Luke, examina tus sentimientos. Fernando Vidal Fernández
Читать онлайн книгу.–el bicho hace todo lo posible para que no lo sepas o no lo logres pronunciar–. Vivir algo contradictorio puede ser turbador, pero peor es si lo enmascaras. Cuando quitas máscaras a las cosas y las llamas por su verdadero nombre, has comenzado a hacer discernimiento.
b) Mirar de corazón
Etimológicamente, «discernimiento» tiene una larga historia: el prefijo dis significa «separar»; más adelante se encuentra el verbo griego krinein, que significa «distinguir, separar, decidir o juzgar» (de ese verbo proceden expresiones como «crisis», «criterio», «crítica», «cribar» o incluso «escribir»), y de la misma raíz tenemos la palara latina cernere, que significa «cribar, distinguir, separar» (relacionada con ella están palabras como «certeza», «cerciorar[se]», «acertar», «secreto» o «discreción»). Por último, el sufijo latino mentum se utiliza para referirse a un medio o instrumento. Así pues, discernimiento es el medio por el cual uno sabe distinguir críticamente algo de otra cosa. Generalmente se aplica para distinguir lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira, un sentimiento de otro, un hecho de otro.
El pensador francés René Descartes, influido sin duda por sus estudios con los jesuitas, cuyo fundador, Ignacio de Loyola, era el maestro del discernimiento, desarrolló el principio del discernimiento en la filosofía. En el nuevo método que inventó era crucial el análisis de las cosas: ir separando las cosas para ir aclarándolas y diferenciándolas progresivamente con la máxima sencillez y claridad hasta reducirlas a un dilema esencial.
Sin embargo, el discernimiento no parece fácil en la vida familiar, donde todo está tan mezclado y todo se comparte. Pero a la vez también es verdad que en la familia las cosas se viven muy de corazón, y eso nos pone en contacto con el principal medio de discernimiento: el sentir. Porque discernir es vivir con el corazón en la mano.
Pensemos en el montañero que camina por la noche y tiene en su mano una linterna para saber por dónde es el camino. Recordemos al navegante que va al timón de une embarcación y tiene en la mano la brújula para no perder el norte. Imaginemos al aborigen australiano que lleva en su mano una horquilla de madera para buscar dónde está el manantial de agua en un desierto.
Ahora imaginemos a la persona que lleva su corazón en la mano y que siente sus movimientos más íntimos ante las cosas de la vida. Nos recuerda esas antiguas estatuas de santos que tenían el corazón en su mano, y generalmente el corazón tenía unas llamas para indicar que estaba encendido de amor.
Algo así es vivir en discernimiento: vivir con el corazón en la mano para guiarse. Cuando las cosas se oscurezcan alrededor o se vaya la luz en casa, no busques la linterna, sino pon el corazón en la mano. Todos hemos vivido apagones en casa: estás tan tranquilo leyendo o escribiendo en el ordenador y de repente se va el suministro de electricidad. Siempre ocurre lo mismo: alguien grita: «¿Qué habéis encendido?». Siempre es culpa de otros. Si somos previsores, hay una linterna en el mismo sitio. Vas a tomarla y la enciendes. A veces no está y haces la segunda idéntica pregunta en todos los hogares: «¿Quién ha cogido la linterna?».
Bueno, pues cuando en la casa hay apagones como enfados, decepciones, desesperanzas o temores, no vayas a buscar ninguna linterna, ya que la tienes dentro de ti: saca el corazón y ponlo en tu mano. Busca en él la luz y déjate guiar.
Cuando queremos enfatizar que decimos la verdad, solemos usar una expresión: «Te lo digo con el corazón en la mano». Si imaginamos literalmente el dicho, es impresionante: alguien se saca el corazón afuera y lo muestra al otro. Discernir es vivir con el corazón en la mano, porque en él residen las razones más profundas para distinguir lo humano. En el discernimiento usamos todas las potencias intelectuales de la persona. Pero cuando se emplea la figura del corazón estamos expresando la unión de las múltiples inteligencias en una sola razón, arraigada en el más hondo sentir humano.
No solo debemos mirar el corazón del hogar, sino que hay que mirar de corazón el mundo y el corazón del mundo. El mundo aparece de otra manera cuando se logra mirar desde el corazón. No es fácil, porque a veces no se deja querer. Hay demasiada violencia y fealdad, imágenes brutales y suciedad. Pero hay que aprender a mirar al mundo de cara.
Aprender con los hijos a mirar las cosas de corazón comienza por hacernos las preguntas correctas. Con enorme paciencia asistimos a los múltiples debates políticos en los que las recriminaciones entre unos ciudadanos y otros no se dejan de multiplicar. A veces es un territorio o una ciudad contra otra, los de una religión contra los laicos u otra confesión, los de una ideología contra otra, o quienes discuten a un lado y otro de asuntos tan diversos como el aborto, la tauromaquia, la ayuda a refugiados o si la jefatura del Estado debe ser monárquica o republicana.
Independientemente del debate intelectual y moral alrededor de cada cuestión, en general se suele poner máscaras a los contrarios. No se ve su rostro real, con sus experiencias y sentimientos, sino que es más fácil encerrar su complejidad tras una máscara caricaturesca de la que poder hablar fácilmente o incluso insultar.
¿Y si no ponemos máscaras a los contrarios? ¿Y si les miramos de corazón? Posiblemente no signifique estar de acuerdo con ellos o perder el propio criterio, pero sí que va a hacer que comprendamos y razonemos mucho mejor.
Las familias a veces se convierten también en campos con trincheras. Cuando se acumulan los agravios o simplemente tomamos manía a algún pariente, es muy fácil que todos nos pongamos las máscaras. Reducimos al otro a una caricatura, empequeñecemos lo positivo que hay en él y ponemos lentes de aumento a sus defectos. Mirar de corazón es mirar a su corazón. Entonces las máscaras caen.
Los relatos de Star Wars dicen que en el organismo existen unas criaturas llamadas midiclorianos en las que reside o se capta la Fuerza. Nadie ha podido hallar rastro de ellos y en ninguna convención de fans se ha encontrado la mínima evidencia de la famosa Fuerza.
Lo que sí es evidente es que la capacidad de discernimiento es una de las mayores fuerzas que puede tener una familia. Le hace capaz de preguntarse juntos, de examinar sus sentimientos en profundidad, de reconocerse cara a cara sin hacer caricaturas, de buscar juntos la raíz de los problemas y encontrar los motores más positivos que hay que encender para superarlos.
Anakin se encontró ante su miedo y fue incapaz de preguntarse más. Muchas veces el miedo o el enfado también nos paraliza y nos impide preguntarnos más. Es una pena que no dejemos que nuestra inteligencia y bondad pueda más que nuestro enfado. En esos momentos date un buen consejo: no dejes que tu enfado tape tu inteligencia ni tu bondad.
Pero Anakin quedó paralizado por la angustia y el remordimiento: si profundizaba más podía irle peor, pensaría. Así que se quedó a medias, preso tras la máscara del miedo, que pronto se acabaría convirtiendo en una máscara de miedo para todos los demás, la de Darth Vader. Eso no habría pasado si hubiera hecho caso a quienes bien le querían y aconsejaban; si hubiera hecho caso a su propio consejo: examina tus sentimientos, sabes que es verdad.
Preguntas para pensar y compartir
• ¿Cuáles son los sentimientos que más te cuesta reconocer en la vida con tu pareja y tu familia?
• ¿Logramos identificar cuáles son los sentimientos de fondo en el otro cuando en casa hay un desencuentro o un problema?
• Los enfados, ¿tapan con frecuencia nuestra capacidad de discernimiento?
c) Guión del itinerario que se va a seguir en el libro para aprender a discernir en familia
La primera parte nos propone entrenar una serie de capacidades:
• Aprendamos a preguntar mejor.
• Escuchemos lo que ocurre en el mundo.
• Crezcamos en libertad.
• No ocultemos lo que pasa.
• Pacifiquemos las tensiones.
• Perdamos la vergüenza que nos atenaza.
• Comuniquemos