Noli me tángere. Jose Rizal
Читать онлайн книгу.se avergonzó y se tapó los ojos con el redondo brazo.
—¡Vamos, arréglate, ven!—añadió la anciana en tono cariñoso.—Mientras él habla con tu padre de ti... ven, y no te hagas esperar.
La joven se dejó llevar como una niña, y allá se encerraron en su aposento.
Capitán Tiago é Ibarra hablaban animadamente cuando apareció la tía Isabel, medio arrastrando á su sobrina, que dirigía la vista á todas partes, menos á las personas...
¿Qué se dijeron aquellas dos almas, qué se comunicaron en ese lenguaje de los ojos, más perfecto que el de los labios, lenguaje dado al alma para que el sonido no turbe el éxtasis del sentimiento? En esos instantes, cuando los pensamientos de los felices seres se compenetran al través de las pupilas, la palabra es lenta, grosera, débil, es como el ruido bronco y torpe del trueno á la deslumbradora luz y la rapidez de la centella: expresa un sentimiento ya conocido, una idea ya comprendida, y si se usa de ella es porque la ambición del corazón, que domina todo el sér, y que rebosa de felicidad, quiere que todo el organismo humano con todas sus facultades físicas y psíquicas manifieste el poema de alegrías que entona el espíritu. A la pregunta de amor de una mirada que brilla ó se vela, no tiene respuestas el idioma: responden la sonrisa, el beso ó el suspiro.
Y después, cuando la enamorada pareja, huyendo del plumero de la tía Isabel que levanta el polvo, se fueron á la azotea para departir en libertad entre los pequeños emparrados, ¿qué se contaron entre murmullos, que os estremecíais, florecitas rojas del cabello-de-ángel? ¡Contadlo vosotras, que tenéis aromas en vuestro aliento y colores en vuestros labios; tú, céfiro, que aprendiste raras armonías en el secreto de la noche obscura y en el misterio de nuestros vírgenes bosques; contadlo, rayos del sol, manifestación brillante del Eterno en la tierra, único inmaterial en el mundo de la materia, contadlo, vosotros, que yo sólo sé referir prosaicas locuras!
Pero ya que no lo queréis hacer, lo voy á intentar yo mismo.
El cielo era azul: una fresca brisa, que no olía á rosa, agitaba las hojas y las flores de las enredaderas,—por esto se estremecían los cabellos-de-ángel,—las plantas aéreas, los pescados secos y las lámparas de China. El ruido del saguan1, que removía las turbias aguas del río, el paso de los coches y carros por el puente de Binondo llegaban distintamente hasta ellos, pero no lo que murmuraba la tía.
—Mejor, allí estaréis vigilados por todo el vecindario,—decía ésta.
Al principio no se dijeron más que tonterías, esas dulces tonterías que se parecen mucho á las jactancias de las naciones en Europa: gustan y saben á miel para los nacionales, pero hacen reir ó fruncir las cejas á los extranjeros.
Ella, como hermana de Caín, es celosa y por esto pregunta á su novio:
—¿Has pensado siempre en mí? ¿no me has olvidado en tantos viajes? ¡Tantas grandes ciudades con tantas mujeres hermosas!...
El también, otro hermano de Caín, sabe eludir las preguntas y es un poco mentiroso, y por eso:
—¿Podría yo olvidarte?—contesta mirando embelesado en las negras pupilas de ella:—¿podría yo faltar á un juramento sagrado? ¿Te acuerdas de aquella noche tempestuosa en que tú, viéndome solitario llorar junto al cadáver de mi madre, te acercaste á mí, me pusiste la mano sobre el hombro, tu mano que hacía tiempo ya no me dejabas que cogiese, y me dijiste: «Has perdido á tu madre, yo nunca la tuve...» y lloraste conmigo? Tú la querías y ella te quería como á una hija. Fuera llovía y relampagueaba, pero me parecía oir música, ver sonreir el pálido rostro del cadáver... ¡oh, si mis padres vivieran y te contemplaran! yo entonces cogí tu mano y la de mi madre, juré amarte, hacerte feliz, sea cualquiera la suerte que el cielo me deparase, y como este juramento no me ha pesado nunca, ahora te lo renuevo. ¿Podía yo olvidarte? Tu recuerdo me ha acompañado siempre, me ha salvado de los peligros del camino, ha sido mi consuelo en la soledad de mi alma en los países extranjeros; tu recuerdo ha neutralizado el efecto del loto de Europa, que borra de la memoria de muchos las esperanzas y la desgracia de la Patria. En sueños te veía de pie en la playa de Manila, mirando al lejano horizonte, envuelta en la tibia luz de la temprana aurora; oía un lánguido y melancólico canto, que despertaba en mí adormecidos sentimientos y evocaba en la memoria de mi corazón los primeros años de mi niñez, nuestras alegrías, nuestros juegos, todo el pasado feliz que animaste mientras estabas en el pueblo. Me parecía que eras el hada, el espíritu, la encarnación poética de mi Patria, hermosa, sencilla, amable, candorosa, hija de Filipinas, de ese hermoso país que une á las grandes virtudes de la Madre España las bellas cualidades de un pueblo joven, como se reune en tu sér todo lo hermoso y bello, patrimonio de ambas razas2; y por esto tu amor y el que profeso á mi Patria se funden en uno solo... ¿Podía olvidarte? Varias veces creía escuchar los sonidos de tu piano y los acentos de tu voz, y siempre que en Alemania, á la caída de la tarde, cuando vagaba por los bosques, poblados por las fantásticas creaciones de sus poetas y las misteriosas leyendas de sus pasadas generaciones, evocaba tu nombre, creía verte en la bruma que se levanta del fondo del valle, creía oir tu voz en los susurros de las hojas; y cuando los aldeanos, volviendo del trabajo, dejaban oir desde lejos sus populares cantos, se me figuraba que armonizaban con mis voces interiores, que cantaban para tí, y daban realidad á mis ilusiones y ensueños. A veces me perdía en los senderos de las montañas, y la noche, que allí desciende poco á poco, me encontraba aún vagando, buscando mi camino entre pinos, hayas y encinas; entonces, si algunos rayos de luna se deslizaban por entre los claros del ramaje, me parecía verte en el seno del bosque como una vaga, enamorada sombra oscilar entre la luz y las tinieblas de la espesura; y si acaso el ruiseñor dejaba oir sus variados trinos, creía que era porque te veía y tú le inspirabas. ¡Si he pensado en tí! ¡La fiebre de tu amor no solamente animaba á mi vista la niebla, sino que además coloreaba el hielo! En Italia, el hermoso cielo de Italia por su limpidez y profundidad me hablaba de tus ojos; su risueño paisaje me hablaba de tu sonrisa, como las campiñas de Andalucía con su aire saturado de aromas, poblado de recuerdos orientales, llenos de poesía y colorido, me hablaban de tu amor. En las noches de luna, de aquella soñolienta luna, bogando en una barca en el Rhin, me preguntaba si acaso no podría engañar á mi fantasía para verte entre los álamos de la orilla, en la roca de la Lorelay ó en medio de las ondas, cantando en el silencio de la noche, como la joven hada de los consuelos, para alegrar la soledad y la tristeza de aquellos arruinados castillos!
—Yo no he viajado como tú; no conozco más que tu pueblo, Manila y Antipolo,—contesta ella sonriendo, pues cree todo cuanto él le cuenta,—pero desde que te dije adiós, y entré en el beaterio, me he acordado siempre de tí, y no te he olvidado por más que me lo ha mandado el confesor, imponiéndome muchas penitencias. Me acordaba de nuestros juegos, de nuestras riñas cuando éramos niños. Escogías los más hermosos sigüeyes3 para jugar al siklot4; buscabas en el río las más redondas y finas piedrecitas de diferentes colores para que jugásemos al sintak; tú eras muy torpe, perdías siempre y por castigo te daba el bantil5 con la palma de mi mano, pero procuraba no pegarte fuerte, pues te tenía compasión. En el juego de la chonka6 eras muy tramposo, más aún que yo, y solíamos acabar á arrebatiña. ¿Te acuerdas de aquella vez cuando te enfadaste de veras? Entonces me hiciste sufrir, pero después, cuando me acordaba de ello en el beaterio, sonreía, te echaba de menos para reñir otra vez ... y hacer las paces en seguida. Eramos aún niños: fuimos con tu madre á bañarnos en aquel arroyo bajo la sombra de los cañaverales. En las orillas crecían muchas flores y plantas cuyos extraños nombres me decías en latín y en castellano, pues entonces ya estudiabas en el Ateneo. Yo no te hacía caso; me entretenía en ir detrás de las mariposas y libélulas, que tienen en su cuerpo fino como un alfiler todos los