Inconsciente 3.0. Gustavo Dessal
Читать онлайн книгу.verdaderamente en juego: lo que él es para el deseo del Otro. Sería absurdo —más aún, propio de una mentalidad retrógrada— desconocer los inmensos beneficios que la ingeniería genética nos aporta y todo lo que aún cabe esperar en materia de prevención y curación de enfermedades. Pero tampoco puede omitirse el hecho de que la genética discurre por un peligroso borde, que la abisma hacia el deseo de un Otro capaz de encarnar lo más atroz. Ese precipicio no puede ser evitado con medidas pedagógicas.
Es posible que el punto más crucial de ese apasionante coloquio haya sido el debate generado a partir del tema de la Inteligencia Artificial (IA). Desde que Isaac Asimov estableciera sus célebres leyes de la robótica27, la idea de que la IA es uno de los desarrollos tecnológicos que implica terribles riesgos puede comprobarse echando un vistazo a los incontables organismos, públicos y privados, creados a partir de la preocupación por el denominado «riesgo existencial»28, así como los miles de artículos, debates y disputas que esto ha suscitado. La polémica es sumamente compleja y resulta difícil orientarse entre las diversas opiniones. El coloquio mencionado alcanza su clímax cuando se admite que las leyes de Asimov difícilmente puedan cumplirse. ¿Debería incorporarse un kill button [botón de eliminación] en todos los dispositivos dirigidos por la IA? De ese modo se podría intervenir rápidamente en el caso de que dicho dispositivo iniciase una acción indeseada. ¿Pero eso no podría ser al mismo tiempo el punto débil de dicho dispositivo, fácilmente hackeable por agentes enemigos con el fin de anularlo? Por supuesto, en todo el debate se parte de la idea de que los enemigos, los malos, los que pueden poner en peligro nuestra seguridad son siempre los otros. Los usos militares de la inteligencia artificial son la principal fuente de inquietud en la comunidad tecnocientífica, que implícitamente asume que el ejército «malo» es el del enemigo, jamás el propio.
Capítulo III Una paranoia extendida
Una de las características más peculiares de la vida contemporánea es la paradoja de que la obsesión por la prevención de los riesgos no ha contribuido a mejorar las condiciones de vida, ni a satisfacer las expectativas ni a proporcionar seguridad a los ciudadanos, sino más bien a lo contrario. No pretendo de entrada darle al término «paranoia» su estricto carácter clínico, sino que me valdré de él para describir un estado de la civilización en el cual todo sujeto es potencialmente sospechoso. A partir del momento en que Occidente decide una política general que abarca todos los aspectos humanos y que emplea una inmensa dotación de dispositivos de saber, la vigilancia se convierte en una acción prioritaria. Cuando me refiero a dispositivos de saber, incluyo a todas aquellas disciplinas científico-técnicas que se arrogan la capacidad de evaluar, anticipar y prevenir el surgimiento de acontecimientos que pongan en peligro la estabilidad de los sistemas políticos, legales, económicos, sanitarios y culturales. La vigilancia de la que Michel Foucault se ocupó en su extraordinaria obra Vigilar y castigar29, cobra una actualidad indiscutible, a pesar de que por entonces no podía aún preverse la transformación social que habríamos de experimentar hoy en día. Esa transformación consiste, entre otras cosas, en el hecho subrayado por Zygmunt Bauman de que la manipulación política ha alcanzado actualmente la facultad de lograr que inmensos sectores de la población se muestren plenamente dispuestos a dejarse arrebatar una parte sustanciosa de la libertad en beneficio de la supuesta seguridad que con ello habrían de conseguir30. La vigilancia, que sin duda tiene su expresión más notoria en la expansión creciente del número de cámaras que filman diariamente nuestra vida en la calle, oficinas, bancos, edificios y toda suerte de lugares públicos y privados, no se limita a esta dimensión de control visual. Si Freud aventuró en el año 1915 la tesis de que existe en nuestro interior una instancia interna por la que nos sentimos observados, escrutados, evaluados, y a la que en esa época denominó Ideal del Yo (para más tarde trasladar esa función a la figura del superyó), fue con el propósito de demostrar, entre otras cosas, que el sujeto tal como el psicoanálisis lo concibe no puede ocultarse, y que sus deseos más íntimos y secretos son conocidos por un dispositivo de control y vigilancia del que no hay escapatoria posible. En esa instancia que puede alcanzar una magnitud persecutoria se encuentra el germen larvado de la paranoia, solo que el enfermo paranoico experimenta la severidad de esa conciencia moral como una manifestación hostil que proviene del mundo exterior. Lo que entonces solo formaba parte del mundo psíquico, se ha convertido en una forma de control que se sustenta fundamentalmente en la recolección abrumadora de datos. La sociedad de la información es una maquinaria de colosales dimensiones que constituye una verdadera amenaza para uno de los fundamentos de la subjetividad: la dimensión del secreto.
En su estudio sobre la construcción del sujeto humano, tanto Freud como Lacan acentuaron el paso decisivo que supone en el niño el descubrimiento de que los otros, en particular las figuras parentales, no poseen el don omnipotente de conocer sus pensamientos. Esa revelación tiene una función decisiva, puesto que inaugura un salto cualitativo en la vivencia del sujeto, quien a partir de entonces dispondrá de la posibilidad de mentir. Las primeras mentiras infantiles son correlativas al hecho de que el niño es capaz de percibir que puede resguardar en su interior un espacio privado, inaccesible al saber del otro. El sujeto se constituye de este modo como algo no sabido por los otros, pero al mismo tiempo se mantiene en una posición de no saber sobre una parte de sí mismo, que llamamos el inconsciente. En la psicosis, las relaciones con el saber se muestran alteradas, de tal modo que el sujeto experimenta el saber inconsciente como algo que le vuelve desde el exterior y que retorna desde los otros, a los que restituye la primitiva omnipotencia, es decir, la facultad de conocer sus pensamientos e influir sobre ellos.
En la actualidad, mantener un secreto es algo sumamente complejo y que se sustrae por completo al control de los sujetos. Cuando comprendemos que aquello que se denomina globalización se traduce en el hecho de que el mundo virtual va colonizando progresivamente el espacio hasta anular la dimensión de un punto exterior a él, nos damos cuenta de que eso se expresa en la transformación de la vida humana en un conjunto de datos que abarcan todo el espectro imaginable: su dimensión económica, social, política, sanitaria, sus hábitos de vida, sus valores biológicos, su comportamiento, etc. Es prácticamente imposible que alguien pueda mantenerse fuera de ese dispositivo de saber. La complejidad de las vías de obtención de datos y su tratamiento no permiten una existencia aislada. Si acaso sucede que alguien no está aún registrado en la Gran Lista, si por ventura un individuo no es localizable en el mundo que cada vez va constituyéndose como el verdadero mundo real, entonces ese individuo o bien no tiene una auténtica existencia, o bien es sospechoso.
La compañía Google, tras un largo debate con asociaciones ciudadanas, pero en particular con el Senado norteamericano, ha inaugurado una política para solicitar lo que se denomina la «retirada de la identidad digital». Es un proceso lento, y en muchos casos tan complejo y costoso que —dependiendo de las personas y de su importancia mediática— puede ser prácticamente imposible, a menos que se disponga del suficiente dinero como para contratar los servicios de subcompañías especializadas. Brad Pitt no debió sudar mucho al desembolsar los diez millones de dólares que aseguraron la retirada de la web de algunas fotos de su esposa que podían perturbar la armonía familiar.
Cómo desaparecer, un libro que ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo y cuyo autor es Frank Ahearn31, uno de los mayores expertos en materia de contravigilancia informática, explica con todo detalle y asombrosa información la infinita cantidad de datos que se disponen sobre los ciudadanos de gran parte del planeta. Ahearn, a quien el FBI contrató en su momento para dar con el paradero de Mónica Lewinsky cuando la joven intentó huir tras el escándalo de su affair con Clinton, está considerado como la única persona en el mundo capaz de hacer desaparecer a alguien, emplazarlo en un lugar remoto del mundo y dotarlo de una nueva identidad. Su empresa, dedicada a la venta de privacidad, es una de las compañías más lucrativas que existen en los Estados Unidos. En un mundo que cada vez se lleva peor con el inconsciente, la privacidad se ha convertido en un negocio multimillonario.
Repasemos brevemente qué es lo que Lacan dijo cuando expuso su concepto del sujeto del inconsciente. En primer lugar, sostuvo la premisa de que el sujeto no es una persona ni un ser, sino una entidad que solo tiene su existencia en el campo del discurso. El sujeto es aquello que se insinúa en un discurso que él no pronuncia, sino que es el