han sido los tuyos. Parece que los sicarios de Escipión han descubierto muy deprisa que trabajo para ti.

      ─ Vaya, lo siento... espero que no te causen más problemas. Como ves, vamos a caballo, hay prisa...

      El grupo salió al trote, con discreción y sin protocolo, hacia la puerta del Campo de Marte para tomar la carretera de Ostia. En cuatro horas llegaron a la zona de embarque e inmediatamente subieron a un quinquerreme. Claudio y Manlio, los nuevos pretores de Hispania, hicieron formar algunas tropas que vitorearon a Catón. Desde los quinquerremes y buques de transporte de la base centenares de marineros saludaron al cónsul. En los próximos días estas fuerzas también debían partir hacia la Ulterior y la Citerior. El cónsul levantó los brazos y correspondió al saludo desde el puente de la nave que, a golpe de remo, remontó el estuario del Tíber.

      El quinquerreme pronto ganó mar abierto y viró hacia el norte. A la derecha se intuyeron sucesivamente Castrum Novum y Tarquinia. Al llegar frente a la ciudad de Cosa le esperaban diez grandes naves de los aliados, así como una veintena de naves más pequeñas cargadas de pertrechos. Allí pasaron la noche. El día IV antes de las nonas mayas, de madrugada, formaron un convoy. Las naves siguieron la estela del quinquerreme que, utilizando los remos, pronto las dejó atrás. Ya entrada la noche llegaron a Populonia.

      La personalidad de Catón seguía sorprendiendo a Lucio. Hablaba muy poco, departía tranquilamente con el capitán y actuaba con gran sencillez, y compartía su comida con la marinería. Su cabina no tenía ningún lujo y sus tres asistentes mantenían con él una relación respetuosa pero al mismo tiempo muy franca. Frente a Populonia, organizó una pequeña conferencia con los responsables de la flota. Se decidió que las naves pequeñas de abastecimiento irían directamente a Elvia y Corsica para dirigirse a Olbia y Masalia. Las naves con tropas debían hacer navegación de cabotaje, pero las de abastecimiento podían avanzar directamente practicando navegación de altura. La madrugada del día III antes de las nonas mayas, el quinquerreme prosiguió la carrera hacia el norte, seguido por el resto de los barcos. Las costas de Etruria se deslizaban por la amura derecha. El paso del buque insignia fue la señal para que zarparan otras diez grandes naves aliadas del Puerto Pisanu, en la desembocadura del Arnús.

      Costas ligures y masaliotas. Puerto de Luni (puerto de Luna, cerca del antiguo Portus Veneris, la actual La Spezia, al norte de la Toscana). Nonas mayas, año 558 y días sucesivos (del 5 al 11 de mayo del 195 a. C.).

      El día III antes de las nonas mayas, justo cuando el Sol se ponía sobre el mar, el quinquerreme de Catón llegó al puerto de Luna, una entrada natural en la costa que ofrecía una excelente protección a los navegantes. A Lucio el espectáculo le pareció impresionante. Veinte grandes naves estaban ancladas en el centro del puerto. Eran las que había asignado el Senado para la campaña, y las que acompañarían al ejército consular mientras ésta durara. En las riberas acampaban las dos legiones asignadas a Catón, el nervio del ejército romano. Cientos de hogueras, sumadas a los destellos basculantes de los faroles de los barcos, generaban una atmósfera irreal que se complementaba con el rumor que emergía de miles de voces en alegres conversaciones. El sonido de las tubas y los gritos indicaban que todavía iban llegando centurias atrasadas...

      Catón se preparó para desembarcar. Aparentemente estaba tranquilo pero en realidad una fuerte emoción se materializaba en su pecho y garganta, sus pensamientos volaban independientes de sus movimientos físicos. Iba observando todo al tiempo que conversaba consigo mismo...

      ─ Bueno, Marco Porcio, por fin llega tu oportunidad. Ahora debes materializar tu proyecto, no puedes fallar, hay que actuar con generosidad y decisión. ¡Qué bonito espectáculo! Es el momento de empezar a forjar esta masa y convertirla en una máquina imparable.

      El cónsul bajó del quinquerreme con los lictores en formación y respetando el protocolo. Acompañado por Lucio, Aulo Varrón, comandante de la flota, y por el secretario Anaxágoras, se dirigió a la gran tienda pretoria que presidía el campamento. En el exterior había formado un grupo de legionarios seleccionados, la guardia consular de honores. En el interior esperaban mandos y oficiales de las dos legiones y de las alas aliadas. Los cuatro tribunos de confianza de Catón: Lelio Tulio, Máximo Constante, Marco Camilo y Mario Emilio, sonrieron al cónsul y lo saludaron llevando el puño cerrado al pecho. Lelio y Constante debían actuar, además, con categoría de legados al frente de cada una de las legiones, mientras que Camilo y Mario, habrían de hacerse cargo, como prefectos, de las dos alas de aliados. Estaban allí también los dos cuestores. Hasta el momento habían realizado, desde martius, un trabajo duro. Después del Tubilustrium, la ceremonia de purificación de las trompetas, habían puesto en marcha las legiones y las tropas aliadas, y a lo largo del mes de aprilis las habían trasladado hasta los puertos de Luna y Portus Veneris. Detrás de los legados se alineaban los ocho tribunos militares de las dos legiones. Lucio frunció el ceño viendo que la mayoría eran hijos de buenas familias, y algunos de ellos tenían rango senatorial. Su especial odio contra los ricos y los poderosos era un instinto inherente a la condición humilde de su familia. De entre aquellos cretinos destacaba el que se anunció como Antonino Quietus, el tribuno militium, elegido por los Comicios Tributos. Lucio lo clasificó de entrada: un escipioncillo, de los de la vexilia roja. El aire pedante y prepotente era una carta de presentación inequívoca. El grupo se complementaba con el tribuno militium rufuli, los coordinadores médicos y los jefes de ingenieros. Catón con voz baja y pausada se dirigió a todos ellos.

      ─ Amigos, tenemos una tarea difícil. La cumpliremos con firmeza, iremos a Hispania y decidiremos el futuro de Roma... y del mundo ─la solemnidad de la declaración provocó un silencio emotivo, Catón que con la afirmación había provocado una atmósfera de tensión continuó hablando muy despacio─. Haremos el trabajo y volveremos a nuestros hogares. No moriremos. Mañana, pridie nonas de maius, comienza nuestra epopeya. Mañana partiremos con las dos legiones directos a Emporiae, en las veinte naves del Senado y en las veinte aliadas. Pasado mañana, nonas de maius, zarparán los aliados y la impedimenta, en embarcaciones menores. Algunas naves con víveres ya han salido por la derrota de Corsica hacia Masalia. Las tropas destinadas a los pretores de la Ulterior y la Citerior saldrán mañana desde Ostia, seguirán nuestra estela, pero no pararán en Emporion, continuarán hacia Cartago Nova. Es imprescindible que sometamos el norte oriental de Hispania para asegurar estas tropas, en caso contrario quedarán aisladas, como aislada quedará Roma si no controlamos los recursos de Hispania. Nada más, estoy absolutamente convencido de que cada uno cumplirá con su deber.

      El silencio se mantuvo en la tienda, los presentes dudaron hasta que finalmente alguien se atrevió a lanzar vítores en honor del cónsul que fueron ruidosamente seguidos en un emocionado clima de entusiasmo. Catón respondió con un: ¡Fuerza y honor! que fue replicado y contestado por todo el mundo: ¡Fuerza y honor!

      El cónsul manifestó su deseo de recorrer el campamento y saludar personalmente a los 60 centuriones y, de manera muy especial, a los primus pilus de cada legión. Catón rechazó el paludamentum que le ofrecía el legado Constante, y comenzó el periplo por el campamento seguido por los altos oficiales. Con pocas palabras fue saludando a los legionarios de los corros y hogueras más cercanas. Los hombres, sorprendidos, quedaban cohibidos e impresionados por la presencia del cónsul, que llegó a responder las invitaciones tomando algún trago de posca. Al sucedáneo de plaza de armas llegaron apresurados los centuriones. Catón había pedido la lista y los fue llamando por su nombre a fin de saludarlos personalmente. Era obvio que buscaba complicidad. Catón, que había servido como legionario en el Metauro, sabía perfectamente que los centuriones eran el nervio del ejército. El auténtico motor de la legión, el patrimonio, más preciado. Los primus pilus, sin embargo, no se dejaron impresionar por el gesto de Catón, pero lo agradecieron, entendieron que el cónsul quería mandar de abajo a arriba, justo como ellos. Catón sabía asimismo que los primus pilus eran el cerebro de la legión, los auténticos comandantes de


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