Diez razones para amar a España. José María Marco
Читать онлайн книгу.todo, surgió una forma absolutamente nueva, el teatro inventado por Lope de Vega y sus amigos, entre Valencia y Madrid. Todo aquí era inaudito: la mezcla de lo cómico con lo serio o lo trágico, el halago al público, la combinación de realismo y fantasía, la libertad en el tratamiento de los asuntos más arriesgados… Al mismo tiempo, todo era reconocible, como si los grandes creadores, incluidos los actores, hubieran dado con una clave compartida —otra vez— por todos. Así se puso en marcha una fábrica de sueños que formó durante siglos la conciencia europea.
La risa que suscitó —y sigue suscitando— el Quijote no es por tanto incompatible con el vuelo de la imaginación. Galdós, que sabía de lo que hablaba, la llamó «la loca de la casa».
Un idioma apuesto y seductor. Calila y Dimna
En su Coloquio de los perros, Cervantes pone a hablar a dos perros, Cipión y Berganza, una noche, en el hospital de la Resurrección de Valladolid. Sería mejor decir que los pone a hablar el alférez Campuzano, un soldado enfermo de sífilis que se encuentra allí en tratamiento. Es él quien transcribe el diálogo que le dará a leer a un amigo suyo. Dotados del don de la palabra, los perros deciden contarse el uno al otro su vida. Empezará Berganza, que relata una auténtica novela picaresca. Con la particularidad de que el protagonista quiere trabajar —a diferencia de lo que desean los pícaros de verdad, es decir, humanos—. Al pobre Berganza, son sus amos los que le impiden seguir trabajando. La ficción queda convertida en una crítica de la conducta humana y los perros, en unos moralistas. En griego, «perro» se dice kion. Es la palabra que dio origen al nombre de la escuela cínica, la de los filósofos que dicen siempre la verdad y se ven reducidos a la categoría perruna, confinados en los márgenes de la sociedad.
Los animales parlantes aparecieron por primera vez en lengua española en el siglo xiii, en una traducción: el Libro de Calila y Dimna. Calila y Dimna, los protagonistas, son dos «lobos cervales», dos linces. También son hermanos y viven en la corte del rey León. Dimna quiere hacer carrera política y acercarse al monarca. Siguiendo una indicación suya, introduce en la corte al buey Senceba, que se convertirá en el favorito del soberano y acabará muerto tras una intriga del lobo, celoso de su antiguo protegido. Lo diálogos entre los personajes, y entre un rey y un filósofo, dan pie a pequeñas fábulas o apólogos que sirven como ejemplo de conducta.
Todo tiene un fuerte sabor oriental. El origen del Calila y Dimna se remonta a un libro indio, escrito en sánscrito, el Panchatantra, redactado en torno a 300 a. C., aunque muchas de las fábulas parecen ser muy anteriores. Con algunas de estas y otras venidas del Mahabharata, la gran epopeya hindú, se formó el Calila y Dimna. El nuevo libro también incorporó cuentos de origen budista, como el de la rata convertida en niña a petición de un monje y que, a la hora de casarse, volverá a su auténtica naturaleza. Era tradición de los monjes budistas recurrir a cuentos y apólogos, o parábolas, para ilustrar sus enseñanzas. Así lo harían igualmente los predicadores cristianos.
En su camino hacia Occidente, el libro pasó del sánscrito al persa, luego al siríaco y por fin al árabe. De esta última versión se encargó el gran escritor Ibn al-Muqaffa, que vivió en Basora, hoy Irak, en el siglo viii. Al-Muqaffa, apunta el estudioso Hans-Jörg Döhla, creó una prosa narrativa rica y elegante que sigue siendo un modelo: es la primera obra en prosa narrativa no religiosa escrita en árabe, carácter pionero que también tuvo su versión en castellano, la primera del citado género.
Es por entonces cuando arranca la prosa española. Estamos en la época de la mencionada Escuela de Traductores de Toledo. Fue Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, quien mandó traducir Calila y Dimna a mediados del siglo xiii. Alfonso X estaba obsesionado, como dice su sobrino, el infante don Juan Manuel, por
acrecentar el saber cuanto pudo (…). Y tanto deseó que los de sus reinos fuesen muy sabios, que hizo trasladar en este lenguaje de Castilla todas las ciencias, tan bien de teología como de lógica, y todas las siete artes liberales, como toda la arte que dicen mecánica.
Lo que a Alfonso X le interesaba de Calila y Dimna no era, claro está, el entretenimiento con animales. En su origen, el libro era uno de esos «espejos de príncipes» que sirven para la formación de los gobernantes y los soberanos. El Panchatantra, de hecho, está escrito por un sacerdote, un brahmán, por encargo de un rey deseoso de educar a sus tres hijos, poco dados a la vida estudiosa y política. En el Calila y Dimna es un sabio persa, el médico Berzebuey, quien viaja a la India en busca de unas hierbas que le proporcionen la inmortalidad. El experimento falla y los sabios indios le hacen comprender que no es eso lo que debe buscar. Lo más valioso, aquello que garantiza la inmortalidad, es el saber. Está resumido en el libro de Calila y Dimna, que Berzebuey llevará a su soberano en Persia.
Se trata, por tanto, de un texto de literatura sapiencial. No expone saberes científicos ni secretos metafísicos. Lo que el lector halla en el Calila y Dimna es un arte práctico de comportarse en la vida y, más precisamente, el arte de saber quiénes son los amigos y quiénes no lo son. A diferencia del coloquio de Cervantes, los diálogos de los dos lobos están muy lejos de la intención moralizadora. Se trata de sobrevivir en un mundo en el que las apariencias son engañosas por esencia. Esa es la técnica que enseña el libro, técnica maquiavélica, de un tono subidamente cínico en un sentido muy distinto al que apunta la fábula de Cervantes. Aquí nadie, tampoco los animales, suele decir la verdad.
Calila y Dimna viven en un mundo urbano, impersonal, donde nada es lo que parece y en el que la imprudencia, la precipitación o la distracción cuestan la reputación, cuando no la vida. (Ibn al-Muqaffa, el autor de la versión árabe, que había tenido que convertirse del zoroastrismo al islam, fue asesinado en una intriga cortesana). La fábula, o «ejemplo», es la única forma en la que se puede expresar un saber como este, pegado a la realidad concreta, a la circunstancia y al resultado de la acción. Y cuenta sobre todo exponerlo de tal forma que no aburra al lector.
Lo dice muy bien el infante don Juan Manuel al hablar de su propia obra. Ni siquiera aquellos que no la entiendan bien dejarán de leerla «por las palabras seductoras y apuestas». La tradición clásica occidental se funde aquí con la oriental, y el saber con un castellano elegante y preciso —también humorístico, como corresponde a estas fábulas en las que la verdad se subordina a lo conveniente y la moral al provecho—.
El amor enamorado. Lope de Vega y La Dorotea
El protagonista de La Dorotea es un joven llamado Fernando, sin más oficio ni beneficio que el de poeta. Vive de una mujer joven, Dorotea. De una gran belleza, culta y sofisticada, Dorotea es una de las cortesanas más solicitadas de Madrid. Quiere tanto a Fernando que ha abandonado su oficio y se ha puesto a coser e incluso a vender sus pertenencias para pagar las necesidades del joven. La situación tiene un límite, sin embargo, y la madre y una amiga de esta, Gerarda, una nueva Celestina, le dejan bien claro que debe volver a la industria.
Cuando Dorotea se sincera ante Fernando, el joven se enfada y decide marcharse a Sevilla. Deja así el campo libre a un nuevo amante, don Bela, hombre un poco mayor, recién llegado de las Indias con la fortuna que ha hecho allí. Dorotea intenta suicidarse tragando un diamante: los personajes de Lope, a pesar de la naturalidad y la aparente espontaneidad de su expresión, son siempre de una extrema sofisticación. Acaba cediendo a la presión de Gerarda, a don Bela y a sus regalos. Al volver, durante un encuentro en el paseo del Prado, Fernando comprueba que Dorotea le sigue queriendo y que él, en cambio, y tal vez por eso mismo, ya no la quiere a ella. Dorotea comprende el desvío y se deja llevar por la tristeza, mientras don Bela, cada vez más melancólico, se convierte al amor platónico, aunque sin abandonar el trato con la muchacha. Empieza así a escribir algunos poemas de gran complejidad conceptual. La obra termina con la muerte de don Bela en una pelea absurda y con la de Gerarda al caerse por unas escaleras. También se revela lo que traerá el futuro: la viudez de Dorotea, ya rica, y un nuevo rechazo de Fernando a su propuesta de estar juntos de nuevo.
En esta obra, de las últimas que escribió, Lope vuelve a un episodio juvenil. Andaba entonces enamorado de Elena Osorio, la hija de un cómico, y la joven, tal vez por instigación de la familia, lo dejó para conceder sus favores al sobrino de uno de los grandes personajes de la corte. Lope enfureció, insultó