La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey
Читать онлайн книгу.las grandes transformaciones, especialmente en la actual economía del carbono, para impedir la catástrofe anunciada. El papel de la educación será decisivo durante este periodo. Nos aproximamos a un punto de inflexión en las condiciones de la vida humana y la no humana.
Figura 2. Desplazados internos por desastres naturales
Fuente: Informe mundial sobre desplazamiento interno (grid, por sus siglas en inglés) del Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC, por sus siglas en inglés), Consejo Noruego para los Refugiados, publicado el 20 de abril de 2020.
He aquí el cuadro más gris
Si partimos del hito de 1930, conocido como la depresión económica o el crack de 1929, podemos decir que en poco menos de cien años hemos pasado de un cuadro gris a un cuadro más gris en la representación de la realidad del mundo; lo que Pedro Calderón de la Barca llamó, en el siglo XVII, el gran teatro del mundo. Al cuadro gris podemos llamarlo el cuadro de la crisis ambiental y climática (1930-2000). Al cuadro más gris lo llamaremos el del Antropoceno (2000…).
Figura 3. El cuadro más gris
Fuente: elaboración del autor, 2017.
Hemos pasado (me apoyo, nuevamente, en las prefiguraciones del arte) del cuadro La isla de los muertos49 de Arnold Böcklin (1883), al cuadro El verdadero cuadro de ‘La isla de los muertos’ de Arnold Böcklin a la hora del Ángelus de Salvador Dalí, pintado, ¡cómo no!, en 1932, cuando el mundo de la economía balbuceaba soluciones más o menos simplistas (como siempre ha sido) para salir del mayor fracaso de su historia reciente. Dalí tenía 28 años y mantuvo la obsesión por aquel cuadro, por lo menos hasta 1934, cuando pintó Elementos enigmáticos de un paisaje.
En el cuadro de A. Böcklin puede verse una isla rocosa poblada de enormes cipreses, tan hermosos y exuberantes que alcanzan a comunicar la sensación de silencio y reverencia por la naturaleza y por la vida que el autor probablemente se propuso. La vida también cobra presencia por la muerte: un hombre ataviado de blanco va en una pequeña barca llevando hasta la isla el ataúd de otro que ha muerto. En el cuadro de Dalí, pintado 44 años más tarde, ya no hay cipreses, no hay nada. Solo un inmenso cielo azul testigo de la desolación y el silencio. Es la hora del Ángelus en aquella isla rocosa (¿el cabo de Creus, Carteret, Tuvalú, islas Marshall?). Es la hora de la oración y la esperanza. Tampoco hay vida humana. El mar es amarillo. Una taza de café sobre la cual parece caer desde lo alto un chorro de metal líquido es ahora la sombra de un pasado, pero hay esperanza en este cuadro. No sabría cómo explicarlo, pero algo más de mi intuición que de mi razón me dice que sí existe la posibilidad de ese cielo, sin una sola nube que presagie desgracias, tiene que haber esperanza. Lo cierto es que ahora hemos agregado complejidad a la crisis y estamos a punto de comprometer la continuidad de la cultura, como lo afirma Franny Armstrong en su documental The Age of Stupid (1972)50; allí muestra los efectos del Antropoceno sobre la cultura al poner en escena una torre construida en el norte de Noruega (el archivo mundial), cuyo objetivo es guardar las obras de arte y los archivos culturales y científicos de una época a punto de desaparecer, la nuestra51.
Documental The Age of Stupid
¿Por qué ocurrió todo esto?
Debido a este panorama (gris, más gris), son cada vez más los pensadores que se han aproximado a la crisis para preguntarse: ¿por qué? James Lovelock, uno de los primeros, escribió en 1987:
Tal vez el acontecimiento más extraño que se haya derivado de nuestra búsqueda de GAIA sea la comprensión de que, por muy robusta que sea, las condiciones de nuestra Tierra se están acercando al punto en que la vida misma puede que no esté lejos de su fin […] en términos gaianos, si la duración de la vida fuese de un año, ahora estaríamos en la última semana de diciembre52.
Figura 4. La isla de los muertos, Arnold Böcklin, 1883
Fuente: Recuperado el 14 de septiembre de 2020, de https://www.traveler.es/experiencias/articulos/viaje-a-un-cuadro-la-isla-de-los-muertos-de-arnold-bocklin/17568
Connie Hedegaard tiene el dudoso honor de haber presidido la Cumbre que pudo haber cambiado el rumbo de la crisis. Ello no sucedió así, pero no por responsabilidad de Hedegaard sino de Lars Loocke, primer ministro danés, quien, o bien cedió a las presiones de los Estados Unidos, o bien no supo manejar las tensiones entre los grandes intereses en juego. Fue así como la COP 15 de Copenhague (realizada en 2009) pasó a la historia como el fracaso más rotundo de la diplomacia del clima (como ya dije). Hedegaard es actualmente la comisaria europea de Acción por el Clima, y recientemente hizo un esfuerzo pedagógico para explicar la emergencia que vivimos: “Si su doctor le dijese que está seguro en un 95 % de que padece una grave enfermedad, buscaría inmediatamente una cura. ¿Por qué deberíamos asumir más riesgos cuando es la salud de nuestro planeta la que está en juego?”53.
En realidad, no es la salud del planeta lo que está en juego, como afirma Hedegaard, aunque, evidentemente, no se puede decir que nuestra ‘casa común’ goza hoy de su mejor salud. Resulta que el asunto es peor, mucho peor de lo que la mayor parte de nosotros imaginamos, como escribe el periodista Wallace-Wells. El asunto es que lo que está en juego hoy es la posibilidad de que la vida siga siendo posible en este planeta. Y si un día (que ojalá nunca llegue) se acaba la vida, la Tierra seguirá ‘viviendo’ tranquila sin nosotros, pues ella, como afirma Lynn Margulis, es una pícara tenaz que ha sobrevivido a embates de todo tipo, y ha desarrollado, a lo largo de miles de millones de años, poderosas capacidades para resistir; no se rinde fácilmente. Pero la vida no es tan fuerte. El Informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES)54 muestra que la crisis de biodiversidad está a la par con la amenaza climática. A nivel mundial, las especies se están extinguiendo a tasas de hasta mil veces las tasas típicas del pasado de la Tierra: las poblaciones de animales están disminuyendo y desapareciendo en la tierra y en el mar. El último índice de Planeta Vivo estimaba una disminución promedio del 60 % en el tamaño de la población de miles de especies de vertebrados en todo el mundo entre 1970 y 2014, con disminuciones aún más rápidas en las poblaciones de agua dulce. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el 40 % de los anfibios, el 25 % de los mamíferos, el 34 % de las coníferas, el 14 % de las aves, el 33 % de los corales formadores de arrecifes y el 31 % de los tiburones y rayas están en grave riesgo. Los arrecifes de coral, por ejemplo, ya están sufriendo extinciones masivas debido a las altas temperaturas. Según el Informe Especial del IPCC (2018), se espera que entre el 70 y el 90 % de todos los arrecifes de coral del mundo mueran con solo 1,5 °C de calentamiento por encima de los niveles preindustriales, y más del 99 % si llegamos a los 2 °C, el nivel considerado como ‘seguro’ de calentamiento en las negociaciones internacionales.
Este libro
Escribo desde el tiempo presente. No obstante, no es mi intención abrumarlos con datos sobre la crisis, ni mucho menos asustarlos. Escribo este libro porque creo que todavía podemos reaccionar, si actuamos juntos y coordinadamente con efectividad y sentido de urgencia. Reitero: si y solo si (actuamos juntos, coordinadamente y con sentido de urgencia). Tampoco apelaré a la proclamación de una esperanza vacía: tomémonos de las manos y digamos al unísono: ¡La vida es bella y triunfará! Mucho menos repetiré mensajes que considero equivocados (iba a escribir irresponsables) —dan la impresión de que si hacemos ‘eso’ (que nadie sabe cómo se hace) basta para resolver el problema—: ¡Salvemos la Tierra!
Aquí estoy, escribiendo desde la peor pandemia que ha sufrido la humanidad en toda su historia (no sé si habrá sido la