El ocaso del antiguo régimen en los imperios ibéricos. Margarita Rodríguez

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El ocaso del antiguo régimen en los imperios ibéricos - Margarita  Rodríguez


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aparentemente menos importantes, pero estrechamente relacionados con el conocimiento real de la ciudad y de los diferentes puntos de distribución del agua, se vieron mucho menos afectados. El autor, a partir del plano topográfico de 1787, creado para obtener un conocimiento actualizado del tejido urbano y de las personas que se beneficiaban con conexiones hidráulicas, demuestra el poder real de esas autoridades subalternas que conocían esos entramados, como los fontaneros e incluso los esclavos que los ayudaban en sus tareas.

      De esta forma, su artículo y el de Roberta Stumpf, llegando a conclusiones diferentes, incorporan los cargos menores e intermedios de la administración urbana —mucho menos visibles— a las discusiones sobre las transformaciones de las sociedades coloniales, en el período del reformismo borbónico.

      El siguiente conjunto de artículos reúne dos trabajos que abordan el comportamiento cotidiano de las élites urbanas iberoamericanas en el período final del dominio colonial, a través del análisis del ámbito doméstico privado.

      El primero de ellos, de Alberto Baena Zapatero, se ocupa de la vida material de los grupos de poder en Lima, Lisboa y México, tal y como la reflejan los inventarios post-mortem de las élites de las tres ciudades. Varios son los objetivos que persigue su trabajo: establecer algunas de las características que definieron el comportamiento de estos grupos en su vida cotidiana; considerar en que forma sus propiedades materiales reflejaron el contexto político, económico y social de los territorios en que vivían; y, finalmente, analizar la relación entre las piezas recogidas en los inventarios y las rutas comerciales de las que participaba cada uno de los territorios, un análisis que este autor venía realizando en torno a los biombos desde hace años. De esta forma, su trabajo contribuye también a las discusiones que la historiografía dedica a los procesos de mundialización en curso durante la Edad Moderna, a partir del enfoque de la vida material.

      Si las pertenencias materiales en el espacio doméstico reflejaron las novedades propias del ambiente cultural del siglo XVIII o la incorporación de un gusto cada vez más globalizado como consecuencia de los cambios que se iban sucediendo en el comercio internacional, el trabajo de Baena Zapatero ofrece también varias evidencias de que los valores sociales de sus propietarios se vieron alterados en mucha menor medida, revelándose más similitudes que diferencias entre las élites de las tres ciudades.

      El artículo de Irma Barriga complementa el trabajo y enfoque del anterior, centrando su atención en un espacio muy concreto: el de los oratorios de la élite limeña. La autora se interroga por la forma en que, cuando el período colonial llegaba a su fin, los cambios en el mundo de la política, de la cultura o de las ideas tuvieron un reflejo sobre la religiosidad privada. Interesada por la relación entre regalismo y ámbito privado, concluye que estos oratorios representaron para las élites una cuota de poder en el ámbito de lo espiritual. La presencia, teóricamente obligatoria, de los dueños en las celebraciones eucarísticas reforzaba simbólicamente el absolutismo imperante, a través del ejercicio de un poder paternalista, del varón sobre la mujer y de los señores sobre los criados y dependientes. El oratorio permitía al mismo tiempo un mayor y más efectivo control y sujeción de los subordinados, a través de devociones a advocaciones religiosas que podían representar los valores de la sumisión y la obediencia, pero también los de la suavidad y la amabilidad en el ejercicio del poder. En definitiva, la autora se interroga sobre la distancia que poco a poco iban tomando las élites frente al mundo barroco y su exaltación del sufrimiento, con la incorporación paulatina de una piedad ilustrada.

      Los dos artículos siguientes vienen a dar continuidad a los debates historiográficos que, desde hace años, vienen cuestionando la interpretación de las luces en la Europa meridional y sus espacios ultramarinos como un movimiento débil, estatal y tardío. Como alternativa, Junia Furtado y Víctor Peralta se interrogan sobre las adaptaciones locales de los paradigmas ilustrados en los imperios ibéricos, sin considerarlos necesariamente copias defectuosas de un modelo surgido en la Europa central y septentrional. Ambos dedican una especial atención a los proyectos historiográficos patrocinados por las coronas ibéricas y desarrollados en base a las nuevas reglas metodológicas y de análisis crítico de las fuentes, que conferían al discurso histórico un carácter científico, requisito esencial para alcanzar el reconocimiento de la Europa ilustrada.

      El artículo de Junia Furtado se retrotrae a la primera mitad del siglo XVIII y demuestra hasta qué punto varias de las instituciones erigidas en ese período en el imperio portugués deben necesariamente analizarse en conexión con lo que estaba sucediendo en la «República de las Luces» europea. La autora apunta algunas de las articulaciones entre esos intelectuales portugueses y la red europea más amplia de los savants iluministas, cuestionando con ello los circuitos que la historiografía tradicionalmente ha establecido en el movimiento del saber producido en la época.

      En ese contexto analiza el surgimiento de instituciones como la Academia de la Historia en Lisboa y su proyecto de reescritura de la historia portuguesa, proyecto en el que los territorios ultramarinos —y en particular el Brasil desde el descubrimiento del oro y más tarde los diamantes— adquirían un nuevo protagonismo. Se pretendía así ensalzar la figura de D. João V y engrandecer a la monarquía portuguesa y sus conquistas frente al mundo occidental, recuperando en el discurso el papel central de Portugal en la configuración de las naciones europeas. La autora destaca cómo las élites americanas, a través del movimiento académico surgido en el Brasil, buscaron también contribuir al proyecto cultural del período joanino y lograr una mejor inserción propiamente para sí y para ese espacio colonial en la balanza del imperio.

      Si el artículo de Junia Furtado analiza la importancia de la Torre do Tombo como repositorio de fuentes documentales en el que basar la escritura de esa nueva historia imperial, el trabajo de Víctor Peralta aborda también, en su primera parte, el contexto que rodeó la conformación del Archivo de Indias y la organización de su documentación como medio al servicio de la causa discursiva de la monarquía hispánica y, de manera particular, en su polémica con los escritores europeos que, respaldados por sus respectivos gobiernos imperiales, cuestionaban las aportaciones hispanas al mundo civilizado. Dando continuidad a las investigaciones interesadas por la escritura de la historia del nuevo mundo en el siglo de las luces, Peralta pone de relieve la relación entre la creación del archivo y la necesidad de reescribir la historia imperial ante las críticas de la Europa del Norte hacia el comportamiento de España en las Indias, analizando esta relación a partir de las figuras de Juan Bautista Muñoz y Martín Fernández de Navarrete.

      El primero desempeñó un papel fundamental en la creación y organización del Archivo de Indias en la antigua Casa Lonja de Sevilla en 1785, así como en la elaboración de sus ordenanzas. El autor de la Historia del Nuevo Mundo, en sintonía con el espíritu de la Ilustración, estaba convencido de que la organización de las fuentes históricas y la crítica documental eran pasos imprescindibles para poder escribir una historia de la conquista y colonización española que diera una respuesta adecuada y científica a las críticas que autores como el abate Raynal o William Robertson hacían a la empresa hispana. El segundo fue, a pesar de todo, el primero que haría explícita la referencia a los documentos del Archivo de Indias a la hora de desmontar una de las acusaciones que integraban la leyenda negra en el siglo XVIII: la de haber ocultado España que navegantes de centurias anteriores, como Lorenzo Ferrer Maldonado, Juan de Fuca o Bartolomé Fonte, habían descubierto la existencia del paso al Pacífico en la América del Norte para impedir que los competidores imperiales exploraran esos mares y encontraran nuevas rutas de comercio.

      Los dos últimos artículos, de autoría de Sandro Patrucco y Margarita Eva Rodríguez García siguen cuestionando la idea de un modelo de ilustración europea que se difunde a otros espacios con menor o mayor éxito. Los autores, para el caso de los imperios ibéricos, defienden otro modelo en el que la circulación de ideas y prácticas ilustradas se vio favorecido por la estructura imperial, y en el que todas las partes contribuyeron a este intercambio, aunque en este caso el foco se pone en la Ilustración científica y, en particular, en la botánica.

      El trabajo de Sandro Patrucco, parte de la idea de que con la entrada del siglo XVIII las plantas adquirieron una creciente importancia como base de la riqueza de las naciones y de los imperios, y se interroga por el proceso de circulación del conocimiento botánico en


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