Parisiana. Rubén Darío

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Parisiana - Rubén Darío


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frío ha comenzado agudo y violento. Las pieles reaparecen en los cuellos y espaldas, y las manos finas de las mujeres se anidan en los manguitos. Los grandes y pequeños almacenes comienzan sus exposiciones de juguetes, y ante los cristales de los escaparates se abren, cuan grandes son, los ojos de los niños. Niños rubios, niños morenos, niños ricos y niños pobres ... Las librerías, por su parte, exhiben étrennes; las galerías del Odeón brillan llenas del oro de las encuadernaciones. He querido ver los libros y los juguetes del año, haciéndome todo lo niño posible, según el consejo evangélico, y de mi observación no he quedado muy satisfecho. ¿Es que ya, en realidad, no hay niños? ¿Acaso el alma infantil de otras veces ha desaparecido, y se nace hoy suscriptor de periódico, miembro de club ó pretendiente á un sillón del Congreso ó del Instituto?

       Paso por las nociones científicas que vayan contenidas en un juguete; pero, ¿qué tienen que ver la imaginación del niño y su necesidad de distracción con las miserias de la actualidad, con la anécdota vil de la vida política ó de la vida social? Digo esto porque entre la innumerable cantidad de juguetes del nuevo año se encuentran algunos de muy discutible interés para la infancia, como el Coffre-fort Humbert Crawford y la Fuite de Boule-de-laine, alusiones directísimas á dos procesos de estafa, de que tanto se ha ocupado la Prensa parisiense. Una señora muy sensata hacía observar á este propósito: «Esos juguetes de circunstancias tienen siempre mucho éxito, porque al mismo tiempo que á los niños, divierten á los grandes; por eso se ve, al acercarse el Año Nuevo, tanto grupo de parisienses detenerse en los bulevares alrededor de los camelots que venden el «juguete del año». Habría, sin embargo, que entenderse. ¿Para quién son hechos los juguetes?; ¿para los niños, ó para sus padres? Es posible creer que para los primeros. Y entonces lo que más sería de desear es que los bambinos á quienes regalen esas invenciones no comprendan nada de ellas. Una madre se creería culpable si dejara en la mesa á un niño tomar parte en un plato demasiado picante. Hay que pensar que el alma del hijo merece tantos cuidados como su estómago.»

      No es raro ver chicuelos que se dan de bofetadas por un asunto que nada tiene que ver con sus pocas primaveras. No fueron escasos los disgustos que hubo en los colegios y escuelas cuando el período álgido del asunto Dreyfus. La culpa no es sino de los padres.

      Á las niñas se les enseña antes que otras cosas los hábitos del salón y hasta los refinamientos del flirt. Á los niños se les arma de sables y se les presenta como preciso y hermoso el espectáculo de la guerra, el oficio de matar alemanes, chinos ó negros. Fusiles y muñecas, diría un famoso poeta doméstico mejicano. Si uno pudiese oir las confesiones de una muñeca de niña rica, con el oído con que Samaín escuchó á su figurita tanagreana, he aquí lo que se entendería más ó menos: «Soy una cocotita de seda, encajes y oro, que se muere de pena bajo el poder de una niña que sabe tanto como una mujer. Tengo un pequeño automóvil que es un prodigio de mecánica, un rebaño blanco en un Trianón minúsculo como para mí, y me parezco á la reina María Antonieta. Mis trajes cuestan mucho dinero, y mi guardarropa solamente puede competir con el de mi ama y con el del perro de mi ama. No recibo caricias; pero me enseñan á bailar el minué, la pavana, y, sobre todo, el cake-walk. Sé hacer reverencias y tengo en mi interior un pequeño fonógrafo con canciones á la moda. Con lo que yo valgo puede comer un año una familia de trabajadores. Mis relaciones son escasas, pues no puedo codearme con simples bebés-jumeau de á 12,50 francos, pequeña burguesía. He conocido, en cambio, á un viejo boer que fuma en pipa, á Drumont, al Emperador de la China, y á la Bella Otero acompañada de nuestro animal municipal, quiero decir, con perdón, el cochon. Pero me aburro y me vuelvo tísica. Necesito caricias verdaderas, palabras cordiales, una buena mamá afectuosa, que me duerma en sus brazos y me bese con ternura. «¡Helas!» ¡Quién fuera el pedacito de palo que arregla y mima una simple Coseta!» Y la muñeca está con la justicia. Ella no ha venido por el buen camino, no ha venido en la mochila del viejo Noel, no ha sabido nada del grito jubiloso: Christus natus est ...

      Los hombrecitos de mañana, ó de pasado mañana, cuando dejan sus fuertes de cartón, sus espadas, sus soldados de plomo, sus bois de Boulogne, con mujercitas y biciclistas, sus pistolas eureka, es para tomar el «ataque al fuerte chino por el ejército de aliados», «la artillería nueva», las «grandes maniobras». Todo el mundo conquistador, todo el mundo militar. Ó bien el pequeño «laboratorio de física», ó las «matemáticas aplicadas», ó los «cartones de problemas». Todo el mundo sabio. Luego, á la luz de la lámpara, ¿qué libros le interesan? ¿Sobre qué cuadernos lujosos se deleita su curiosa cabecita? Sobre doradas nociones científicas, cuando no con aventuras tontas ó cuentos ridículos, en su mayor parte. Convengamos con René Brochot: los libros para niños no son en Francia como debían de ser, y no por falta de inteligencias y voluntades. Es quizás á las asombrosas imágenes pintadas en la Biblia (dice ese atinado escritor) que deslumbró la infancia de Pierre Nozier, á las que debemos en parte al delicioso mago Anatole France, y, sin duda, la diversidad y la gracia de los espíritus de los hombres son lo que las hicieron las lecturas y las visiones de los primeros años. Importa, pues, mucho, no ofrecer á los niños libros ridículos y cromos de una vulgaridad grosera. Los padres se imaginan fácilmente no merecer ningún reproche cuando dan á los recreos de sus hijos las estúpidas aventuras de la familia Fenouillard ó del Sapeur Camembert. Es lo que ha formado en parte en las nuevas generaciones el gusto por des expeditions coloniales et des niaises gandrioles. Sin embargo, existen en Francia libros excelentes para la infancia, álbums con buenas ilustraciones que acompañan cantos tradicionales, de esos cantos que en todas partes saben los niños, y que se cantan á coro en alegres rondas ... En la América Latina contamos con una colección de cuadernos de primer orden, ilustrados á propósito, y cuyos versos, si no estoy mal informado, se deben á un notable poeta colombiano, Rafael Pombo. Me refiero á esas fábulas ó cuentecitos rimados que todavía hacen la delicia de muchos niños grandes:

      Simón? el bobito llamó al pastelero: —A ver tus pasteles, los quiero probar. —Sí—le dijo el otro—; pero antes yo quiero Mirar el cuartillo con que has de pagar.

      Son figuritas como de un mundo de «nacimiento»; hay en esas poesías una gracia abuelesca que encanta á los caballeritos implumes, y que refresca la mente antes de que lleguen el binomio de Newton y los afluentes de los grandes ríos chinos. Aquí se suele cantar el Savez-vous planter les chous?, ó el Malbrough s’en va t’en guerre, y eso está muy bien. Brochot ha lamentado, con razón, que la boga de esas canciones populares desgraciadamente disminuya de día en día. «Lo que hay de anticuado, de imaginario en ellas, y aun su drolática absurdidad, despiertan en las almas delicadas de cinco ó de siete años las primeras impresiones de una poesía en que la risa y el ensueño se mezclan.» He ahí los dos principales elementos que hay que saber despertar en el espíritu infantil: la risa y el sueño, el rosal de las rosas rosadas y el plantío de los lirios azules. El observador agrega: «So pretexto de que la realidad debe ser la gran institutriz de los niños, se pone entre las manos de éstos álbums de historia natural y de historia militar. Se encuentran chicuelos de dos pies de alto que hablan de Napoleón con énfasis, ó que están muy al corriente de las costumbres sangrientas de la pantera negra: más valdría aún llenar su memoria de berquinadas, que endurecer y secar su corazón mal tocado por tan estériles maldades.» Aquí nos encontramos en el terreno de la libertad del niño y del pequeño prodigio ... Bebé que asombra á las visitas con su saber y su precocidad. No olvidaré nunca á un muchachito demasiado despierto, de una familia hispano-americana, que, delante del papá y la mamá, me salió con esta embajada: «¿Qué piensa usted de los versos de Verlaine?» ... Me dieron ganas de tirarle de las orejas ...

      Bien venidas seáis siempre imágenes de Epinal, estampas coloreadas que representáis héroes de los que se cantan en las canciones, y hadas y genios, y lo cómico de la vida y lo deleitoso del soñar. Bien venidas las figuras de Stahl, los bebecitos de Gugu, ó sea la exquisita italiana contesina Ruspoli; bien venido Froelich con sus interpretaciones del alma pueril, y Boutet de Monrel, y Henriot, y hasta la sabiduría, si viene representada por Robida y por Tom Tit. Y sobre todo, sea glorificado el recuerdo de Kate Greenaway, la hada moderna del color y del dibujo en sus álbums encantadores. Hace como un año moría en Inglaterra la exquisita Institutriz de la Belleza. Ella brilló como nadie en su arte especial


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