Episodios Nacionales: Luchana. Benito Pérez Galdós

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Episodios Nacionales: Luchana - Benito Pérez Galdós


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sí, y nosotras unas pobres palurdas; pero es al propio tiempo tan delicado, que no nos deja conocer la diferencia entre usted y nosotras: diferencia por la clase, por la educación, por la ilustración…

      – Si eso me lo dijera otra persona, crea usted no se lo perdonaría. Pero usted está autorizada para todo, hasta para llamarme fatuo, que fatuidad grande sería en mí creer en esa desigualdad.

      – Pues me callo, señor… En fin, no le quitemos tiempo, que querrá leer la carta de su amigo.

      – La leeré después.

      – No, ahora, que nosotras nos vamos. Y si no ha de venir a rezar el rosario, dígalo para no esperarle.

      – ¡Pues no he de ir! ¡Y poco que me gusta a mí rezar el rosario con la familia!

      – Pero que no pase lo de la otra noche – indicó Demetria entre severa y jovial, delicada fusión de tan distintos matices en las luces de sus ojos.

      – ¿Qué pasó la otra noche?

      – Pues nada en gracia de Dios. Que dijo que iba al rosario, y nosotras allá esperándole un cuarto de hora, con el primer Padrenuestro en la boca.

      – Pues vamos ahora mismo. Después leeré la carta.

      – No, no – dijo Doña María cogiendo por un brazo a su sobrina y llevándosela. – Déjale, déjale… No le marees.

      – Voy en seguida.

      Pasó rápidamente la vista D. Fernando por la carta de Hillo, enterándose de lo más substancial, con ánimo de leerla entera después del rosario y la cena. Así lo hizo. Al acostarse, tuvo conocimiento de todo lo que el buen presbítero le decía, y que en extracto a continuación se refiere:

      «Aquí me tienes desde el 14 que vine a ciertas comisiones y encarguillos de la Gobernadora (no me refiero a nuestra Soberana, hija de Partenope, sino a la reina sin corona que a ti y a mí nos gobierna, y bien puedes dar gracias a Dios de que así sea), los cuales aún no han tenido cumplimiento por lo trastornado que está todo en esta villa, a quien los retóricos llamamos Ursaria, y que debiera llamarse hoy Babilonia la chica. ¡Qué barullo, Dios mío, qué espantosa confusión, no diré de lenguas, pues todos hablan lo mismo, pero sí de ideas y de voluntades! Por la mañana andan a tiros milicianos y soldados; por la tarde salen cantando el himno. Los ministros, con su Sr. Istúriz al frente, no saben qué hacer. A La Granja, donde yo dejé la revolución bien guisada, acudió Méndez Vigo, Ministro de la Guerra, con ánimo de sofocar el movimiento. No llevaba tropas: llevaba dinero, que es, según dicen, la summa ratio de estas subidas y bajadas de constituciones; pero nada pudo conseguir. Ahora me dicen que hoy ha vuelto su excelencia acompañado de los sargentos triunfadores; entró en Madrid el representante del ejército, llevando en su propio coche al sargento Gómez, uno de los héroes del día; ha sido un espectáculo edificante el paso del General por San Vicente y Caballerizas, hasta Ministerios, donde se han apeado. Si esto no es una casa de locos, no sé yo lo que es, mi querido Fernando.

      La Milicia Nacional, derrotada y desarmada en todas partes, conserva la posición que ganó en los Basilios, arrojando de allí a los peseteros que defendían el convento. El Gobierno, tan pronto se cree vencido y se dispone a sucumbir ante el magistral engaño de los sargentos, como se encampana, escarba, humilla, pretendiendo restablecer con un buen hachazo el principio de autoridad. Pero este ¿dónde está? ¿Quién es el guapo que lo tiene? Si se confirma que Méndez Vigo y el Sr. Gómez, sargento de Provinciales, han traído del Real Sitio varios decretos firmados por la Reina destituyendo a no sé qué ministros y nombrando otros, ¿dónde se ha metido el principio de autoridad? ¿Lo tienen Gómez, Lucas y García, lo tienen las logias, o no lo tiene nadie? Me inclino a creer esto último… Y vamos a otra cosa, pues entiendo que más que las noticias de este inmenso Carnaval en que vivimos, te interesará saber que por el capitán D. Teobaldo García (no tiene nada que ver con el esclarecido sargento del mismo nombre) te mando otras veinte onzas, por encargo de quien tiene esto y mucho más para subvenir a tus necesidades. Confiamos en que a la tolerancia de arriba corresponderás tú, desde tu posición inferior, con una conducta ajustada a la razón y a los buenos principios. No sabes tú bien lo que te perderías si así no lo hicieras. El sentido de tu última carta, aunque breve, substanciosa, me da esperanzas de que te veremos formal y comedido. Sientes el hastío de los actos irregulares; ansías la paz de la conciencia, el reposo del ánimo. Muy bien: ya estás en el buen camino…

      Se transige con Aura, a pesar del origen no muy ejemplar de tu dama. Pero no hemos de ahondar demasiado en los fundamentos de cosas y personas, porque haciéndolo, la vida sería imposible. Ello es que vivimos en plena revolución. En proceso revolucionario está la sociedad, y lo mismo puede decirse de las familias y de las personas. El pueblo va ganando la partida: hoy avanza un paso, mañana otro, y los viejos alcázares se desploman. La Nación transige con los sargentos, acepta de ellos la traída de la Constitución. Pidamos a Dios que no salgan luego los cabos trayéndonos otra. En tu esfera has hecho la revolución, y de arriba viene la soberana voz que te dice: ‘Paciencia; aceptemos los hechos consumados’. Recoge, pues, a tu Aura; pero no pienses en que se te ha de consentir otra cosa que el matrimonio religioso y legal. Revolucionarios somos; pero no tan calvos, amigo mío.

      Y cuanto más pronto decidas ese punto capital, mejor, querido Fernandito. Si, como dices, ya estás curado de tu herida, abandona las delicias de esa Capua, y vete a tu negocio. Con las onzas recibirás el salvo conducto, y en un paquete separado esta carta, y las dos que presentarás a D. Juan Bautista Erro, el Mendizábal del absolutismo, y al general Maroto; ambos te facilitarán tus diligencias en el país carlista. Ya verás que son bastante expresivas. Me ha dicho hoy Iglesias que aquí se consigue todo con buenas amistades. Pero yo veo que el pobre poco adelanta con llamar amigos a las tres cuartas partes de los españoles; de donde colijo que el abuso de los bienes es siempre un mal muy grande. Me asegura Nicomedes, invariable en su inquietud y en el anhelo de nuevas posturas, que esta revolución sargentil es un modelo del género, pues ha realizado una eficaz y provechosa mudanza por los medios más breves y pacíficos, sin derramar sangre inocente. Cree él que las naciones extranjeras nos han de copiar esta receta sencilla y familiar de los pronunciamientos, que hace inútiles las altas jerarquías de la milicia y la política. Allá veremos.

      Concluyo con una noticia que he adquirido esta tarde por feliz casualidad, pues tal ha sido mi encuentro con el Sr. Maturana cuando yo volvía de recoger las onzas. Sabrás, amado Telémaco, que D. Ildefonso Negretti ha caído en desgracia en la Corte absolutista, por habérsele descubierto chicoleos epistolares con Mendizábal, a quien escribía cosas que no debieron ser del agrado de aquellos fantasmones. Interceptada la correspondencia por la Comisaría carlista de correos, fue reducido a prisión el culpable, y lo habría pasado muy mal sin la protección que le dispensa el Infante D. Sebastián. No pudo decirme Maturana dónde se encuentra hoy. Tú lo sabrás pronto.

      Viene el Sr. D. Teobaldo a decirme que no sale hasta mañana, y aprovecho la dilación para endilgarte un par de pliegos más esta noche, con referencias del giro que van tomando estas humoradas del Carnaval político, y con algo de lo que a ti pueda interesarte. – Vale».

      VII

      ¡Lo que te has perdido! – continuaba el buen clérigo. – No un día, sino dos, se ha retrasado en su marcha el Sr. D. Teobaldo, lo que me permite notificarte que hoy tempranito hizo la Reina su entrada en Madrid.¡Vaya una ovación! ¡Qué calurosos vítores, qué delirio, qué derroche de flores, todo al compás del himno! Lo presencié en Caballerizas, y te aseguro que me conmovió la sincera alegría popular. Todas aquellas mujeres, que como locas gritaban, ¿qué idea tendrán de la Constitución del año 12? Y si no tienen ninguna idea, un sentimiento ya tendrán; algo es algo. Ese sentimiento indefinido viene siendo la energía que mueve toda la máquina social y política; pero ¡ay!, andaremos mal si no se traduce pronto en ideas, en hechos pacíficos, pues no vive un país con el solo alimento de entusiasmos y cantatas. Hoy está todo Madrid colgado, que así expresamos el ornato de balcones con abigarrados lienzos, banderas, o colchas donde no hay otra cosa; y esta noche tendremos lo que llaman iluminación, que es un gran derroche de cabos de vela y lamparillas en los edificios públicos y particulares. Su Majestad parecía muy satisfecha: las niñas, monísimas,


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