La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey

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La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey


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logren el equilibrio entre el arte y la ciencia que hoy resulta necesario para comprender el filo de la historia y sus vicisitudes. Ojalá puedan comprender que hoy, más que nunca, necesitamos restituir el dualismo mente cuerpo en beneficio de una nueva unidad que rescate el idealismo y el romanticismo alemanes pero que transcienda el posmodernismo. Esa nueva unidad ya fue enunciada por Schelling: “Yo soy uno con la naturaleza”61. No somos, evidentemente, parte de la naturaleza, sino que somos también naturaleza. No somos razón y emoción, somos una integralidad compuesta por razonamientos y sentimientos, por certezas y por intuiciones, por arte y por ciencia. Humboldt también lo entendió así, y le dedicó a Goethe su Ensayo sobre la geografía de las plantas y agregó en la portada de su libro la imagen de Apolo, el dios de la poesía. Pero Humboldt no solo subrayaría la importancia de la poesía, sino que él mismo sería un adelantado en escribir “desde la razón y la emoción”, como escribe Carl Langebaek en Humboldtiana neogranadina62.

      Pues bien, permitirán los lectores que enmarque mis ideas sobre la educación mediante los ejes de la cátedra de Acción Climática de la Universidad del Rosario63: 1) el reconocimiento de los límites de los sistemas implicados en la crisis global; 2) el reconocimiento de la complejidad de los sistemas; 3) la necesidad de estimular la formación de ciudadanías activas y resilientes que demanden y propongan respuestas sectoriales, locales y globales sobre todos los factores del cambio global; 4) el examen de las transiciones hacia un futuro sin carbono (si bien las transiciones económicas y energéticas constituyen el eje de las acciones climáticas, es preciso examinar primero las alternativas para transitar entre el paradigma aún vigente del “crecimiento ilimitado como idea rectora del progreso” y la nueva idea del progreso (aún por construir) que conceda primacía a la vida por sobre todo otro valor); 5) la urgencia de recuperar lo que de humanos hemos perdido, pues solo a partir de lo que somos como especie y como cultura podremos salvar la vida amenazada. Para este fin es necesario volver por la enseñanza de las artes y las humanidades, como complemento necesario de la formación técnica de los estudiantes.

      Si este enfoque es acogido, modificado, mejorado y multiplicado por los docentes, este libro habrá cumplido su propósito. Esta es una cátedra nacida más de la intuición que de la razón, que promueve un proceso orden-caos-nuevo orden, y que se aparta, de manera deliberada, del ecologismo tradicional para subrayar su énfasis en el contexto humano, político, social y económico del problema. Reconoce el avance de la ciencia y su principal referente es el Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

      La palabra enseñar no es adecuada. Lo que hacemos es comunicar una urgencia. Compartir la necesidad de encontrar una respuesta adaptativa global y una acción colectiva de gran envergadura que salve la vida amenazada. Docentes y estudiantes intentamos situarnos en un mismo plano: sencillamente humano. De manera, que, en lo posible, esta clase se dicta sin jerarquías explícitas o convencionales, debido a que necesita hacerse no desde la sentencia nietzscheneana (quizá presuntuosa en su aparente sencillez): “lo humano demasiado humano”, sino desde lo humano complejamente humano. No simplemente desde la ciencia (aséptica), no desde los hechos que hoy revelan la gravedad de la crisis (aunque estos hechos se revisan de manera crítica), no desde la conceptualización sobre la adaptación, la mitigación, la financiación y los múltiples ismos, siglas, acrónimos y jerigonzas con que se suelen envolver la diplomacia internacional y los expertos, para nombrar la problemática. No desde todo aquello, sino desde el sentido común de lo humano amenazado.

      La enumeración de los cinco ejes de la cátedra pretende servir de marco de trabajo a la convicción que la sustenta: la necesidad de apelar al sentido de lo humano, más que al propósito de una ciencia, una ideología o una categoría geográfica o nacional. Más adelante hablaré de este tema. Por ahora declaro que a José Ángel Valente64 no lo conocía, “cuánto se aprende al término de un día”65, pero al linfoma no Hodgkin sí, aunque de una forma menos invasiva que la que inspiró al autor de Hoy es siempre todavía. Melanoma que horada la piel de la tierra. Más lento que otros males de su especie, pero igual de mortal. Células que se incubaron en la historia del pensamiento de los humanos del siglo XX. La crisis global es, quizá, el linfoma sí Hodgkin de una civilización que descubrió en la química del carbono, la vida, el progreso, la felicidad, el crecimiento, la bicicleta Giant de fibra de carbono, pero también la muerte.

      Sobre el tiempo presente, José Ángel Valente66

      Escribo desde un naufragio,

      desde un signo o una sombra, discontinuo vacío

      que de pronto se llena de amenazante luz.

      Escribo sobre el tiempo presente,

      sobre la necesidad de dar un orden testamentario

      a nuestros gestos,

      de transmitir en el nombre del padre,

      de los hijos del padre,

      de los hijos oscuros de los hijos del padre,

      de su rastro en la tierra,

      al menos una huella del amor que tuvimos

      en medio de la noche,

      del llanto o de la llama que a la vez alza al hombre

      al tiempo ávido del dios

      y arrasa sus palacios, sus ganados, riquezas,

      hasta el tejo y la úlcera de Job el voluntario.

      Escribo sobre el tiempo presente.

      Con lenguaje secreto escribo,

      pues quien podría darnos ya la clave

      de cuanto hemos de decir.

      Escribo sobre el hálito de un dios

      que aún no ha tomado forma,

      sobre una revelación no hecha,

      sobre el ciego legado

      que de generación en generación

      llevará nuestro nombre.

      Escribo sobre el mar,

      sobre la retirada del mar que abandona en la orilla

      formas petrificadas

      o restos palpitantes de otras vidas.

      Escribo sobre la latitud del dolor,

      sobre lo que hemos destruido,

      ante todo en nosotros,

      para que nadie pueda edificar de nuevo

      tales muros de odio.

      Escribo sobre las humeantes ruinas de lo que creímos,

      con palabras secretas,

      sobre una visión ciega, pero cierta,

      a la que casi no han nacido nuestros ojos.

      Escribo desde la noche,

      desde la infinita progresión de la sombra,

      desde la enorme escala innumerable de números,

      desde la lenta ascensión interminable,

      desde la imposibilidad de adivinar aún la conjurada luz,

      de presentir la tierra, el término,

      y la certidumbre al fin de lo esperado.

      Escribo desde la sangre,

      desde su testimonio,

      desde la mentira, la avaricia y el odio,

      desde el clamor del hambre y del trasmundo,

      desde el condenatorio borde de la especie,

      desde la espada que puede herirla a muerte,

      desde el vacío giratorio abajo,

      desde el rostro bastardo,

      desde la mano que se cierra opaca,

      desde el genocidio,

      desde


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