Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín. Giovanni Odino

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Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín - Giovanni Odino


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de gorgonzola y uno de nuez, aportando una variedad sorprendente a los sabores, y predisponiendo de nuevo la boca a la limpieza con el vodka. Con el tercer vaso de vodka acabaron el postre.

      â€”Mira las hogueras de los campesinos —dijo Edoardo, señalando una serie de fuegos que veían brillar dispersos por todas partes, en la oscuridad—. Estas viejas costumbres son hermosas —continuó.

      â€”Sí —dijo Carlotta. Después, acercó su silla y apoyó la cabeza sobre su hombro—. Yo también la hago todos los años. Le he pedido al campesino que me ayuda con el jardín que me prepare una. Es hora de encenderla. ¿Me ayudas?

      En el centro del césped había una pequeña pira formada por ramas secas de varios tamaños. Carlotta se levantó, cogió una de las velas, y se dirigió hacia la pira protegiendo la llama con la mano. Se inclinó sobre la pira y encendió unas hojas de papel y unos trocitos pequeños de leña en la base del montón. Poco después, una llama enorme iluminó esa zona del jardín. Edoardo no pudo evitar ver que se encontraba justo donde él había caído con el helicóptero.

      â€”Qué curioso, el otro día estaba mi helicóptero en el sitio de la hoguera. Menos mal que no se incendió. Mejor quemar la leña del jardín.

      â€”Sí. Este año ha habido muchas coincidencias —dijo Carlotta.

      Edoardo sacó un cigarrillo del bolsillo de su camisa. Le había gustado el puro Toscano, pero prefería el humo más suave y aromático de sus pitillos holandeses. Lo encendió con la llama de un trozo pequeño de madera. Carlotta observó cómo realizaba ese gesto simple.

      Es guapo, y me está destinado.

      â€”Ven, vamos a buscar hierbas para quemar.

      â€”Había comprendido que el programa era distinto.

      â€”Ven a la huerta, hay hierbas aromáticas.

      Edoardo la siguió, divertido. Le gustaba esa chica, esa mujer. Y, cuando era misteriosa, le atraía todavía más.

      â€”Anda, toma: un ajo, un cebollino, menta, una ramita de romero, verbena, un poco de ruda y, por supuesto, hipérico, que crece espontáneamente en los bordes de mi jardín.

      â€”¿Hipérico?

      â€”Sí, la hierba de San Juan, para ahuyentar a los diablos.

      Carlotta le frotó las flores en la nariz. Se quitó las sandalias y siguió andando descalza. Edoardo estaba fascinado por esa imagen, que lo excitaba. Sabía que no llevaba ropa interior, y se la imaginaba desnuda bajo la falda. La camiseta blanca dejaba entrever unos senos bastante grandes y sostenidos. Los pezones, que se habían endurecido, se estampaban insolentes contra la tela ligera. Su manera de andar sin las sandalias le daba un aire selvático que lo embrujaba.

      â€”Acércate —dijo Carlotta.

      â€”¿Por qué quemas las hierbas?

      â€”Para que sigamos teniendo buena salud, realicemos nuestros deseos y ahuyentemos a los diablos. Todos menos uno.

      Se rio, pero estaba seria. Al menos, él tuvo la sensación de que hablaba con ligereza de cosas importantes.

      Carlotta había cogido la mano de Edoardo y se había sentado en la hierba con las piernas cruzadas, como los indios. Le invitó a que se sentara igual que ella, a su lado. Lentamente, cogía las hierbas del racimo y las tiraba al fuego. Después dijo, o más bien recitó:

      â€”Pido que no se canse de mí, pido que me busque siempre, pido que no tenga más mujeres que yo.

      Edoardo no dijo nada. Daba pequeñas caladas al cigarrillo, dejándose envolver en su aroma del humo. La miraba fascinado y ligeramente asustado. La mujer, cuyo semblante estaba iluminado por las llamas de la hoguera, parecía estar envuelta en un aura misteriosa, y la atmósfera lo tenía intrigado.

      â€”Pido que se cierre el círculo. Pido que se acabe la persecución y que sea libre de amar —continuó Carlotta, tirando las últimas hierbas en las llamas.

      Edoardo no entendía el sentido de esas palabras, pero sintió cómo la atracción por ella se extendía por todo él. Tiró el cigarrillo a la llama de la hoguera, la abrazó y la besó, mucho rato. Degustó sus labios, su lengua. Le besó el cuello y los hombros. Le acarició el rostro, los costados. La hizo tumbarse sobre la hierba al lado del fuego, le levantó la falda y siguió besándola el vientre y los muslos. Le desabrochó la camisa y besó sus senos y sus pezones. Se puso de pie, se quitó los zapatos y la camiseta y se bajó los pantalones y el bóxer.

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