Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín. Giovanni Odino

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Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín - Giovanni Odino


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que acentuó el contorno de sus ojos, un pintalabios, que usó con moderación, y un esmalte de uñas para las manos y los pies. Tanto el pintalabios como el esmalte eran de un bonito rojo bermellón, y combinaban bien con uno de los colores de la falda. El pelo había sido sometido al tratamiento clásico: lavado y dejado secar solo, y se había ordenado a los lados de la cara formando unos rizos suaves. No miró el resultado final de los cuidados hechos a su persona en el espejo. Tenía miedo de no gustarse.

      Me tiene que ver con sus ojos, tiene que verme a mí y dentro de mí, mi corazón con su corazón.

      Pensó en las gafas de Edoardo, que esperaban encima de la mesa de la veranda.

      IV

      La cena

      Se había hecho de noche poco tiempo antes. La luz del crepúsculo, esos días, era persistente. Carlotta acababa de encender las cuatro velas, colocadas a los lados de la veranda, cuando oyó el ruido de un coche que se paraba delante de la casa. Fue a la puerta peatonal del jardín.

      â€”Bienvenido.

      â€”Buenas noches, Carlotta —respondió Edoardo. Se inclinó para darle un beso en la mejilla, y después le dio un ramo de flores—. Para ti. Espero que te gusten.

      â€”Es muy bonito. ¿Cómo lo has hecho? Las floristerías están cerradas a estas horas.

      â€”Con nuestros horarios, estamos acostumbrados a prepararnos con antelación. He llamado a una tienda de Casteggio y he pedido que me lo llevaran a la base del helicóptero. Lo he comprado por teléfono, fiándome de las explicaciones que me daban.

      â€”Lo has hecho muy bien —dijo Carlotta. Después, señalando la botella que Edoardo tenía en la mano, añadió—: ¿Y eso?

      â€”Un brut de pinot de la zona, para el aperitivo. —Enseñó la etiqueta, y luego continuó—: He pensado que podría estar bien. Está a la temperatura justa. —La sonrisa de Edoardo hizo desaparecer las últimas reservas de Carlotta.

      â€”Hay vasos encima de la mesa en la veranda. Sírvelo tú, que yo tengo que volver a la cocina. —Desapareció en el interior de la casa.

      Cogió la botella de tomate triturado que había preparado en agosto del año anterior: tomates de distintas variedades, sal, unas hojas de albahaca y nada más. Puso una buena cantidad en una cazuela que puso a fuego bajo. Sacó el bloque de mantequilla que había comprado esa mañana de la nevera y lo dejó sobre la mesa. Una cazuela casi llena de agua puesta a calentar completó el principio de la preparación.

      Volvió al porche. Edoardo había cogido los vasos y había preparado la botella del brut espumoso de pinot.

      â€”¿Estás lista? No podré retenerlo mucho más. —Con una presión ligerísima sobre el tapón lo hizo saltar, y salió un chorro de espuma, que dirigió al interior del vaso de champán—. Sé que no debería salir disparado, pero es mucho más divertido. —Le dio un vaso a Carlotta y lo tocó con el suyo—. A ti, a nosotros, a la noche de San Juan.

      â€”Sí —dijo Carlotta—. A nosotros y a esta noche de San Juan. —Bebió echando la cabeza hacia atrás. Su pelo se alejó del cuello, descubriéndolo. Edoardo tuvo el impulso de ir a besarlo.

      Â«Tranquilo, Edoardo, ¿no has visto nunca un cuello de mujer?»

      â€”Pero ¡estas son mis Ray-Ban!

      â€”Las encontré en el jardín. No están rotas, y las he limpiado. —Carlotta se sentó de lado encima de Edoardo, cogió las gafas y se las puso, dejándolas sobre la punta de la nariz, para poder mirarlo a los ojos de cerca. Le susurró—: Dan suerte. Acuérdate de llevarlas siempre; tienes que ver el mundo a través de ellas.

      Le dio un beso suave. Edoardo sintió los labios húmedos refrescados por el espumoso. Notó cómo el cuerpo de ella se apoyaba contra el suyo, y sintió el perfume proveniente de sus senos cálidos.

      Â«Oh, dios mío... peor que el cuello...».

      â€”Es un vino que nos sostendrá con su fuerza: me gusta esta referencia a la fuerza que da la madre tierra a sus hijos —dijo Carlotta, leyendo el nombre de la etiqueta—: Anteo. —Después siguió leyendo las características—: Método Martinotti [06], efervescencia fina; color amarillo pajizo con reflejos brillantes; buqué fresco y elegante con notas iniciales de pan fermentado y finales de cítricos; sabroso, equilibrado, con buena persistencia. Es lo mínimo que podemos esperarnos de un producto de la tierra con este nombre —añadió Carlotta—. Tomaré un poco más, tengo que ser fuerte.

      Edoardo llenó los vasos. Bebieron mirándose a través de las burbujas.

      â€”Voy a buscar el primer plato. —Carlotta le dio otro beso y se levantó, recorriendo la cara de Edoardo con una caricia de su mano. Veía claramente el efecto que había provocado y eso la hacía feliz. Edoardo sintió indistintamente cómo le subía el pulso. La miró alejarse y después se sirvió otro vaso de espumoso.

      Sacó los tortelloni de la nevera y los echó en el agua salada que hervía. Apagó el fuego de la cazuela con el tomate triturado y añadió un trozo generoso del bloque de mantequilla. Después de unos minutos los tortelloni estaban listos; los recogió con la espumadera y los depositó en una sopera junto con la salsa de tomate y mantequilla. Cogió un plato, en el que colocó un trozo de queso parmesano curado y un rallador. Llevó todo al porche.

      â€”Aquí estoy —dijo Carlotta, satisfecha. —Cogió un cucharón para servir y puso una docena de tortelloni en el plato de Edoardo—. Tortelloni de requesón condimentados con mantequilla y oro, Bononia docet [07]. El parmesano está a parte, puedes rallar la cantidad que quieras, pero se aconseja que sea entre poco y nada. Para el vino, podemos seguir con tu brut; en mi opinión, es perfecto.

      Edoardo había trabajado todo el día y solo había comido un bocadillo a mediodía. Se lanzó sobre los tortelloni con la misma energía que la que dedicaba a volar con el helicóptero sobre los viñedos. Y con la misma energía se los comió todos.

      â€”Buenísimos. ¿Me equivoco, o hay una nota de ajo? Una maravilla.

      â€”Esperaba que te gustaran con el ajo —dijo Carlotta.

      â€”¿Es una broma? Me encanta el ajo, y... las mujeres que huelen a él. —Dejó de hablar y se desplazó hacia Carlotta, que estaba a su derecha en la mesa, que había puesto para que comieran en dos lados adyacentes. Hizo un gesto como si la olfateara y luego la besó. Pasó su lengua sobre los labios de ella, como para limpiarlos. Puso un dedo en la sopera, recogió un poco de salsa y lo puso en la boca de ella, que la cerró a medias para permitirle meter el dedo lo mínimo para que ella pudiera chuparlo. Le dio un beso largo con la lengua, que movió junto a la suya en esa mezcla de mantequilla y oro.

      â€”Tienes un sabor buenísimo —dijo.

      â€”Tú también —dijo Carlotta—, y yo puedo decirlo con conocimiento de causa.

      La alusión, directa y maliciosa, tuvo un efecto demoledor sobre Edoardo. Se levantó, encontró el interruptor de la luz al lado de la veranda y la apagó, dejando que la única iluminación fuera la de las débiles llamas de las cuatro velas en las esquinas. Volvió al lado de Carlotta y dijo:

      â€”Esta es una condición de desigualdad que tiene que ser corregida inmediatamente.

      Giró su silla, de manera que no estuviera mirando a la mesa, se arrodilló


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