Volando Con Jessica. Giovanni Odino

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Volando Con Jessica - Giovanni  Odino


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Aurelio coge un calendario colgado en la pared.

      —Ven, tenemos que revisar el calendario de apertura.

      —Ni pensarlo.

      —Pero estarás sola, no podrás hacerlo todo.

      —Hay gente que busca trabajo y los contrataré temporalmente si es necesario. Tú ocúpate de tu helicóptero y yo me ocuparé de mi taberna.

      —Nuestra.

      —Mía.

      —Tuya —concede Aurelio, que piensa en lo afortunado que es de haber encontrado a su Lara. Sonríe pensando que podrá comprar el local para ella.

      ***

      Sante abre la ventana para dejar entrar al gato.

      —Romeo, eres un cabezota. ¿No puedes usar la gatera como te he enseñado? Creo que te gusta hacer que te abra la puerta.

      Le acaricia la cabeza y bajo la barbilla.

      —No te preocupes. No te abandonaré. En cuanto reciba el dinero nos iremos juntos. De todas formas las gatas hablan el mismo idioma en todas partes.

      Busca en un montón de libros en el suelo. Casi abajo del todo encuentra el que buscaba: un atlas del mundo con los mapas físicos y políticos.

      —Eres viejo y muchas fronteras habrán cambiado, pero me ayudarás a hacerme una idea.

      Abre la nevera, coge la lata de comida de Romeo y la vacía en el plato. Coge una botella de vino Cortese ya empezada y se sirve un vaso. Llena una cazuela con hielo y mete la botella dentro. Lleva todo a la mesa baja al lado del sillón, en el que se sienta con cuidado para mantener derecho el vaso. Abre el atlas en la página de los husos horarios. Calcula la diferencia con Dallas: hay siete horas de diferencia. Mira el reloj: las doce. Tiene tiempo antes de poder llamar a Robert.

      Le da tiempo a prepararse un plato de pasta y un filete y que después mirará los mapas de América Central.

      V

      11 de junio

      El camino que sale de la carretera regional después de Gattinara no está asfaltado. Las malas condiciones en que se encuentra invitan a circular por él muy despacio. Después de medio kilómetro, aparca al lado de un muro de ladrillos, de unos dos metros de altura, con trozos enyesados, y con partes cubiertas de hiedra, glicinas y otras variedades de plantas trepadoras

      En primavera, con las glicinas en flor, tiene que ser todo un espectáculo.

      Más allá del muro el perímetro está flanqueado por una espesa hilera de árboles y arbustos que denotan la intención del arquitecto de ocultar el interior del jardín a la vista. A las doce llego a la entrada de la propiedad del abogado: una verja antigua de hierro forjado, sujeta por dos columnas cilíndricas de ladrillos. Ya conozco el lugar, pero sigue maravillándome.

      Quién sabe si Jessica vendrá hoy para curiosear.

      Tengo las llaves para entrar con total libertad. El abogado había pedido al mayordomo que hiciera una copia para cada uno de nosotros.

      La mañana luminosa de junio ofrece un cielo azul intenso que se combina bien con las tonalidades verdes de las muchas variedades de especies típicas de la región de Valsesia presentes en el jardín. Me gustan los castaños, los fresnos y los robles alineados y entremezclados cuidadosamente.

      Las líneas de la avenida arbolada conducen la mirada hacia la elegante fachada de la villa. La construcción presenta indicios arquitectónicos de las residencias de campo de los señores piamonteses del siglo XIX: es bonita pero no llamativa, rica pero no opulenta. La atmósfera está desnaturalizada, pero al mismo tiempo es más romántica, con un estilo más inglés que italiano del parque.

      Un aire de nobleza decadente. Una percepción típica del poeta Gozzano, crepuscular...

      En lugar de con el viejo coche de cien caballos, tendría que haber venido en un carruaje tirado por un caballo.

      Sante está dentro de la casucha convertida en taller. Observa a Aurelio mientas explora minuciosamente el helicóptero, que ha sido transportado desde Caorso bajo su supervisión. Les saludo, y después pregunto:

      —¿Has preparado la lista de lo que hace falta?

      —Lo trajimos el viernes, necesitaré al menos toda la semana —responde Aurelio sin esconder una cierta irritación por la pregunta.

      —Pero podremos empezar a hacer algo, ¿no?

      Sale del helicóptero, donde estaba examinando las placas con los números de serie pegadas a los componentes principales. Resopla, saca una libreta del bolsillo de la pierna derecha de su mono de trabajo. Lo abre con la actitud de un guardia que va a poner una multa y finalmente habla:

      —Mientras tanto podemos conseguir las piezas grandes: la lista completa con todo lo que hace falta estará lista dentro de unos días. Así que, para Sante: estos son los datos del motor y de la transmisión. Se trata de una turbina Allison-Rolls Royce C20 con todos los accesorios de la versión para el Hughes 500C. Mejor nueva, pero valdría una reparada. También tienes que conseguir todas las llaves especiales que hacen falta para el montaje. He puesto en la lista un juego completo de palas.

      —No me parecían buenas, pero pensé que tú las habrías controlado de todas formas y habrías decidido qué hacer —confirmo, señalando las cuatro palas desmontadas y alineadas al lado del fuselaje.

      —Las he controlado, tienen fisuras internas y pequeñas grietas sospechosas. Hay que sustituirlas —resume Aurelio.

      Después se dirige de nuevo a Sante:

      — La transmisión está compuesta por un reductor y un árbol de transmisión.

      —¿Transmisión? ¿Qué quieres transmitir, y a quién?

      Aurelio mira a Sante con compasión y pasa a hablar conmigo:

      —Tienes que conseguirme una pequeña grúa de taller que pueda levantar por lo menos quinientos kilos a unos cuatro metros de altura. Y dos series completas de herramientas de taller, de buena marca, una en milímetros y la otra en pulgadas. Tienen que ser completísimas e incluir las llaves que ninguno usa nunca. Si te preguntan para qué es, di que tienes que montar un taller para coches antiguos ingleses e italianos. En la lista encontrarás lo demás: bancos de trabajo, tornillos de banco, y todo lo que pueda ser útil.

      —Pero si traen esto verán el helicóptero —interviene Sante.

      —Le pediré al abogado que compre una furgoneta —indico, cogiendo las hojas con mis anotaciones—. Iremos a una ferretería grande en Milán o en Turín. Están acostumbrados a recibir pedidos grandes y sería muy raro que hagan preguntas.

      —¿Crees que puedes conseguir las palas, la turbina y la transmisión? —le pregunto a Sante.

      —Creo que sí. Te diré cuánto cuestan —responde, cogiendo el folio con esta lista de la compra tan especial.

      Siento que me invade una energía estimulante. De nuevo soy artífice de algo importante. De nuevo soy el comandante de una escuadra, y esta vez estamos reconstruyendo un helicóptero que pilotaré dentro de algunos meses. No es que no me gustase el trabajo en la escuela de vuelo, pero ahora la adrenalina vuelve a correr por mis venas.

      —Buenos días, señores —dice Martinelli-Sonnino entrando por la puerta lateral del cobertizo, la del acceso a las personas.

      —Qué bonitooo... —exclama Jessica, corriendo hacia el helicóptero—. Un huevecito en el cielooo... si fuese Pascua sería perfecto. Hasta le pondría un lazo.

      La chica, que se ha vestido pensando en las miradas masculinas, se exhibe en una pequeña actuación, ofreciéndonos todas las poses posibles, alrededor, debajo y dentro del helicóptero.

      Yo huyo momentáneamente de este mundo y me deslizo a un sueño personalísimo donde, en


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