Noli me tángere. Jose Rizal

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Noli me tángere - Jose  Rizal


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y cuando volviste traías una corona de hojas y flores de naranjo que colocaste sobre mi cabeza, llamándome Cloe; para tí hiciste otra de enredaderas. Pero tu madre cogió mi corona, la machacó con una piedra mezclándola con el gogo7 con que nos iba á lavar la cabeza; se te saltaron las lágrimas de los ojos y dijiste que ella no entendía de mitología:—«¡Tonto!—contestó tu madre,—verás qué bien olerán después vuestros cabellos.»—Yo me reí, te ofendiste, no me quisiste hablar, y el resto del día te mostraste tan serio, que á mi vez tuve ganas de llorar. De vuelta al pueblo, y ardiendo mucho el sol, cogí hojas de salvia que crecía á orillas del camino, te las di para que las pusieses dentro de tu sombrero y no tuvieses dolor de cabeza. Sonreiste, entonces te cogí de la mano é hicimos las paces.

      Ibarra se sonrió de felicidad, abrió su cartera y sacó un papel, dentro del cual había envueltas unas hojas negruzcas, secas y aromáticas.

      —¡Tus hojas de salvia!—contestó él á su mirada;—esto es todo lo que me has dado.

      Ella á su vez sacó rápidamente de su seno una bolsita de raso blanco.

      —¡Psh!—dijo ella dándole una palmada en la mano;—no se permite tocar; es una carta de despedida.

      —¿Es la que te escribí antes de partir?

      —¿Me ha escrito usted otra, señor mío?

      —Y ¿qué te decía yo entonces?

      —¡Muchos embustes, excusas de mal pagador!—contestó ella sonriendo, dando á entender cuán agradables eran aquellas mentiras.—¡Quieto! te la leeré, pero suprimiré tus galanterías para no martirizarte.

      Y levantando el papel á la altura de sus ojos para que el joven no le viera la cara, comenzó:

      «Mi... no te leo lo que sigue, pues es un embuste,—y recorrió algunas líneas con los ojos.—«Mi padre quiere que parta á pesar de mis súplicas.—Tú eres hombre, me ha dicho, debes pensar en el porvenir y en tus deberes. Debes aprender la ciencia de la vida, lo que tu patria no puede darte, para serle útil un día. Si permaneces á mi lado, á mi sombra, en esta atmósfera de preocupaciones, no aprenderás á mirar á lo lejos; y el día en que te falte te encontrarás como la planta de que habla nuestro poeta Baltasar: «Crecida en el agua, se le marchitan las hojas á poco que no se la riegue; la seca un momento de calor.» ¿Ves? eres ya casi un joven ¡y lloras aún!—Me hirió este reproche y le confesé que te amaba. Mi padre se calló, reflexionó, y poniéndome la mano sobre el hombro me dijo con temblorosa voz:—¿Crees que tú solo sabes amar, que tu padre no te ama ni siente separarse de tí? Hace poco perdimos á tu madre; voy caminando ya á la vejez, á esa edad en que se busca el apoyo y el consuelo de la juventud, y sin embargo, acepto mi soledad, y no sé si te volveré á ver. Pero debo pensar en otras cosas más grandes... El porvenir se abre para tí, para mí se cierra; tus amores nacen, los míos van muriendo; el fuego hierve en tu sangre, el frío se insinúa en la mía, y sin embargo lloras y no sabes sacrificar el ahora á un mañana útil para ti y tu país!—Los ojos de mi padre se llenaron de lágrimas, caí de rodillas á sus pies, le abracé, le pedí perdón y le dije que estaba dispuesto á partir...»

      La agitación de Ibarra suspendió la lectura: el joven estaba pálido y andaba de un extremo á otro de la azotea.

      —¿Qué tienes? ¿qué te pasa?—le preguntó ella.

      —¡Tú me has hecho olvidar que tengo mis deberes, que debo partir ahora mismo para el pueblo! Mañana es la fiesta de los muertos.

      María Clara se calló, fijó en él algunos instantes sus grandes y soñadores ojos, y cogiendo unas flores, le dijo conmovida:

      —¡Vé, yo no te detengo más; dentro de algunos días nos volveremos á ver! ¡Coloca esta flor sobre la tumba de tus padres!

      Algunos minutos después, el joven descendía las escaleras acompañado de capitán Tiago y de la tía Isabel, mientras María Clara se encerraba en el oratorio.

      —¡Haga usted el favor de decir á Andeng que prepare la casa, que van á llegar María é Isabel! ¡Buen viaje!—decía capitán Tiago, mientras Ibarra subía en el coche, que partió en dirección á la plaza de San Gabriel.

      Y después, por vía de consuelo, decía á María Clara, que lloraba al lado de una imagen de la Virgen:

      VIII

       Índice

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      El coche de Ibarra recorría parte del más animado arrabal de Manila; lo que la noche anterior le ponía triste, á la luz del día le hacía sonreir á pesar suyo.

      La animación que bullía por todas partes, tantos coches que iban y venían á escape, las carromatas, las calesas, los europeos, los chinos, los naturales, cada cual con su traje, las vendedoras de fruta, los corredores, el desnudo cargador, los puestos de comestibles, las fondas, restaurants, tiendas, hasta los carros tirados por el impasible é indiferente carabao, que parece entretenerse


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