Voces De Luz. Aldivan Teixeira Torres

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Voces De Luz - Aldivan Teixeira Torres


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conversación se detuvo inmediatamente y luego los dos estaban concentrados en sus propios oficios. Mientras Wellington manejaba, el hijo de Dios prestaba atención al paisaje totalmente desconocido. Más adelante, el camino convergía cerca de los bancos de una represa, tan grande que no se podía observar su fin. Aldivan no podía contener su curiosidad.

      — ¿Cuál es el nombre de esta represa?

      — Se llama Poço da Cruz, es la más grande del estado.

      — ¡Rayos! Es extremadamente grande, pero parece un poco seca.

      — Consecuencia de las sequías recientes y el uso irracional del agua. En el pasado generaba muchos ingresos para la región, a través de proyectos de irrigación.

      — Ah ya veo, que lástima que esté prácticamente seca, pero la naturaleza es sabia.

      — Este es el Noreste. Nosotros tenemos que vivir con este problema, la sequía, yo creo que por un largo tiempo porque muchos proyectos importantes del gobierno no han sido completados todavía.

      — Estoy de acuerdo. Sin embargo, no deberíamos esperar para que el gobierno actúe. Debemos luchar con nuestras propias armas.

      — ¿Cómo cuál, por ejemplo?

      — El uso racional del agua, la construcción de tanques y pozos, debemos convertirnos en miembros activos de la sociedad, entre otros ejemplos.

      — Yo hare eso.

      — OK.

      Una nueva pausa en la conversación. Siguieron el camino de tierra con sus curvas y líneas rectas, rodeados por el río Moxotó y la represa de Poço da Cruz. El paisaje poseía pequeñas elevaciones de tierra cubiertas por caatinga, vegetación típica de esta región. El Vidente se impresiona cada vez más con la belleza del lugar, una Europa semi-árida dentro del noreste de Brasil que vale la pena visitar, y gracias a su profesión se le presentó la oportunidad única de conocerla.

      Continuaron avanzando con destreza alrededor del río Moxotó y la represa de Poço da Cruz en los lados izquierdo y derecho respectivamente. Durante el resto del viaje mantuvieron una conversación sencilla que incluía varios tópicos para lograr mantenerse distraídos. Gracias a eso ni se dieron cuenta del largo tiempo que pasaron juntos.

      Exactamente una hora después completaron su viaje, alcanzando la aldea rústica que sólo poseía una calle central con varias casas distribuidas a lo largo de la misma. Se detuvieron en el centro de la ciudad, el Vidente pagó la factura y prometió llamarlo cuando regresara; finalmente se despidieron. Inmediatamente después el taxi salió de la aldea y Aldivan se encontraba sólo, excepto por la compañía invisible de su padre, que lo protegía constantemente. El destino estaba a punto de desenvolverse.

      Caminó unos cuantos metros, observando el reloj que marcaba las 11;00am. Apresuró el paso en dirección a un abasto para pedir direcciones. Entró en la propiedad compuesta por un espacio que separaba al mostrador de los estantes que poseían la comida. Se anuncia y comienza a hablar con el único vendedor disponible.

      — Hola ¿Cómo estás? Mi nombre es Aldivan y quería saber la ubicación de la casa de Emanuel. ¿La conoces?

      — Mi nombre es Pamela. Conozco a Emanuel, él vive en una cabaña al final de la calle, en el número 35. Sólo necesitas seguir caminado por la calle hasta encontrarlo. ¿Puedo preguntar por qué lo está buscando?

      — Soy su amigo, pero la razón de mi visita es privada.

      — Oh, entiendo. Lo lamento.

      — No es nada. Gracias por la información. Adiós.

      — Adiós.

      Después de la conversación, el hijo de Dios dejó la propiedad y fue en dirección a la calle que le indicó Pamela. En cinco minutos alcanzó su destino, una cabaña baja hecho de paja y lodo, lleno de grietas a lo largo de sus cuatro metros de ancho por dos de alto. En unos pocos pasos llegó a la puerta y su corazón comenzó a acelerarse. ¿Qué le esperaba? ¿Su intuición estaría acertada o sería una nueva frustración? ¿Estarían en casa? Todas esas preguntas, junto a muchas otras, le vinieron rápidamente a su mente y solo serían resueltas una vez que acumulara coraje y tocara la puerta. Y eso es exactamente lo que nuestro solemne personaje hizo con firmeza. Tocó una, dos, tres veces. En su último intento escuchó a alguien arrastrando sus cholas. Alguien se acercaba.

      Un momento después, la puerta se abrió y desde adentro emerge un hombre blanco y viejo, de unos sesenta años, estatura media, cuerpo muscular, pero normal, cabello blanco sin ser teñido, facciones bellas, pero arrugadas por el tiempo; usaba pantalones cortos y anchos, sandalias playeras y una camisa de malla. Cuando vio al hijo de Dios, puso una cara misteriosa y le preguntó:

      — ¿Quién eres? ¿Qué estás buscando?

      Mi nombre es Aldivan Texeira Tôrres y estoy buscando por un hombre joven llamado Emanuel. ¿Él vive acá?

      — ¿Aldivan? Oh si, Emanuel es mi hijo y te mencionó en una conversación. Discúlpeme por lo anterior, pase. La casa es simple, pero siempre está abierta para los amigos de mis hijos.

      — Gracias.

      Aldivan entró a la cabaña acompañado por el anfitrión. Dentro, la cabaña poseía un corredor donde estaba distribuida una estantería con TV, radio y algunas imágenes de santos en el principio del mismo, en el lado derecho; un sillón viejo de cinco asientos se ubicaba en el lado izquierdo; en el centro había una mesa simpe con tres bancos. En la derecha, al final, se encontraban dos camas con colchones de grama y en el lado izquierdo se encontraba una cocina a carbón con varias olas.

      El anfitrión le ofreció un banco que fue aceptado con gusto. Como seguía lleno de dudas, Aldiván comenzó la conversación de nuevo.

      — ¿Cuál es su nombre señor?

      — Soy Messias Escapuleto. Mi familia tiene raíces en Italia.

      — Oh! Que bien. ¿Y Emanuel? ¿Dónde está?

      — Está trabajando, pero no tardará mucho en llegar. Mire, puede disculparme un momento, tengo una olla en el fuego y tengo que ir a verla o si no la comida se quemará.

      — Por supuesto, vaya.

      Messias se fue por un momento, tiempo suficiente para que el hijo de Dios le dé un mejor vistazo al lugar. ¿Esta todavía es la realidad de muchos brasileros viviendo en extrema pobreza? Su admiración por esas personas aumentó considerablemente en ese momento. El hecho de ser pobre no significaba que no realizaban un esfuerzo para poseer un mejor estilo de vida.

      Un momento después regresó Messias de lo que consideraba era el área de cocina para atender a las visitas luego de preparar el almuerzo. Se sentó en un banco a su lado y gentilmente resumió la conversación.

      — Se me acaba de olvidar, ¿De dónde eres?

      — Soy nativo de Arcoverde/PE y ¿usted?

      — Como ya le dije, mi familia es de Italia, de la región de Sicilia. Después de una recesión en mi país mis abuelos migraron acá en búsqueda de una mejor calidad de vida. Inicialmente vivieron en el sudeste, en el interior del estado de São Paulo. Les fue muy bien con el cultivo de café, pero luego de unos desacuerdos serios tuvieron que huir hacia el noreste. Yo heredé esta cabaña de ellos.

      — ¡Rayos! ¡Qué historia! Debe estar orgulloso.

      — Si lo estoy, para ser honesto, estoy orgulloso de ser honesto, amable y dedicado. El resto no importa.

      — Estoy de acuerdo. Somos parecidos.

      Los ojos de Messias brillaban porque estaba pasando algo extraño: existía una química entre los dos, aunque ellos no se conocían. Antes de que pudieran volver a hablar, alguien tocó la puerta, él se disculpa y la abre. Cuando se abre la puerta él se encuentra con su hijo y ambos entran a la cabaña.

      Al darse cuenta de la presencia de Aldivan, Emanuel fue inmediatamente


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