Un Rastro de Vicio . Блейк Пирс

Читать онлайн книгу.

Un Rastro de Vicio  - Блейк Пирс


Скачать книгу
incapaz de inventarse algo más ingenioso.

      —Puede que tengamos que enseñarte a ser educada —dijo Alfa.

      Keri notó que el hispano alto se tensó al escuchar aquello. Y de pronto ella comprendió cuál era la dinámica que había entre los tres. Alfa era el impulsivo. Blanco era el seguidor. Silencioso era el pacífico. Él no había venido para meterse en ningún problema. Intentaba impedirlo. Pero no había hallado aún la manera y eso era culpa de Keri. Decidió lanzarle una cuerda y ver si él la usaba.

      —¿Ustedes son gemelos? —le preguntó, mientras apuntaba con la cabeza hacia Blanco.

      Él la miró por un segundo, claramente sin saber qué comentar al respecto. Ella le guiñó un ojo y la tensión pareció desaparecer de su cuerpo. Casi sonrió.

      —Idénticos —contestó, aprovechando la oportunidad.

      —¡Eh, Carlos, no somos gemelos, hombre! —dijo Blanco, sin estar seguro de estar confundido o enojado.

      —No, hombre —intervino Alfa, olvidando por momentos su enfado—, la perra tiene razón. Es difícil distinguirles a ustedes. Tenemos que prenderles unas etiquetas, ¿no es así?

      Él y Carlos rieron, y Blanco se les unió, aunque todavía lucía perplejo.

      —¿Cómo estamos por aquí? —preguntó Ray, sobresaltando a los tres. Keri intervino antes de que se irritaran de nuevo.

      —Creo que estamos bien —dijo—. Detective Ray Sands, me gustaría presentarte a Carlos y a su hermano gemelo. Y este es su querido amigo… ¿cuál es tu nombre?

      —Cecil —dijo de buen grado.

      —Este es Cecil. Les gustan los Corvettes y seducir a mujeres más viejas. Pero desafortunadamente, vamos a tener que dejarles con la reparación del auto, caballeros. Nos gustaría quedarnos, pero ya saben cómo son las cosas con el Departamento de Policía de Los Ángeles, siempre trabajando. A menos que quieran que nos plantemos por aquí y discutamos sobre la buena educación un poco más. ¿Te gustaría eso, Cecil?

      Cecil echó un vistazo a los 104 kilos de Ray, luego a Keri, aparentemente tranquila a pesar de sus insultos. Pareció decidir que era suficiente.

      —No, ‘ta bien. Sigan con su cosa policial. Nosotros estamos ocupados con la reparación del auto, como dijiste.

      —Bien, chicos, tengan una buenísima noche, ¿okey? —dijo Keri con un nivel de entusiasmo que solo Carlos percibió destilaba algo de burla. Asintieron y se encaminaron de regreso al Corvette mientras Keri y Ray se subían a su auto.

      —Pudo haber sido peor —dijo Ray.

      —Sí, sé que a causa de ese balazo todavía no estás al cien por ciento. Supuse que no podía dejar que te involucraras en un altercado con cinco miembros de una pandilla si podía hacer algo al respecto.

      —Gracias por cuidar a tu inválida pareja —dijo Ray mientras arrancaba.

      —Ni lo menciones —dijo Keri, ignorando el sarcasmo.

      —Y Edgerton, ¿tuvo suerte con las redes?

      —La tuvo. Tenemos que ir a Fox Hills Mall.

      —¿Qué hay allí?

      —Espero que esas niñas —dijo Keri—, pero tengo la sensación de que no seremos tan afortunados.

      CAPÍTULO CUATRO

      En el instante en que Sarah despertó, sintió la necesidad de vomitar. Su visión estaba tan borrosa como su cabeza. Una luz brillaba encima de ella, y le tomó un segundo darse cuenta que estaba echada sobre un raído colchón en una pequeña pero casi vacía habitación.

      Parpadeó un par de veces y su visión se aclaró lo suficiente como para ver una pequeña papelera de plástico junto al colchón. Se incorporó a medias, la haló hacia ella, y regurgitó en su interior por treinta segundos completos, haciendo caso omiso de sus ojos acuosos y su nariz aún más aguada.

      Escuchó un ruido, miró en esa dirección, y vio que alguien había corrido una cortina negra, lo que reveló que en realidad ella no se encontraba en una pequeña habitación. Estaba en una inmensa bodega. Hasta donde la vista alcanzaba, había otros colchones, y en casi todos ellos había chicas de su edad, todas escasamente vestidas cuando no desnudas.

      Algunas estaban solas, ya sea dormidas, o más probablemente inconscientes. Otras estaban con hombres, que las estaban penetrando. Algunas de las chicas luchaban, otras yacían impotentes, y unas pocas no parecían estar conscientes mientras eran violadas. La mente de Sarah estaba inmersa en una bruma, pero estimó que había al menos veinte chicas en la bodega.

      Alguien apareció ante su vista. Era Chiqy, el tipo enorme de larga barba, el de la habitación de Dean. De pronto, la mente de Sarah se aclaró y la sensación de ser una simple observadora de lo que le rodeaba, desapareció. Su corazón comenzó a latir con fuerza y sintió que el terror poco a poco se apoderaba de ella.

      ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Por qué me siento tan débil?

      Intentó sentarse derecha en tanto Chiqy se aproximaba, pero sus brazos no la sostuvieron y se desplomó de nuevo sobre el colchón. Eso hizo reír a Chiqy.

      —No intentes levantarte —dijo—, las drogas que te dimos están mal liadas. Podrías caerte y romperte algo. Y no podemos permitirlo. Sería malo para el negocio. Los clientes prefieren que si algunos huesos van a ser rotos, que sean ellos quienes lo hagan.

      —¿Qué me hiciste? —exigió saber ella con una voz ronca, tratando de nuevo de sentarse.

      Antes de que supiera qué estaba pasando, Chiqy le cruzó la cara con el revés de la mano. El golpe la envió de nuevo al colchón con una explosión de dolor desde el pómulo hasta el oído. Mientras respiraba hondo e intentaba recuperar el equilibrio, él se inclinó y susurró en el oído.

      —Tendrás que aprender, señorita. No levantes la voz. No repliques a menos que un cliente lo pida. No hagas preguntas. Chiqy está a cargo. Sigue mis reglas, estarás bien. No las sigues, entonces no estarás bien. ¿Estamos claros?

      Sarah asintió.

      —Bien. Entonces escucha porque aquí vienen las reglas. Primero, eres mi propiedad. Me perteneces. Te puedo dar en préstamo pero nunca olvides a quién perteneces. ¿Lo comprendes?

      Sarah, con la mejilla todavía palpitando a causa de la bofetada, asintió mansamente. Mientras trataba de asimilar la situación, entendió que no era prudente desafiar abiertamente a Chiqy en su actual circunstancia.

      —Segundo, vas a satisfacer las necesidades de mis clientes. No tiene que gustarte, aunque quien sabe, puede que te aficiones. No importa. Haces lo que los clientes te digan, sin importar qué. Si no lo haces, te golpearé hasta que sangres por dentro. Tengo formas de hacer eso y que aún así sigas luciendo bonita para los clientes. En el exterior, te verás como un ángel. Pero en el interior serás pura pulpa. ¿Estamos claros?

      De nuevo Sarah asintió. De nuevo trató de apoyarse para poder levantarse y entrecerró los ojos bajo la brillante luz, esperando poder orientarse. No reconoció a ninguna de las otras chicas. De pronto un escalofrío recorrió su espina dorsal.

      ¿Dónde está Lanie?

      —¿Puedes decirme qué le sucedió a mi amiga? —preguntó con lo que esperaba no fuese un tono de voz desafiante.

      Antes de saber qué estaba sucediendo, Chiqy la había abofeteado de nuevo, esta vez en la otra mejilla. La fuerza del golpe la hizo caer con dureza sobre el colchón.

      —No había terminado —escuchó ella a pesar del zumbido en sus oídos—. La última regla es que no hables a menos que yo te haga una pregunta. Como dije, vas a aprender con rapidez que ser engreída no sirve de nada aquí. ¿Entendiste?

      Sarah asintió, notando que su cabeza palpitaba.


Скачать книгу