Una Razón Para Temer . Блейк Пирс
Читать онлайн книгу.se encogió por lo cursi que sonó eso, pero era demasiado tarde para arrepentirse.
“Yo sé, mamá”, dijo Rose. Luego, con una sonrisa, agregó: “Y no sabes lo patético que suena eso”.
Se echaron a reír pero, internamente, Avery se sorprendió por lo mucho que se parecían. Justo cuando cualquier conversación se tornaba emocional o personal, Rose tendía a cambiar el tema o sacarle algún chiste. En otras palabras, de tal palo, tal astilla.
En medio de su risa, una mesera se les acercó, la misma que había tomado sus pedidos y les había llevado su café. “¿Quieren algo más?”, preguntó.
“No”, dijo Avery.
“Yo tampoco”, dijo Rose. Luego se puso de pie cuando la mesera se alejó de su mesa. “Tengo que irme”, dijo. “Tengo una reunión con el asesor académico en una hora”.
Avery tampoco quería darle gran importancia a esto. Estaba emocionada por el hecho de que Rose finalmente había decidido ir a la universidad. A sus diecinueve años, había actuado y concretado citas con los asesores de un colegio comunitario con sede en Boston. Para Avery, eso significaba que estaba lista para empezar a hacer algo con su vida, pero que tampoco estaba lista para dejar las cosas conocidas atrás, potencialmente incluyendo una relación tensa, pero remediable, con su madre.
“Llámame más tarde para que me cuentes cómo te fue”, dijo Avery.
“Lo haré. Gracias, mamá. Esto fue sorprendentemente divertido. Tenemos que volver a hacerlo pronto”.
Avery asintió con la cabeza y observó a su hija alejarse. Se tomó el último sorbo de café y se puso de pie, recogiendo las cuatro bolsas de compras junto a su silla. Después de colocarlas sobre su hombro, salió de la cafetería y se dirigió a su auto.
Le costó mucho contestar su teléfono cuando sonó debido a todas las bolsas que cargaba. En realidad se sentía tonta con tantas bolsas. Nunca había sido una de esas mujeres a quienes les gusta ir de compras. Pero había sido una gran forma de avanzar con Rose, y eso era lo importante.
Después de mover todas las bolsas en su hombro, finalmente fue capaz de alcanzar su teléfono celular en el bolsillo interior de su abrigo.
“Avery Black”, dijo.
“Black”, dijo la voz siempre brusca y rápida del supervisor de homicidios de la A1, Dylan Connelly. “¿Dónde estás en este momento?”.
“En el Leather District”, dijo. “¿Qué pasa?”.
“Te necesito en el río Charles, en las afueras de un pueblo cerca de Watertown, lo más pronto posible”.
Ella oyó el tono de su voz, la urgencia, y su corazón dio un vuelco.
“¿Qué pasó?”, dijo, casi temiendo la respuesta.
Se produjo una larga pausa, seguida de un fuerte suspiro.
“Encontramos un cuerpo bajo el hielo”, dijo. “Y vas a tener que verlo para creerlo”.
CAPÍTULO DOS
Avery llegó a la escena exactamente veinte y siete minutos más tarde. Watertown, Massachusetts, aproximadamente veinte kilómetros a las afueras de la ciudad de Boston, era uno de los numerosos pueblos que compartía el río Charles con Boston. La presa de Watertown estaba ubicada en el puente Watertown. La zona alrededor de la presa era más que todo rural, al igual que la escena del crimen en la que se estaba estacionando. Estimaba que la presa quedaba a veinticuatro kilómetros de distancia, ya que el pueblo de Watertown quedaba a unos seis kilómetros por la carretera.
Cuando caminó hacia el río, Avery pasó por debajo de una larga tira de cinta que acordonaba la escena del crimen. La escena del crimen era bastante grande, la cinta amarilla haciendo un enorme rectángulo desde dos árboles a lo largo de la orilla a dos postes de acero que la policía había empujado con fuerza dentro del hielo. Connelly estaba de pie en la orilla, hablando con otros dos agentes. En el hielo, un equipo de tres personas estaba en cuclillas, mirando hacia abajo.
Pasó a Connelly y lo saludó con la mano. Connelly miró su reloj, luego la miró como si estuviera impresionado y le hizo un gesto para que se acercara.
“Los forenses te pueden dar todos los detalles”, dijo.
Eso no la molestaba en absoluto. Aunque Connelly la agradaba ahora, tampoco se sentía cien por ciento cómoda con él. Avery caminó hacia el hielo, preguntándose si esas pocas ocasiones en las que había patinado sobre hielo durante sus años de pre-adolescencia la ayudarían en algo en este momento. Sin embargo, era evidente que había perdido esas habilidades. Caminó lentamente y con cuidado para no resbalarse. Odiaba sentirse vulnerable y no estar totalmente en control, pero el condenado hielo era demasiado resbaladizo.
“No te preocupes”, dijo uno de los miembros del equipo de ciencias forenses, viéndola acercarse a ellos. “Hatch se cayó de culo tres veces”.
“Cállate”, dijo otro miembro del equipo, presumiblemente Hatch.
Avery finalmente llegó al lugar donde estaban reunidos los chicos forenses. Estaban encorvados, mirando un pedazo de hielo roto. Debajo de él, vio el cuerpo de una mujer desnuda. Parecía veinteañera. Era hermosa, a pesar de su piel pálida y congelada. Muy hermosa.
Los forenses habían logrado enganchar el cuerpo debajo de los brazos con postes plásticos. El extremo de cada poste tenía una simple curva en forma de U recubierta con lo que parecía ser una especie de algodón. A la derecha del hielo roto, una simple manta aislante esperaba el cuerpo.
“¿Y fue encontrada así?”, preguntó Avery.
“Sí”, dijo el hombre que asumía se llamaba Hatch. “Unos niños la descubrieron. Su madre llamó a la policía local y aquí estamos, una hora y quince minutos después”.
“Eres Avery Black, ¿cierto?”, preguntó el tercer miembro.
“Sí”.
“¿Necesitas echarle un buen vistazo antes de que nos la llevemos?”.
“Sí, si no les molesta”.
Los tres se echaron para atrás un poco. Hatch y la persona que había dicho que se había caído de culo se aferraron a los postes de plástico. Avery se acercó más. Las puntas de sus zapatos estaban a pocos centímetros del hielo roto y el agua.
El hielo roto le permitió ver a la mujer desde la frente a las rodillas. Parecía una figura de cera. Avery sabía que las temperaturas extremas podrían tener algo que ver con eso, pero su impecabilidad tenía que deberse a algo más. Era muy delgada, tal vez no pasaba de cincuenta kilos. Su cara enrojecida estaba volviéndose azul pero, aparte de eso, no vio rasguños, cortaduras, moretones, ni granos.
Avery también se dio cuenta de que, aparte de su cabello rubio empapado y parcialmente congelado, no había ni un solo pelo en su cuerpo. Sus piernas estaban perfectamente afeitadas, al igual que su región púbica. Parecía una muñeca de tamaño natural.
Avery dio un paso atrás después de echarle un último vistazo al cuerpo. “Estoy lista”, le dijo al equipo forense.
Ellos se acercaron y, luego de contar hasta tres, sacaron el cuerpo lentamente del agua. Cuando la sacaron, casi todo su cuerpo terminó en la manta aislante. Avery notó que también había una camilla debajo de la manta.
Con el cuerpo totalmente fuera del agua, notó otras dos cosas que le parecieron extrañas. En primer lugar, la mujer no llevaba nada de joyas. Se arrodilló y vio que sus orejas estaban perforadas pero que no cargaba aretes. Luego volvió su atención a la segunda rareza: las uñas de la mujer estaban bien recortadas, como si se hubiera hecho una manicura hace poco.
Era extraño, pero eso fue lo que más la alarmó. Había algo inquietante al respecto. “Es casi como si hubiera sido pulida”, pensó.
“¿Estamos